miércoles, mayo 11, 2016

10Y41

Cada noche, el regreso del trabajo a la casa solía ser una práctica en mi estudio aficionado de la ciencia del comportamiento. Ubicarse dentro del vagón del metro en el lugar más estratégico para sentarse tan pronto como fuera posible era el reto. Son muchas las variables y pensar sobre cómo uno las valora de maneras diferentes era lo más interesante.

Lo primero es elegir el vagón. Hay 17 estaciones hasta el destino, y en cada una la posición de los vagones estacionados en relación de las salidas varía. Como la gente tiende a subirse al vagón más cercano a la salida de su destino, subirse al vagón de dónde se baja más gente con más frecuencia es lo mejor. Claro está que en invierno y en verano hay vagones que están menos aclimatizados, lo que puede cambiar el cálculo. 

Una vez en el vagón, hay consideraciones objetivas que pueden servir de guía. Por ejemplo, las sillas de los extremos tienden a ser las de mayor recambio porque son más apetecidas,  pero quedarse parado frente a ellas esperando es difícil si el tren va lleno. Al contrario, las sillas del medio requieren la resignación de los trayectos largos. Pero como me subo en la mitad del trayecto total de la línea, no es raro que los del medio estén por bajarse. 

Todo esto apunta a que la única alternativa es pronosticar quién se va a bajar primero por su apariencia. Esto es sin duda la parte jugosa del ejercicio. ¿Cómo saber? Empieza uno por asumir que los que duermen desparpajados no serán los primeros, pero estos suelen resucitar de improviso y bajarse a las carreras. Incluso me queda la duda de que los que tienen audífonos pongan una alarma que los despierte. Además, ya he visto a los que faltando una estación para bajarse se sumen en lo que parece un sueño profundo, como quemando los últimos cartuchos. 

Los que parecen ocupados leyendo o jugando no son menos traicioneros. Muchos intentan aprovechar hasta el último segundo antes de guardar sus aparatos y bajarse, así que no es fácil saber. Los peores son los que van ensimismados y miran a cada rato en que estación van, porque uno pensaría que ya casi, ya casi, pero no. Algunos de estos parecen mirar por acto reflejo porque no se han bajado cuando me llega el turno.

Como se mueve tanta gente, no es posible aprenderse las caras de los que se suben y bajan todos los días en cada estación. E imaginar que la apariencia o la pinta da pistas es mentirse para complacer el deseo de triunfar. Pero es inevitable armarse videos de quienes son los que se bajan aquí y allá.

Pero todo esto se acabó hace como un mes que ando empendejado escribiendo en el iPod. Y creo que aún así consigo asiento con la misma frecuencia. 

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