domingo, diciembre 09, 2012

Atlas de las Nubes

Amanohashidate, Prefectura de Kioto


David Mitchell ha escrito un libro magnifico. Lo único es que, si me imagino a mí hace ya casi un año pensando en leerlo, no me hubiese gustado toparme con ninguna reseña. Hay experiencias que se disfrutan mucho más cuando no se tiene la menor idea de lo que espera, lo cuál, entre mejor es la obra, se hace más difícil. Pero entonces ¿qué decir? 

Hace un par de semanas visitamos Amanohashidate, una de los tres paisajes más hermosos de Japón, según el poeta Matsuo Basho. Dado que los otros dos son destinos bastante populares, sorprende que el acceso a este sea tan complicado. Tuvimos que rentar un auto y manejar por tres horas hacia el norte, en el mar de Japón. Se puede hacer en tren, pero las conexiones no son tan buenas. La autopista está sin conectar en la mitad, así que toca meterse por un pueblo antes de subirse de nuevo. El lugar no esta debidamente señalizado y nos pasamos de la entrada antes de encontrar un lugar para parquear.

No tenía ni idea de que era Amanohashidate. Itsukushima, en Hiroshima, es famoso por un portal que durante marea alta queda dentro del océano. Matsushima, cerca a Sendai, es una colección de islotes decorados con pinos japoneses, tan propios del ideal tradicional de belleza de estas gentes, mínimo pero trascendental. De Amanohashidate no existe postal que recuerde. Podría haber sido cualquier cosa: una montaña sagrada, una playa de arenas musicales, un bosque de árboles torcidos. Como nubes que cuentan múltiples historias en su hacerse y re-hacerse.

Fue un buen viaje. No hizo falta un mapa porque el camino se fue haciendo evidente a medida que avanzábamos. El paisaje fue hermoso y las historias que vivimos y nos contamos mientras fuimos y volvimos cumplieron su papel de calentar el corazón. ¿Memorable? Sí, pero no de esa manera en que se pega otra monita en el álbum sólo para llenarlo y ostentar con los demás.  El Atlas de las Nubes está lleno de lecciones sobre como mirar el firmamento. 

Cuando Basho vio Matsushima, la inmortalizó en un poema:

¡Matsushima ah!
¡A-ah, Matsushima, ah!
¡Matsushima, ah! 

Aunque fuese la ruina de los escribidores de reseñas, bueno es encontrarse con libros como este. 

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Nota: Este humilde servidor sólo sufrió por un aspecto del libro: el inglés no es del todo amable con los no nativos. Las traducciones deberían de llegar.  
 

lunes, noviembre 19, 2012

Durmientes

La experiencia más intensa de los últimos meses ha sido, sin lugar a dudas, leer a la luz cómplice de la lámpara de la mesita, con mi aún joven mujer tendida al costado, la Casa de las Bellas Durmientes de Yasunari Kawabata. Nuestra historia, es decir la del libro y yo, es larga y azarosa, llena de meandros y tiempos muertos (o más bien contemplativos), tal vez demasiado íntima, aún así creo que merece ser contada.

Hace doce años dos sucesos sin aparente relación despertaron mi curiosidad por las Bellas Durmientes. Después de alguna de las clases de japonés en la Universidad Nacional, dos compañeros buscaban terceros para zanjar un desacuerdo profundo: lo que uno pensaba era una obra maestra, llena de sensibilidad y ensoñación, para el otro no eran sino las perversiones de un viejo libidinoso. No sabía de la existencia del libro y la descripción que ofrecían no era definitiva: se trataba de un libro sobre un prostíbulo particular, donde viejos seniles podían ir a disfrutar los dones de jóvenes narcotizadas que no les hicieran sentir pena de sus vergüenzas. La discusión tenía un trasfondo sospechoso: quien defendía lo sublime en aquella historia de viejos y putas era una mujer, y quien la vilipendiaba era un hombre. La sola trama del libro no era suficiente para tomar partido pero el morbo y lo particular de la discusión se me quedó grabado.

Con Kawabata vine a intimar por esos mismos días gracias a una bonita edición del País de Nieve que saqué prestada de la biblioteca del papá de un amiga. Aunque estudiábamos la misma carrera, a ella la conocí por un evento en otra universidad, después del cual bailamos toda la noche con una orquesta en el Centro de Convenciones Gonzalo Jimenéz de Quesada. Bebimos y giramos merengues hasta el enajenamiento. Ahora que vivo en un lugar donde no es común bailar en pareja, estremece mucho más de lo normal recordar el efecto que tiene tomar a un otro por la cintura, ajustar a discreción y entrar en ese terreno misterioso de una esfera personal ajena. Mas que el dedo que explota una burbuja de soledad, parece un arponazo que la desgarra.

Luego visité a mi amiga un par de veces en su casa en planes no académicos, donde tomamos cervezas importadas, conocí el eneldo, con el cual se puede preparar pescado, y descubrí a Kawabata. La amistad con ella continuó pero la exploración de la biblioteca tuvo un final precipitado. Un sábado santo mientras charlábamos despreocupados mucho después de la cena, los padres decidieron ir a la vigilia pascual, arrastrando al resto de familia, sólo para zafarse de este tipo tan charlador hasta esas horas de la noche. No hubo otra visita.



País de Nieve sigue siendo el nombre que viene a mi mente cuando alguien pregunta por mi libro favorito—hoy en día algo que pasa mucho menos a menudo porque los adultos son gente hosca que no pregunta trivialidades. La portada de la edición tenía una figura que luego entendí era el peinado de una geisha—al principio creía que era el pétalo de una flor. La firma del papá de mi amiga estaba en la primera página y creo que una fecha, seguramente la de la compra del tomo. Luego la célebre escena del tren saliendo del túnel y entrando en el país de nieve, que corresponde a la parte occidental del noreste de Japón, la que vendría a ser con el correr del tiempo mi segundo hogar. Bastará con decir que la historia del amor imposible de un hombre adinerado y una aprendiz de puta fue otro tipo de arponazo. No hay tiempo para describir la sutiliza con que aquella trampa de sensiblerías en medio de la austeridad de sentimientos que impone una relación comercial va asfixiando al lector en la misma medida en que le complace. El caso es que desde entonces tuve claro que a Kawabata habría que volver.

Sin embargo, pasaron bastantes años antes de que las bellas durmientes cayeran en mis manos. Ese libro se suma a una no tan larga pero angustiosa lista de obras notables que las librerías bogotanas no se dignan (o dignaban, ahora no se) a inventariar. Dentro de mi lista estuvo Un yankee en la corte del rey Arturo, la obra completa de Sherlock Holmes—no las compilaciones arbitrarias que se les da por publicar, sino los volúmenes originales preparados por Sir ACD—y algunas novelas y cuentos de Lovecraft. La entrada más dramática de esa lista fue Las Metamorfosis de Ovidio, ya que por culpa del libro cuasi homónimo de Kafka, pocos libreros lo distinguen de entrada, haciendo de la peregrinación de tienda en tienda una penosa tarea de alfabetización sobre el que es hasta donde entiendo el mejor compendio de mitología griega escrito en aquellos tiempos. Creo que de ahí viene que no me haya nacido leer nada del austriaco.

Cuando dí con el libro entendí la razón de la escasez. Lo pregunté por curiosidad en esa librería pequeña pero fenomenalmente surtida en la 72 con 15, al lado de la siempre deslumbrante y en metástasis Panamericana. El librero no lo tenía en el momento pero lo podía conseguir en un par de días; advirtió, con un énfasis singular, cual era el precio del tomo. Dije que no había problema y me fui incrédulo de que en la ciudad funcionaran esos pactos informales sin dejar ninguna otra garantía  que la palabra. En la fecha indicada, un librito de un poco más de cien páginas, tapa blanda y tipografía inquietantemente grande se me entregó por lo que ahora parecía una fortuna.

Al contrario de lo que se podría esperar, no devoré el libro al instante. Vivir lejos, sin acceso a literatura en español ha hecho que mis visitas a las librerías se hayan convertido en la búsqueda compulsiva de un heroinómano. Así que las bellas durmientes se sumaron a la pila, y ahí se quedó por varios años.

Supongo que la espera también tiene que ver con las intenciones que de cuando en vez me entran de leer autores japoneses en su idioma. Un propósito frustrado hasta ahora, si no contamos la forzada lectura de Kitchen de Yoshimoto Banana, un cuento de Murakami al que no le vi luego sentido, y los mangas que compro cuando vienen recomendados. En últimas, leer en español es más cercano al corazón y si uno no consume lo que producen los traductores no puede esperar que se hagan muchas más y mejores traducciones para que todos podamos disfrutarlas y compartirlas.

Dejar los libros esperando en el estante también proporciona un placer diferente, como el añejar de un vino en la cava de la libido. Esa tal vez esa la principal arma de seducción de las obras de Kawabata, que se concentran en retratar en toda su imperfección lo que va desde las ansias de sensaciones del cliente hasta la nunca satisfactoria concreción del acto. Comprar y leer en el acto es un tipo de onanismo literario, un goce estéril—aunque como goce, merezca su espacio. Sacar el libro de su reposo cuando se está seguro que ha llegado la hora es una apuesta por multiplicar el placer, la cual no siempre sale bien pero vale la pena arriesgar.

Importante anotar que la incompletud que sufren los personajes de Kawabata no tienen que ver con el dinero. Ninguno de ellos tiene problema en pagar por los servicios que se imaginan que quieren, pero no todo es posible porque el corazón es caprichoso y el cuerpo se marchita. Aún así, los clientes vuelven porque ese periodo entre que se adquiere el libro hasta que se le intenta poseer es el que les permite llenarse de ilusión y recordar con mayor vivacidad otros tiempos en los que el placer fue más trascendental—quizá porque en la memoria todas las imperfecciones del hoy se hacen a un lado y se recuerda sólo el orgasmo, pues de lo contrario no se volvería a pasar todo el trabajo para llegar a él. De hecho, el viejo Eguchi se la pasa la mayor parte de su tiempo recordando otras felicidades que las turgencias de las bellas evocan. Con el tiempo, son los recuerdos los verdaderos protagonistas de las nuevas experiencias.

La espera también da tiempo para que el azar aderece la relación con fantasías de confabulaciones del destino. Así es que unos meses atrás leía Corazón tan blanco de Javier Marías, sobre quien creo había escuchado algo pero sólo compré cuando lo recomendaron en Marginal Revolution, un blog de economistas. La contraportada dice algo así como que es el mejor libro escrito en mucho tiempo pero a mí me iba cansando el tono repetitivo con el que el protagonista rumia los detalles de la trama—claro que la historia del pirómano del Museo el Prado es muy buena. En un paseo por Nueva York, mientras el protagonista espera que la amiga donde se está hospedando culmine una relación sexual que ha convenido por correspondencia con un sujeto misterioso, Juan entra a una librería y compra "un libro japonés por el título, House of the Sleeping Beauties se llamaba en inglés, el título no me gustaba pero lo compré por él". Es un detalle intrascendente para la novela, ¿tal vez una carnada para los curiosos? ¿Un elemento simbólico de significación profunda? No creo, con esa presentación tan insustancial. Sin embargo, para mí fue un clic de endorfina que me permitió acabar rápido con aquel drama de chispa retardada y dedicar mis noches a las bellas durmientes.




No fueron muchas las noches que pasé este verano con las vírgenes narcotizadas; suficientes para no olvidarlas, no tantas que hastiasen. Estos y otros recuerdos menos decentes—que aún no estoy tan viejo para contar sin vergüenza—se atropellaron con los del viejo Eguchi y completaron la potente dosis del veneno de Kawabata. La palidez de mi esposa tendida a la luz de la lámpara fue un escenario único para nuestras nostalgias. Eguchi siempre mantiene a su esposa en otra dimensión, de hijos y el hogar, que no se cruza con lo que son las bellas durmientes para él. Tampoco piensa que sea correcto, acepta que es malo en cierta medida, pero es lo que él es.

Me asaltó en algún momento la duda de si las mujeres tienen una oportunidad semejante de conocer el mundo que los hombres conocen a través de los burdeles. Si la compañera que hace años defendía lo sublime del libro llegaría a sentir tan íntimamente lo que Kawabata ponía en la mente del viejo. Esto no es razón de orgullo, por supuesto, pero sí es un mirada distinta a la naturaleza humana, a las fuerzas que siglos de civilización no consiguen doblegar. La duda no duró mucho porque el viejo Eguchi tenía un recuerdo apropiado que la bella de la noche supo evocar: una de sus últimas amantes fue una mujer casada con un extranjero. No me lo tomé a mal, fue más como una advertencia y  un mal agüero. La advertencia queda aquí escrita para que no se pierda entre la multitud de recuerdos, y el agüero se terminó de conjurar en la suerte final del viejo Eguchi, que bien debería leer todo aquel que haya llegado hasta éste, el punto final de la historia de un libro de un poco más de cien páginas.


jueves, agosto 09, 2012

In memoriam


domingo, junio 03, 2012

Far away, far away

Las gentes de nuestros días están acostumbradas a sentir cerca a sus seres queridos, incluso a los conocidos que por los nuevos medios se van haciendo querer. Una vasta infraestructura para el cariño está al alcance de cada vez más humanos. No pasa un día sin hacer pública la existencia, cruzando mensajes con otros a pocos o muchos kilómetros de distancia. Después del imperio del auricular, el reino es compartido ahora por los crípticos mensajes de texto o la más completa experiencia de las video llamadas. Atrás van quedando los viajes demasiado lejos como para no poder dar señales de vida. Las despedidas ya no son lo de antes.

Pero deberían.

El lunes pasado un incendio en un centro comercial de la capital de Catar, Doha, cobró la vida de diecinueve personas, trece de ellas niños.  El fuego afectó una guardería, razón detrás del trágico saldo. La noticia habría pasado inadvertida entre tantos infortunios diarios si una de las trabajadoras muertas no hubiese sido una filipina, quien al verse rodeada por la emergencia llamó a su abuela en Cotabato, pidiendo ayuda, diciendo que se moría. La prensa del país por supuesto cubrió la noticia con detalles, presentando como es costumbre el cuadro del abnegado trabajador filipino que en cualquier rincón del mundo se juega la vida por unos pesos que envía sagradamente a su anhelado hogar en el archipiélago. La historia tiene mucho de cierto, pero me pregunto si este cordón umbilical indestructible no tiene su parte en la tragedia.
 
La ilusión de la cercanía es una trampa de cariño: le da al que se queda un consuelo engañoso y al que se va una carga tal vez demasiado pesada. Por más llamadas y mensajes que se intercambien al día, el que no está sigue ausente en su forma más esencial. No se le puede proteger. Mientras tanto, la constante confirmación de los vínculos filiales dificultan al que se va integrarse a su nuevo ambiente. Esto suena superficial para que ve en ello sólo un aderezo social al objetivo último del eterno retorno. Pero, en últimas, las vidas de todos nosotros dependen en mayor medida de los que nos rodean que de los que nos quieren. El tiempo que se le dedica a unos es tiempo que no se le da a los otros, y el balance correcto nadie lo sabe.

Tal vez no sea el caso, pero aquella última llamada de la niñera filipina en Catar parece ser testimonio de esta trampa de cariño. Puede que todo ya estuviese perdido y que la tecnología le haya brindado la oportunidad de aquel romántico último adiós. Pero no está de más preguntarse si una llamada diferente hubiese podido hacer la diferencia en la adversidad.

jueves, mayo 31, 2012

Indignación

La indignación es la respuesta trivial a la complejidad de la vida. No tiene pierde. Se alimenta de sí misma y no permite dudas. Es categórica. 

La indignación es una respuesta automática del cerebro humano. Así como se retira la mano de una olla hirviendo, la indignación invade cuando se olfatea una injusticia, una arbitrariedad, una falta mayor, dejando el sentimiento en flor. 

La indignación es ISO 9,000, control de calidad de la moral humana. Una vez obtenido el sello, se tiene licencia para ir por la vida sin cuestionarse demasiado. No indignarse es de parias. No indignarse indigna.

La indignación es legión, pero es una legión perezosa. Se satisface al verse reflejada en mil espejos, lo que la convence de que la justicia es inminente—sin importar lo que ello signifique.

La indignación no parece tener reemplazo. Tal vez el miedo, la tristeza o la resignación. Pero ninguno de esos enaltece ni une en la oscuridad social. Suyo es el reino.

sábado, abril 07, 2012

Omelet



Marcela ojeaba detenidamente las páginas de su libro. En su mente recitaba, con el solo paso de la vista, formulas, terapias, procedimientos, medidas, y un sin fin de por menores sobre su oficio, cosas que había aprendido hace ya tiempo. Las páginas estaban llenas de diagramas, fotos, instructivos que Marcela era capaz de dibujar tan sólo con que le dieran el número.

Un par de horas antes, cuando aún el sol no se asomaba, empezó su día: a tientas, se puso las chanclas y se arrastró en la penumbra hasta la puerta contigua. Lo único que se podía oír a esa hora de la madrugada eran los trinos de algunos pajaritos, esos que se huelen que el sol ya sale y se regocijan en las postrimerías de la oscuridad. Con un movimiento mecánico encendió la luz del cuarto de Felipe, su hijo; él gruñó entre las cobijas y Marcela no dudó en repetir lo de cada mañana: “Levántate que se te hace tarde”.

La cafetera había quedado lista desde la noche anterior, sólo bastaba con oprimir un botón. Sacó una fruta de la nevera y la puso en la mesa. Era entonces cuando venía la mejor parte de la mañana, la que develaría el destino del día e iluminaría el futuro, el encuentro matinal con el impulso divino que rige al mundo: siempre revueltos, los huevos.

La mantequilla, en su medida exacta, dispuesta en el sartén antes de comenzar el calentamiento (suave y preciso), inicia una danza sutil a lo largo de la fina capa de teflón, dejando a su paso una estela lípida heterogénea. Esta danza permite vislumbrar en sus contornos el porvenir abiótico: en ella se ven las lluvias, los vientos, las nubes, el sol, incluso grandes sucesos como terremotos, heladas o inundaciones. Marcela recordaba haber presagiado eventos naturales en lugares muy lejanos cuando su magnitud era monumental, como un tsunami en las costas japonesas, o una erupción volcánica en las islas Fiji.

Luego venían los huevos. Dos, tomados al azar de una canastilla que siempre tenía veintitrés, vertidos al tiempo desde cada una de las manos de la médium. Las primeras salpicaduras producidas por el choque de las tres masas en cuestión, los dos huevos y la mantequilla, continuaban el trance vaticinador de la operación completa: su intensidad, la magnitud horizontal y vertical del vuelo de las gotas ardientes, su sobresalto y cantidad, llevaban cifrado el mensaje del sino propio de la vidente. Con una apropiada lectura de estos factores se podían esperar días emocionantes o sosegados; las distintas mediciones revelaban viajes, auguraban visitas sorpresa, la llegada de correspondencia, indicaban de manera precisa el estado de su ciclo menstrual.

Por último, quedaban los huevos en sí. Una vez en el sartén (obviamente inermes, pues sufrir alguna fractura en la caída era una afrenta fatal, que le significaba a la pitonisa ser abandonada de la gracia de los dioses hasta que no redimiera su falta de discreción con un sacrificio personal), era preciso proporcionar una mezcla específica, compuesta de un protocolo propio de movimientos cuidadosos que rompían la uniformidad inicial sin llegar a la otra homogeneidad de las tortillas comunes, en las que un tratamiento exagerado las postra a su vulgar simpleza. Esta mezcla debe ser propinada con una cuchara de palo, treinta centímetros de largo, con terminación en pala plana, sin ningún orificio ni rasgadura, elaborada de un tronco de roble cortado en luna llena por la propia practicante. Los movimientos precisos de la cuchara deben ser acompañados de la adición constante de dos pizcas de sal: factor crucial por el cual la cultista de este arte debe desarrollar una habilidad especial para propinarse, con una sola mano, tal cantidad, evitando discontinuidades en su flujo hacia el sartén. En una época Marcela utilizó la cavidad formada entre sus dedos gordo e índice, pero requería de un recipiente especial para poder sumergir su mano entera en la sal, lo cual había empezado a generar sospechas de los profanos a su oficio (amenaza que también podía costarle para siempre su don), motivo suficiente para desarrollar un doble atropamiento de pizcas entre los pares corazón – índice y gordo – anular. Lograda la adición y mezcla perfecta, sólo se disponen de trece segundos para retener el mensaje oculto en las casi infinitas formas proteicas, blancas y amarillas, fusionadas al instante. Cumplido el tiempo, todo se desvanecía en una solidez inerte, tras la cual los huevos se disponían en el plato y Marcela se sentaba, exhausta, a digerir toda la información.

Eran muchos otros los datos que ella debía tener en cuenta: la hora universal, la intensidad lumínica y sonora de todo el evento, la velocidad y dirección del viento, la fase lunar, las posiciones  planetarias y estelares, la temperatura y la presión ambiente. Todo esto entraba por todos y cada uno de los sensibles poros de Marcela, y se conjugaban en su interior hasta que la certeza iluminaba su razón, de un momento para otro, y la verdad del destino se hacía evidente. Marcela permanecía ensimismada, imperturbable, sentada a la mesa; Felipe, mientras tanto, se comía los huevos.

Acabado el desayuno, Felipe se despidió con un beso en la mejilla y Marcela respondió entre dientes alguna cosa que él no entendió. A ella, esa mañana, no le llegaba la chispa reveladora. Repasó en su mente todos los pasos, estaba segura de haber hecho todo bien. Preocupada, no volvió a descansar a su cama, como era su costumbre, sino que sacó uno de sus libros, esperando que si se abstraía en sus contenidos, llegaría a ella de improviso el gran momento.

En su cuarto empezaron a escucharse pasos apresurados y un refunfuñar: a su marido ya se le había hecho tarde para salir al trabajo. El alboroto la distrajo de su invaluable labor matutina. Calentó el café y se lo entregó a su esposo, que lo esperaba atorado con un pan entero en la boca. Observó con gracia como tragaba y a la vez arreglaba el maletín. Le acomodó el vestido mientras él terminaba de engullir. “Gracias mi amor” dijo él, le dio un beso y salió. En ese instante, con la sola energía sonora de ese beso, se desbordó el torrente onírico y se compactó en una única certeza. El anhelado resultado del proceso cabalístico de los huevos. Suspiró. Finalmente ese iba a ser un día normal. “Igual, las cosas importantes de la vida pasan un día común y corriente” pensó, con una sonrisa de satisfacción en los labios, mientras lavaba los trastos.

(firmado Vesta en su versión inicial, circa 2002)

domingo, marzo 25, 2012

Animales maravillosos y ciencias sociales


Elefantes en Nikko, Tochigi

Hubo unos años antes de que el Shogunato Tokugawa se decidiera a cerrar su fronteras al mundo durante los cuales los moradores del archipiélago japonés alcanzaron a enterarse de algunos detalles sobre como era el resto del mundo. Cosas insignificantes para la época como que la gente celebraba los cumpleaños, que el mundo mismo era redondo y que existían tierras lejanas donde habitaban todo tipo de criaturas extrañas. 

Sin fotografía o medios masivos para viajar, la dispersión de este conocimiento se hacía así, a las oídas; las descripciones de aquellos lugares misteriosos pasaban de boca en boca, se incluían en algunos textos y luego eran traducidas de nuevo en imágenes. 

Fue así como fueron concebidos algunos de los animales salvajes que adornan los templos en Nikko, 140 Km al norte de Tokyo. Al elefante de la derecha, por ejemplo, le cae la barriga como si fuera una ballena. Las orejas le salen en tubo cual lirio, y la cola parece ser la de un caballo. Dadas las licencias poéticas a las que tienen derecho los artesanos, no se puede ser muy exigente con el color, y más de uno coincidirá en que es relativamente sencillo describir una pata de elefante—aunque las uñas se ven un tanto garrudas. 

Un proceso un poco diferente es el que sucedió con las jirafas. En japonés, 麒麟 (kirin) es el nombre con el que se conocen a estos cuadrúpedos de cuellos larguiruchos, el cuál se utilizaba antes para describir un animal mitológico proveniente de la tradición china. Estos últimos eran una especie de unicornio atrigado cuyo cuerpo permanecía rodeado en fuego. Según Wikipedia, después de que un viajero chino trajo del África un par de jirafas y las instaló en la bonita Nanjing, la criatura mitológica y la bonita jirafa convergieron en la iconografía del este asiático. Un bonito ejemplo de (casi) todos los días es el logo de la cervecería Kirin, una de las más importantes de Japón.


De esta historia me acordaba el otro día que entre a escuchar una charla de un profesor de Rutgers sobre la situación de la guerra contra las drogas en México.  El profesor sacaba cifras de muertos, usaba diapositivas con mapas, contaba de que familia era cual, de cual otra Pascual; quien le hizo que a quien, como el otro se vengó y como el otro se re-vengó y así hasta el sol de hoy. El público, bastante reducido por cierto, escuchaba sin inmutarse, tal vez un poco por la forma de ser del japonés y otro poco por la tediosa traducción no simultánea. De los detalles más macabros de la violencia manita, el profesor pasó a culpar al modelo capitalista y neoliberal de todos los males del mundo. Un estudiante comprometido le preguntó que podían los japoneses hacer para ayudar a México a superar este problema. El profesor, claramente en problemas porque en la isla poco se consumen drogas, después de balbucear algo sobre la Yakuza dijo algo sobre ser menos capitalista y neoliberal...

En medio del circo ¿qué imagen pintaría de México quienes escucharon aquella historia? Aún con todos los adelantos tecnológicos que existen y siglos desde el advenimiento de la Ilustración, las imágenes que trasmitimos de otras realidades mantienen ese misticismo de maravilla que transportaban los viajeros de épocas remotas. Tan fácil como es cuadrar el enfoque para que no salga un elemento importante que desvirtúe la foto que se quiere tomar, es contar una historia que reduzca una sociedad y una geografía a una guerra entre emprendedores violentos. Dirán que las estadísticas son la respuesta, pero estas son a su vez reducciones con sus propios problemas

¿Qué tan oximorónicas son las ciencias sociales? ¿Dependerá de quién pinte los morracos? Tal vez.  


domingo, marzo 11, 2012

2:46

Se pasa el aniversario y sigo perplejo. Tantos sentimientos encontrados, tanto ruido adentro y afuera, tanta información entrando y saliendo por todos los sentidos; sólo atino a sentirme aturdido, atragantado de cosas que no se pueden expresar, pronto a criticar todo lo que se dice pero incapaz de decir algo sensato. He leído por ahí que no soy el único pero ¿cómo nos encontramos los que nos quedamos sin voz? ¿Cómo reconfortarnos?

Hay una verdad de a puño que los que fotografían, escriben en los diarios o salen en la tele entienden sin rechistar: es ahora o nunca. Nadie va a leer en una semana sobre el aniversario. Aún si se hace sin interés económico, el aniversario es la oportunidad de explotar la atención general. 

Por otro lado, es doloroso andar pensando en esto todo el tiempo. El otro día de visita en Kesennuma, mientras escuchaba los discursos sentidos de unas esposas filipinas afectadas por el tsunami, le pregunte al sacerdote que me acompañaba cómo podía soportar esas lágrimas todos los días. "De esto no hablamos nunca" contestó. Ahí entendí la ridícula tortura a la que me someto como investigador, la misma a la que se dejan todos los que ven noticieros todos los días. El dolor se entierra, la vida sigue. Si uno anda por ahí preguntando por el sufrimiento de la gente no puede esperar terminar el día feliz. El aniversario esta ahí para abrir la represa, desaguar y seguir adelante. 

En conclusión, para no perder la oportunidad, unos comentarios sueltos con las fotos del día. 

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Habían tres opciones para las ceremonias de hoy: la solemne, la rimbombante y la académica. Sin muertos en mi círculo más cercano, las actividades de la alcaldía no eran una opción. Luego en la televisión mostraron que todos los asistentes fueron de luto, muestra de que fue la decisión correcta. La rimbombante era ir a escuchar a Yunus, el nobel de paz, hablar sobre los negocios de interés social. No. Así que me quedé con los tecnócratas, los de siempre.


A pesar de como lo anunciaba la pantalla del recinto, así como las horas y horas de filmación que se tomaron hace una año, lo de aquel día no fue una película.


A la salida del evento empezaron las velas. Velas y flores aquí y allá.


No dejo de pensar que es de mal gusto que este nuevo edificio de almacenes en un lugar central de Sendai haya decidido abrir sus puertas por primera vez al público en estos días. ¿Esperaban subir el ánimo de sus conciudadanos con sus ofertas? 

No obstante, algo que ha sido muy claro durante este año es lo importante que son las empresas y el comercio en general para mantener una ciudad a flote. Donde hay almacenes hay luces, hay gente, circula la riqueza, hay vida. Las zonas costeras arrasadas por el tsunami son unos desiertos, y los pocos oasis son las tiendas provisionales donde se hace la compra y se relaja el corazón.


La zona roja de Sendai ha vivido un renacimiento después del terremoto como ninguna otra. En los días más oscuros de hace un año circulaban rumores sobre su posible quiebra ¿Quién iba a venir a divertirse en medio de tanto dolor? El pánico duro bien poco: primero se encargaron de distribuir alimento a los necesitados, luego se llenaron de las historias de los voluntarios, y últimamente propinan alivio al cansancio de los obreros que reconstruyen la región. 

Claro está, hoy estaban los negocios medio vacíos.


El edificio de la alcaldía señala el día mientras en las carpas se celebra un evento para darle gracias a todos quienes apoyaron la ciudad este año. Mientras veía las fotos, la alcaldesa pasó por mi lado y nos miramos un momento. La reconocí pero no me atreví a decirle nada. Encontrarla, en todo caso, me tranquilizó de algún modo que no entiendo del todo.


En el edificio contiguo usaron las luces para escribir el caracter con el que han descrito en el país el año pasado "絆" (kizuna) que significa lazos humanos. Muchos comentaristas han comentado la fuerza con la que la sociedad ha respondido a la tragedia. Pero, ajustado al contexto, creo que todos los humanos somos así: celebrantes y víctimas de la empatía. Más sorprendente es que tengan un sólo ideograma para simbolizar algo tan profundo.


En el piso escribieron "gracias" con velas que cada uno de los asistentes donó a la actividad. En los vasos cada quién escribió un mensaje que, me temo, terminará por quemarse.


Toda la semana, todos los medios han venido presentando el aniversario desde infinitos puntos de vista. Los desplazados, los que sobrevivieron de milagro, los que perdieron todo, los que aún buscan, todos han tenido un espacio. Se ha comentado la recuperación, los problemas, los avances, las perspectivas. Tanto se dijo y se presentó, que no se me ocurría que iban a dejar para el día señalado. Me da pena admitir que no haya podido imaginarlo. En cuatro páginas como estas, el periódico reprodujo cada uno de los nombres de los 19009 muertos y desaparecidos. 

Otra cosa que me atormentaba sobre el aniversario en esta guerra conmigo mismo brilló por su ausencia. Muchas veces durante este año critiqué que, a pesar de llevar la peor parte, todos los simposios, reuniones, decisiones importantes tuvieran lugar en Tokyo. Cuando hace unos meses se decidió que la ceremonia a la que asistirían los más importantes personajes se haría también en la capital, no pude dejar de sentir decepción. Cuál será mi sorpresa al enterarme que durante todo el día, en la televisión local de Sendai ningún canal parece haber pasado noticias sobre los eventos fuera de la región--Fukushima, Miyagi e Iwate. Ni siquiera la presencia del emperador después de su operación hace dos semanas desvió la atención del público local hacia las víctimas. En el resto del país si estuvo en todos los canales, por supuesto, pero no deja de ser una muestra del profundo respeto que esta sociedad tiene por cada uno de sus miembros. 


Broche de oro. No faltó en las noticias la historia del bebé que nació hace un año ni del bebé que nació hoy. Que imprescindible recordar que no sólo cosas tristes se celebran los onces de marzo de hoy hasta el fin del mundo. Sin embargo creo que los periodistas sufren de un sesgo nada despreciable al incluir sólo aquellos dos casos en esta sección de su cubrimiento del aniversario. Hace falta la noticia del bebé que fue hecho aquel día. Esa sí que es una muestra del vínculo humano en la adversidad. Tal vez el mejor polvo de la vida.

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Un amigo me dijo que le dio muchísimo más duro cumplir 31 que los mismísimos 30. Para estos últimos hay toda una preparación, muchos planes, reflexiones, festejos y algarabía. Pero llegan los 31 y uno simplemente es más viejo. Lo mismo puede que aplique a este y tantos otros aniversarios. La promesa es entonces encargarse de que no pasen los aniversarios tan a la ligera mientras queden fuerzas. 

Esperemos que la perplejidad lo permita.

Okamoto Kozo



Hace casi un año, los mejor informados notaron no sin suspicacia como el triple desastre representó en cierta manera un avance. En medio de la incertidumbre y presionados por el pánico de algunos, los japoneses no salieron a las calles a asesinar extranjeros. Rumores sobre violaciones y robos que los foráneos estarían aprovechando a perpetrar se dejaron escuchar una vez más, tal como en aquel septiembre de 1923. Esta vez un par de chinos fueron arrestados preventivamente, algunos voluntarios fueron acosados por la policía, grupos de vigilantes fueron formados en algunas zonas damnificadas, dueños de negocios se quedaron a dormir en sus locales para defenderse de los asaltantes, y japoneses aquí y allá hicieron comentarios discriminatorios. Pero nada como los entre 2500 y 6000 mil coreanos que se creen fueron masacrados entre autoridades y comités de vigilancia. 

Pueden haber varias explicaciones para esta mejora, pero lo que nos preocupaba aquella tarde charlando no era lo bueno que es que no salgan a matar gente extraña, sino el miedo que aún persiste al otro. Entonces la profesora japonesa recordó una de las razones que la movieron a dejar Puerto Rico.

Okamoto Kozo, recordó ella, ¡que nombre tan bonito! El hombre, estudiante de ciencias forestales en la Universidad de Kagoshima desembarcó en Tel Aviv junto con dos compañeros estudiantes de ingeniería en la Universidad de Kyoto. Llegaron vía Francia para no despertar sospechas. Recogieron sus maletas y echaron un ojo a ver si encontraban alguna forma de ir hacia la torre de control. Seguro no tardaron en desanimarse: Israel estaba como siempre en alerta máxima luego de que tres semanas atrás un grupo de palestinos secuestrara un avión proveniente de Viena, esperando canjear a los pasajeros por prisioneros.

La cosa no salió bien para los terroristas esa vez, aunque los pasajeros casi salieron ilesos. Fue entonces cuando Okamoto y sus colegas del Ejercito Rojo Japonés entraron en la escena para vengar la causa palestina. La torre de control debió parecerles un blanco simbólico: sin el centro de coordinación cuantos aviones no se verían obligados a sufrir aterrizajes de emergencia o colisiones,  advirtiendo al mundo entero del tamaño de su poder. Pero la cosa no era tan fácil con tantas fuerzas armadas custodiando el lugar. Tal vez los nervios también les obligaron a precipitarse. Abrieron sus maletas, sacaron sus rifles automáticos Vz. 58 y empezaron a disparar indiscriminadamente en el terminal. 

Los colegas de Okamoto terminaron muertos con las otras 26 víctimas de sus balas. Aquel mayo del 72, Okamoto fue apresado y años más tarde canjeado por prisioneros en el Líbano, donde aún vive exiliado. Su apoyo a la lucha parece imperecedero, aunque parece que alguna vez dio indicios de disculparse con sus víctimas, 8 nacionales israelíes, entre ellos un famoso científico, una ciudadana canadiense y 17 peregrinos puertoricenses. 

La profesora estaba por entonces aprendiendo español en la isla y la noticia le cayó como un balde de agua fría. Imaginó lo peor una vez se divulgara la noticia. Quizá no los grupos de vengadores ajusticiando japoneses por las calles de San Juan, pero de seguro un estigma constante por compartir la nacionalidad con los terroristas. Esperó por algún tiempo que el gobierno pidiera disculpas pero no hubo caso. En últimas, por esta y otras razones, incluyendo que exponerse a aquella vida en Puerto Rico no había sido la elección de su hijo sino propia, tiempo después la profesora volvió a su país. 

¿Fue aquella decisión producto de miedo al otro? ¿O es aquello de identificarse con las culpas de los nuestros lo que hace responsable a una sociedad? No se. El caso es que de Okamoto Kozo no existe entrada en español en la Wikipedia, aunque la masacre en el 2006 se volvió un día especial en Puerto Rico para educar a los isleños sobre el terrorismo. Que oportuno. Cada cultura apila aniversarios a su manera.

domingo, febrero 26, 2012

Víctimas de nuestra humanidad


Visto en los canales de Tokyo (el primero es la NHK)

De todo lo que se ha dicho, hay una característica del tsunami del año pasado que tal vez no se ha comentado lo suficiente: este ocurrió en el lugar del mundo que más preparado estaba para enfrentar aquellas olas gigantescas. La costa estaba protegida por barreras de más de cinco metros en los tramos habitados, unos monstruos horrorosos que los ajenos veíamos como una afrenta al paisaje marino. En los sitios más vulnerables, como los puertos, también existían corta olas en el mar. Por otro lado, las "fallas" tectónicas del archipiélago están cuidadosamente estudiadas. Los sistemas más avanzados de detección envían una señal a la NHK que inmediatamente pone la alerta, incluso antes de que el terremoto sacuda la zona. De ahí en adelante, se tienen como mínimo treinta minutos, en muchos sitios un poco más, para buscar refugio. Incluso, los pueblos en mayor riesgo aún conservan sistemas de parlantes distribuidos por la ciudad por los que se avisa del peligro desde la alcaldía, mientras una sirena estridente pone a todos en guardia. 

A pesar de todo esto, un poco más de diecinueve mil personas murieron. ¿Por qué? Esa es tal vez la pregunta que más atormenta a muchos, si no a todos los expertos—en su mayoría ingenieros. Primero que todo, es difícil pensar en ir un paso más allá de lo que ya la técnica ofrece. Los pronósticos de la ola se generan en minutos y se refinan en cuestión de media hora. El diseño de barreras está limitado a su costo, que llega a los billones de yenes, y que esta vez se observó no son garantía. Antes al contrario, la gente piensa que como hay barrera entonces no hay peligro. En la foto de abajo se puede ver en azul la zona que se pensaba estaba expuesta a las olas en Sendai y en rojo el área afectada.


La anterior es una pista de que la respuesta está más allá de lo que la ingeniería puede dar—y en la que la técnica puede pasar de protector a trampa mortal. Sin embargo, el problema es que a los que se murieron no se les puede preguntar porqué no escaparon. Un grupo de investigadores en la Universidad de Tohoku se han aventurado a preguntarle a los familiares de los desaparecidos porqué creen ellos que sus seres queridos se murieron y algunas pistas han conseguido. Pero la utilidad de esta información. me parece, es menor que el límite ético que transgrede—aunque puede que dependa de la manera en que se haga—puesto que periodistas de la NHK han llegado a resultados iguales sin tener que dar aquel paso.

De acuerdo a sus estudios, las respuestas psicológicas que afectan la evacuación son por lo menos cuatro. Primero está el sesgo de normalidad: que después del temblor la gente piense que todo va a estar bien. Esta es quizá la gran tragedia de la técnica, porque su raíz está en la naturaleza misma de la labor de los ingenieros de tsunamis. ¿Si lo que ellos hacen no es para ponernos a salvo, entonces para qué sirven? 

Una conclusión interesante respecto a este sesgo es que más información no incrementa la seguridad. Si a la población se le dice la escala del terremoto y la altura esperada de la ola se les pasa a ellos la responsabilidad de juzgar si es necesario o no evacuar en su caso particular. Un reporte del gobierno publicado en septiembre concluyó que es mejor decir que una gran ola viene—aunque se pasa por alto el problema de los falsos positivos, o sea la gente que se muere por escapar de un tsunami que no viene.

La segunda respuesta es el sesgo de conformismo, que la gente se reúna después del temblor y se sientan a salvo entre ellos. Este problema tiene unas implicaciones profundas para la reacción a desastres, porque el grupo puede dejar de valorar la información del exterior suponiendo que el otro sabe lo que está pasando y así, entre más grande el grupo, menos informadas son las decisiones. Los investigadores también asocian esto al hecho de que un número de gente murió arrastrada en sus carros esperando a que se moviera la fila—aunque algo del sesgo de normalidad puede que tenga que ver en este caso.

El tercero y cuarto atenuantes psicológicos están íntimamente relacionados y tienen unas implicaciones profundas en los límites de la evacuación contra tsunamis. Por un lado la gente tiene esa horrible tendencia a ayudar al prójimo, de preocuparse por los demás después de un evento catastrófico. Otro tanto de las víctimas fueron arrastradas mientras iban camino a buscar a sus hijos, a sus padres o a otras personas que sabían vulnerables. Por el otro lado, algunas personas prefieren morir a perder todo lo que con esfuerzo han acumulado durante su vida. Se hunden con su barco, tan simple como eso. Los investigadores sugieren que los primeros se encuentran a su paso con los segundos y en ello se consuma su tragedia.

Todo lo anterior apunta a una simple recomendación: en caso de emergencia, cuídese a sí mismo.

Trivial para el observador casual; una petición imposible, un lavado de conciencia para los expertos, en mi opinión. El 65% de las víctimas fueron mayores de 60 años, ¿qué proporción de ellos requería ayuda para escapar? La conclusión parece darlos por perdidos, lo que no es cosa sin importancia si se tiene en cuenta la manera acelerada con la que envejece la sociedad japonesa.

Además, ¿cómo tomaran este concejo quienes perdieron a sus seres queridos mientras ellos escapaban? ¿Cuáles son las consecuencias psicológicas de este desenlace? Mientras un bombero voluntario se perdía en el lodo tratando de que toda la gente de su zona evacuase a lugares altos, los médicos de un hospital geriátrico salieron corriendo y dejaron sus pacientes a la merced de aquella muerte fría. ¿Cómo vivirán su vida de acá en adelante?

Muy en el fondo, supongo que algo de razón tienen. Para cada quién es mejor estar vivo que muerto. Pero ¿no está la unidad de la comunidad cimentada en la vidas de sus héroes? ¿No es este mismo afecto por los demás el que sacará la región adelante? ¿Cómo será una sociedad en la que se salven sólo los más fuertes? Tal vez sea preferible, como dice Parfit, dejar de pensar que la propia vida sea tan importante.

Cuesta reconocer que ser egoísta sea la opción acertada, pero es difícil proponer una alternativa. Tal vez el problema está en la manera como se presenta el problema. Si en vez de contar cadáveres, se contaran las vidas que se salvaron—un número que hasta el momento no he escuchado en ningún lado—tendríamos una idea de cuan exitosa la protección fue. En el tsunami del Océano Índico en 2004 murieron 220 mil; en el terremoto de Haití murieron 316 mil. Lo normal es que los terremotos y los tsunamis maten mucha gente. Claro, la estadística no es consuelo para quienes perdieron a sus seres queridos; pero que alguien que no vivió las circunstancias le pida sensatez a los pobladores del litoral parece un poco de prepotencia ingenieril.


La voz que en Minami Sanriku anunció las olas hasta perderse en ellas nunca dejará de sonar

martes, febrero 21, 2012

Ycuá Bolaños


Se acerca el primer aniversario del cataclismo en Japón y el ambiente se va enrareciendo. Por supuesto, no para la gente común, quienes tienen preocupaciones más apremiantes. Tampoco para quienes viven en viviendas temporales o para aquellos a quienes la radiación les es una incertidumbre diaria insalvable. Para ellos la vida no ha dejado de ser otra desde aquel día.

El ambiente se enrarece para quienes, por gusto o por trabajo, siguen dándole vueltas al asunto; aquellos dedicados a preguntar, aquellos que serán preguntados y aquellos que piensan que tienen algo que decir. Desde enero, aquí y allá salen noticias sobre los tantos posibles homenajes. La densidad de conferencias, simposios, talleres, exposiciones, clases magistrales aumenta de manera drástica. Políticos, burócratas y expertos de todos los colores y calañas empiezan a desfilar por estas distinguidas pasarelas, dejando su pedazo de verdad—si así se le puede llamar—como homenaje. Los periodistas empiezan a reptar para atrapar el dato, el personaje, el testamento que hará resaltar la noticia dentro de millones que serán publicadas alrededor del mundo. El panóptico tiene al archipiélago rodeado.

Nada de esto es en particular sorprendente. Los ciclos hacen parte importante de la vida de los hombres y la modernidad con sus expertos y adelantos tecnológicos abren la oportunidad para que muchas voces se alcen—que alguien las oiga es una cosa distinta. Sin embargo, personalmente involucrado en la tragedia, no puedo dejar de preguntar a la almohada el sentido de toda esta solemnidad morbosa.

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Cuando pienso en un aniversario trágico, pienso en Ycuá Bolaños. Los eventos de ese terrible día de agosto en Asunción del Paraguay me dejaron terriblemente impresionado y ahora que me dedico a entender los desastres, el recuerdo me asalta de manera recurrente.

Algunos lo recordarán. Aquel domingo 4 una explosión en la cocina del supermercado desató un voraz incendio. Fallas en el diseño del edificio contribuyeron a la acumulación de grasas y luego el fuego se extendió con rapidez. Los más de 800 clientes se apresuraron a escapar pero su carrera fue corta: las puertas estaban cerradas. Las vidas de casi cuatrocientos personas, la mitad de ellas niños, se perdieron en las llamas, humo y la estampida, y el resto sufrió distintos grados de quemaduras y otras lesiones.

¿Qué se recuerda cuando se recuerda Ycuá Bolaños? Justicia es la palabra que sobresale en Wikipedia o en Ycuá no más, un grupo en memoria a la tragedia. Al recibir noticias del incendio, los dueños ordenaron cerrar las puertas para que la gente no se fuera sin pagar. El juicio de responsabilidad a los implicados ha sido una catarsis interrumpida. En primera instancia, los empresarios estuvieron a punto de recibir sólo una condena leve, pero el revuelo en la opinión pública y la presión del movimiento de víctimas obligaron a los tribunales a reconsiderar la sentencia. Los comentarios en las videos relevantes y en la página del grupo reflejan insatisfacción. Quizá nunca la consigan.

En toda tragedia, después del desenfrenado clamor de justicia, la atención se vuelca a aprender algo del asunto para que la situación no se repita. Cualquiera que sea el resultado en los tribunales o por cuenta propia, la vida jamás será recuperada. No queda otro consuelo que buscarle utilidad al sacrificio. 

Pero este tampoco es un camino fácil porque, ¿qué fue lo que salió mal aquel agosto de 2004 en Asunción? Las consideraciones técnicas son poco reconfortantes. Por tragedias como estas las ciudades están llenas de extintores, y hasta los locales de un solo espacio tienen una seña de salida de emergencia. Estas son lecciones que generan trabajos pero que tienen un alcance limitado. Tal vez los nuevos proyectos arquitectónicos incluyan consideraciones mejores contra incendios, pero mucho de nuestras ciudades ya están hechas y a los edificios no se les pueden abrir puertas. 

En tanto, la idea popular de justicia hace de la exploración profunda del acontecimiento un terreno vedado. Porque lo que salió mal ese día tiene que ver con las decisiones que se tomaron, y cualquier revisión se puede tomar como una expiación de los culpables. Aquel que se atreva a decir que la tragedia no pasó porque vivimos en una sociedad consumista que da más valor al dinero que a la vida se expone a ser linchado—por lo menos virtualmente. Pero creo que esto merece una revisión.

Dudo mucho que ninguna de las víctimas tuviesen menos aprecio por las cosas materiales que los dueños del supermercado. Las imágenes del demonio con el maletín lleno de dinero, así como los discursos sobre los valores son sólo un comodín moral al que le sacan jugo políticos, curas, periodistas y otros tantos llamados al atrio. Es este un discurso vació de un mal abstracto encarnado en los culpables del que todos podemos indignarnos y sentirnos superiores. Sin embargo creo que el problema está en otro lado.

Lo que salió mal aquel cuatro de agosto fue la opinión que los dueños del supermercado tenían de sus clientes. Las puertas se cerraron porque un acto reflejo les recordó que estaban rodeados de enemigos, de criminales. ¿Será que esta opinión cambió un ápice después de cada aniversario? Quien sabe. Por lo menos el anhelo de justicia sigue viendo al demonio en todos lados. 

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Después del terremoto, en el centro de Sendai, un supermercado recibía a sus clientes con una hoja de papel y un lapicero. La gente entonces seguía al almacén, tomaba los víveres que necesitaba e iba anotando precios y cantidades. De vuelta a la caja, el encargado recibía el papel y les pedía a todos que cuando tuvieran tiempo pasaran a pagar. Sin electricidad la registradora no funcionaba y el proceso manual haría muy dispendioso la compra para toda la gente que hacía fila en la calle. Hace casi un año de esa felicidad tan grande.

miércoles, febrero 15, 2012

La violencia (no) es salud

THEY are, typically, young Hispanic or black males; but the victims of gang killings are no more likely to be involved in drugs or other crimes than their non-gang slain counterparts. According to a new study by the Centres for Disease Control and Prevention (CDC), which looked at five cities with high numbers of gang murders between the years 2003 and 2008, drug trading or usage and other criminal activity ranged from zero to 25% of all gang-related killings. Less than 1% of gang homicides were drug-related in two of the cities; Long Beach and Los Angeles, in California. And in three of the cities less than 3% of gang homicides took place during a crime.
Otro poco acá. Es interesante que drogas y homicidios por pandillas no estén relacionados; aporta evidencia para desmentir aquello de que el tráfico de drogas implica violencia. Pero lo que me parece más interesante es que el estudio lo haga el CDC, brazo de la salud pública de EU. Tiene sentido que la violencia se vaya volviendo parte del sistema de salud, aunque son ilusiones porque el aparato de seguridad de los gringos está lejos de aflojar.

domingo, febrero 12, 2012

El mito de la maldad acechante


“You have trivialized our movement by your mundane analysis. May God have mercy on you”
Ayman al-Zawahiri

Varios medios comentaron entre diciembre y enero pasados cierta controversia en las altas esferas de la ciencia mundial. El brazo científico del gobierno de los Estados Unidos le solicitó a dos prestigiosas revistas que se abstuvieran de publicar los detalles de dos estudios sobre la gripe aviar. Hasta el momento no se tiene evidencia de que el virus H5N1 se haya transmitido de persona a persona, pero los dos grupos científicos en cuestión encontraron algunas variaciones genéticas que lo permitirían. Según la agencia estatal, esta información en las manos equivocadas sería demasiado peligroso.

El asunto es importante por las consecuencias que han tenido los remedos de pandemia de la última década. El globo terráqueo está cada día más integrado y una enfermedad infecto-contagiosa exótica puede fácilmente dispersarse fuera de control antes de poder tomar medidas de contención. Claro está, los científicos no quieren porque sí hacer el virus más peligroso; al contrario, al encontrar las formas como los virus se vuelven contagiosos se pueden buscar alternativas para evitar que pase, o para atacar las estructuras que lo permiten.

En un principio investigadores y revistas aceptaron poner una moratoria a la publicación mientras se discutía en la comunidad científica que hacer. (Aunque en ningún lado aparece explicado como es que el gobierno de EU sabe que va a salir en Nature antes de que la publiquen). Aquellos en contra de la censura aducen que la libre investigación hace más dinámico el proceso de generación de conocimiento, lo cuál puede salvar más vidas. Los que están a favor dicen que dada la peligrosidad de la gripe aviar (la cuál es sólo estimada porque con la gripe es difícil contar a los que no se mueren), son más los riesgos que los beneficios.

Es entendible que los argumentos científicos se centren en los riesgos y oportunidades de la divulgación científica, pero creo que vale la pena sentarse aunque sea un minuto a pensar sobre los motivos de la censura como tal: la existencia de unas manos equivocadas.

La imagen es la siguiente: allá afuera hay un grupo de gente que pretende acabar con la humanidad, quienes tienen medios y conocimientos suficientes para hacer recombinación genética en virus, los cuales dispersaran en las principales capitales del mundo occidental tan pronto como sea posible. Entonces, por razones de seguridad, toda investigación que de pistas sobre como se dispersan los virus persona a persona debe ser de acceso restringido. ¿Cuáles son las consecuencias de este modelo anticuado de seguridad? Además del ya mencionado atraso en la investigación, los avances científicos sólo los tendrán los buenos—y tal vez las compañías farmacéuticas que los apoyan.

Se me ocurren dos tipos de manos: las nacionales y las no gubernamentales. Si la censura está pensando en la primera, la idea parece devenir de un tipo de guerra que ya casi no existe. Cuando naciones con ideologías abiertamente antagónicas y poderes similares se iban a la guerra, la ciencia de doble propósito era altamente restringida. De ahí viene lo que llaman el complejo industrial-militar como motor de innovación, campo en el que hoy en día resalta Israel—razón adicional para contemplar un interés comercial detrás de la censura. Pero si esta es la visión que motiva la petición del gobierno, se puede decir que sus razones parecen infundadas. La paz burguesa que se vive en nuestros días ofrece pocos incentivos a los países para malgastar sus recursos en conquistar territorios.

Las otras posibles manos, los tornillos sueltos del mundo, tampoco presentan un cuadro tan perturbador. Es cierto que la gente con formación profesional parece ser la más susceptible a el extremismo dogmático—por lo menos un celebre sociólogo y su colega han aportado evidencia relevante. Pero también es cierto que por más capital y soporte humano que se tenga, el tipo de ciencia que hay detrás de este tipo de conocimiento no es algo sencillo. En un libro sobre los usos políticos del miedo, un periodista canadiense muestra como a pesar de una gran cantidad de recursos y conocimiento, el grupos terrorista japonés Aum sólo pudo producir pocas cantidades de las armas químicas que se proponían, varios de los ataques fueron fallidos y el daño limitado. Estos malos puede que no sean tan buenos para mal usar los avances en virología, para no mencionar lo complicado de distinguir a los buenos y los malos—¿cuántos japoneses estarán en la lista de manos equivocadas?

Como muchos antes ya han observado, lo que en verdad debería producirnos ansiedad es la estupidez. Que en un descuido se pase por alto un protocolo de bioseguridad y se desate una emergencia. Recuerdo un profesor de la universidad que decía sin vergüenza que en sus intestinos tenía una E coli súper resistente a los antibióticos con la que había trabajado en su doctorado. En sus excrementos va una potencial arma mortal ¿pero qué se puede hacer al respecto? En la objeción del gobierno no se ha dudado de la idoneidad de los científicos, más si la preocupación es tal no hay razones para tener fe ciega en ellos.

Creo que en el fondo este problema de censura se debe a una mala pasada que nos juega a los humanos la prudencia como virtud suprema ante una concepción de seguridad que se va quedando desactualizada.

Nota 19/2/12: Las investigaciones serán publicadas; pero el razonamiento parece seguir sin cambiar. 

sábado, febrero 04, 2012

Dos de vaqueros

Cierto mundo de ciertos niños

Entre el año pasado y este, sin querer queriendo, leí dos novelas de autores negros; por casualidad nigerianos los dos. La curiosidad existía desde antes, supongo. (Tal vez desde aquel tomo tercero de "El Mundo de los Niños", el cuál, si mal no recuerdo, cumplió esa importante misión de enseñarme que los niños africanos viven en la selva, en tribus que andan en taparrabos.) Digo supongo porque no escojo mis lecturas por el sexo, raza, u otra característica del autor distinta a que lo pueda leer, y que parezca apetitoso. Y si lo del apetito se le deja a la inercia comercial local, es muy fácil para cualquier sudamericano crecer, reproducirse y morir con la manida imagen salvaje, escrita con seguridad por algún europeo, a la Tin Tin en el Congo.

Superado lo de la inercia, el problema de leer autores del Africa negra es por donde empezar; que del inabarcable universo de alternativas literarias, los libros y sus autores asomen en el momento preciso. Entonces sucedió como con las eclipses lunares, que algunos años no se dejan ver, pero otros años ocurren más de una vez. Los dos libros no podrían ser más distintos, pero como ya va rato sin reseñar, los despacho en una sola entrada.

Medio Sol Amarillo - Chimamanda Ngozi Adichie











Al primer libro llegué por una popular charla que la autora dio en TED. En ella Chimamanda explica precisamente el peligro de quedarse con una sola historia sobre las personas y los lugares. La charla sólo tarda veinte minutos y haría falta otra entrada para comentarla. El caso es que su advertencia sobre la dignidad de las personas con una sola historia resonó con mi búsqueda, así que le di la oportunidad al libro.

La novela cuenta la historia de la guerra de secesión que la República de Biafra libró (y brutalmente perdió) en los cincuentas, desde el punto de vista de un grupo de personas atadas a su lucha: unas hermanas de una familia de clase alta ligada a negocios con el gobierno, el novio británico de una de ellas, el profesor universitario pro-revolución (esposo de la otra hermana) y su muchacho del servicio—a la usanza de Nigeria, al parecer.

La autora se toma el tiempo de presentarnos a cada uno de los personajes en detalle, mientras la tragedia es apenas un eco en el trasfondo. La hermana que se casa con el profesor activista universitario, sufre las presiones familiares pertinentes por dejar prestigiosos pretendientes por aquel idealista. El mucamo recrea su vida fuera de su aldea, y nos transmite otro ángulo de la vida del profesor universitario. El escritor británico—quien supongo es blanco—representa la tensión entre el querer mezclarse entre la gente sobre la que ha querido escribir, y su abolengo. La otra hermana, un ser huraño y misterioso, se encarga de mantenernos al tanto de los intríngulis en las altas esferas de Biafra. Debo reconocer que en esta parte me sentí culposamente desencantado de la novela, tal vez porque estas personas eran tan normales, tan como cualquier otro, que me generaba cierto tedio.

Pero luego se precipita la tormenta de la guerra, y toda esta red de personas, relaciones e ideales son puestas a prueba. La pomposidad del profesor universitario de poco sirve ante la hambruna que deja la derrota. El escritor británico no puede evitar mentir para salvarse. El espiral de infortunios en el que va degradando el conflicto, arrastra a los personajes a su mínimo, más allá de la desesperanza. Es ahí cuando en la narración empiezan a aflorar todos los lugares comunes que se esperarían de una novela sobre una guerra en el África Sub-Sahariana, la miseria, la mezquindad, haciendo evidente la importancia de aquella pausada primera parte.

El contraste asesta el golpe donde es. Y cuando ya cree uno que se ha acabado el dolor, una patada en la entrepierna nos recuerda que siempre se puede estar peor.

Aunque al libro llegué por aquello de la literatura negra, no pude dejar de leerlo como alguien que vivió la tensa calma de un conflicto que no llegó hasta aquellos extremos, pero tal vez pudo. Es decir, me pareció una advertencia para los idealistas justicieros del mundo, aquellos que apoyan todas las formas de lucha desde sus iPhones. Me parece incluso que sería una buena lectura para el colegio, si es que aún leen novelas.

(Si alguno queda con ganas de leerlo, tal vez enriquezca la experiencia leer este obituario del general Emeka Ojukwu, máximo gobernador de Biafra, que en parte explica como se perdió aquel millón de vidas a la testarudez de sus líderes)

Open City—Teju Colé

El segundo libro llegó a mí por la trivialidad de las listas de "mejores vendidos", y por la extraña naturaleza de las reseñas que este ha recibido. El New Yorker o el Economist, elogian la obra pero a la vez no es tan claro que es lo magnífico. El lenguaje, sí, pero de resto la historia no dice nada: un psiquiatra, mitad nigeriano mitad alemán, que camina por Nueva York y habla de lo que se ocurre.

Mientras escribo la reseña, no dejo de pensar en que de no ser por la coyuntura, jamás hubiese leído un libro con tal descripción. De verdad que es una sensación extraña la que dejan cada uno de los capítulos de Open City. Después de alguno de ellos, me quedé en la cama pensando que tal vez algo similar pensaron de Proust sus contemporáneos. Sólo he podido con la mitad del primer tomo de En busca del tiempo perdido, pero Teju Colé me hace pensar que el problema de la divagación es estar lejos de lo que mueve al autor. Me parece semejante la forma en la que ambos se dejan llevar por la sin-historia de sus reflexiones, sus paseos físicos y mentales, las páginas y páginas que se pueden seguir a un detalle que parecía superfluo. Pero mientras lo de Proust es soso a más no poder, las ciudades de Colé son muy de todos nosotros.

Podrá sonar a sacrilegio comparar a Colé con Proust, pero las reseñas lo ponen a la altura de escritores como Gustave Flaubert—de quién no he leído nada, pero supongo que no es muy lejano ¿o me equivoco? La prosa del libro está elaborada con esmero, los adjetivos parecen estar en su sitio, sin que se encuentre tan siquiera uno de más. Las caminatas fluyen como fluye la mente del lector, lo que recuerda que leer es pasear. A veces el movimiento, la calle, el ruido lo es todo, pero un minuto más allá se pierde uno en cavilaciones, algunas veces vanas, otras tantas trascendentales.

No sin ironía, Open City fue todo lo que esperaba de Medio Sol Amarillo: una compleja introspección en la multiplicidad de identidades de un personaje para quien el color de piel es un factor. Pronto el autor logra disipar la importancia de su raza, en un prisma de vivencias y anécdotas bien lejos de la convención: minuciosas observaciones sobre arte, arquitectura, música clásica, por ejemplo. Dala impresión de que los caminantes de las ciudades somos una clase estándar de humano. Así que cuando la raza resurge como algo relevante, resulta que la cosa no es con los negros, sino con todos nosotros. Incluso, en un aparte mientras el personaje principal dialoga con el ilustrado magrebí encargado de un café internet en Bruselas, el autor reflexiona sobre la maldición de un árabe intentando escribir como occidental en Europa. Un elegante artilugio del autor para reflexionar sobre su propia condición— o por lo menos eso me parece a mí.

Para los que aún no se convencen, sepan que el libro tiene su pequeña zancadilla hacia el final. No es para nada un hilo conductor, pero que el libro tenga una pequeña historia de más de un capítulo le dio contentillo al psico-rígido interior.

Los escritores de reseñas dicen que la traducción del texto será una proeza. Vale la pena el esfuerzo.


martes, enero 03, 2012

Año nuevo, vida nueva


Que en el 2012 el balance de alegrías y adversidades esté a su favor.

Perseverancia y fortuna.