sábado, agosto 12, 2006

En defensa de los Hombres Increibles


Algunas de las pistas que inspiran este artículo vinieron de una amena charla de bus que tuvo ocasión hace unos meses con uno de mis vecinos. El hombre es de origen egipcio, de una ciudad en el centro del país, a orillas del Nilo; físico de profesión, dedica el último año de su doctorado a adelantar algunas investigaciones en el área nuclear.

He de aclarar primero el papel fundamental que ocupan las barreras del lenguaje en este tipo de anécdotas. Dos mundo distintos hablando en un mutuo idioma ajeno permiten que, con un ligero malentendido y las condiciones externas apropiadas, se revelen aquellas diatribas en las que se devanea el consiente en sus ratos libres.

El caso es que, por alguna razón que no recuerdo, el hombre empezó a comentarme sobre la incomodidad que sentía ante las japonesas que en ese momento nos rodeaban. Expresó su reticencia hacia esa cultura de faldas cortas y blusas estrechas. Por todos son conocidas las restricciones dentro del mundo musulmán a los atuendos femeninos, y Zacarías (creo que es su nombre, pero tampoco estoy seguro) me comentó como este choque generaba en él tensiones que pugnaban por salir, pero que él, muy orgullosamente, había logrado dominar hasta el momento. Me explicó como en su país no se fijaba en las mujeres por su físico – irónico viniendo de él – el cual se mantenía discretamente protegido, sino por el tipo de persona que era. Además, fue enfático en advertir que le era imposible casarse con una japonesa, debido al panteón politeísta del país; de manera que sólo una judía o una cristiana entrarían dentro de sus posibilidades. Siguió una nueva mirada al panorama que ofrecía el bus, con el simple objetivo de verificar su argumento.

Coincidí en lo de las tensiones y nos despedimos.

En otra ocasión, en un almuerzo con otro de mis compañeros musulmanes, un medico pakistaní, entramos un poco más en detalle del asunto. Dentro del dogma del Corán no está permitido tener novias, mucho menos relaciones sexuales prematrimoniales; la principal razón expuesta fue el problema de los hijos bastardos, su desarraigo y las complicaciones en lo que respecta a las heredades. Por lo tanto, pasan después de un proceso que aún desconozco, al matrimonio de una vez, aunque pueden divorciarse con relativa facilidad. En ese momento comprendí la magnitud del primer relato: era el testimonio de un soltero virgen pasado de los treintas suelto en la descuidada, por intentar ponerle n nombre y un adjetivo, minifaldalandia.

Con la llegada del verano, la situación planteada por Zacarías se acentúa, y un día, contemplando desprevenido el ir y venir de la gente, pensé en aquel malestar que lo aqueja, a él y tal vez a varios millones de personas sobre la tierra. La figura femenina, principalmente mostrada y escondida por los accesorios que hacen las veces de ropa, ha sido (tal vez desde siempre) instrumentalizada para lograr comportamientos o decisiones en determinada dirección. Nada nuevo. Lo que me llamó la atención fue pensar que camino podía quedar a estos amigos, bombardeados por atractivas carnes desfilantes, bien aliñadas y tentadoras, mientras se esforzaban por mantenerse fieles a su cultura; cuestión no muy distinta a la de cualquier occidental en el intento de mantener una relación monogámica en paz.

Bueno, pues llegué a la conclusión, abierta a ser cambiada, de que la clave la tienen los viejos verdes. Donde tanto es permitido ver, tanto diseñado para tentar, pero tan tan restringido lo que puedes poseer, tienes que hacer de la visión el goce máximo. Con ello se instrumentaliza su instrumentalización, sin faltar al respeto, y no se apoyan las causas comerciales que las usan de ariete. En otras palabras, ves el espectáculo, te regodeas, incluso comentas y bromeas, pero no compras la mercancía.

De la misma manera que el mote Fuji eclipsa el paisaje en la parte central de Honshu, isla principal de Japón, pero aunque se escale o se viva en él, nunca se le posee, así mismo piernas, pechos, traseros y rostros son componente vital de cualquier paisaje humano, encendiendo la biología, pero tan inasibles como el coloso del sol naciente.

Debo agradecer ciertas pistas a Proust, quien en su primer tomo de En busca del Tiempo Perdido, relata el fervor del protagonista por una joven campirana que ve en un camino donde abundan rosales que son de su más íntimo afecto, haciéndola aún más merecedora de su deseo; pero que termina por aceptar como errado ir más allá por la inevitable rotura que sufriría la mística del lugar.

No dudo que en busca de lograr este gozo se es proclive de caer en extremos viciosos por todos conocidos, morbo exacerbado, fetichismo, perversiones táctiles, pero es una realidad a la que se le debe hacer frente y educar, para que luego no sea un traspiés en el momento menos indicado, además de asegurarnos de poder disfrutar del cuerpo humano sin temores e ir corrigiendo de a pocos un modelo sexista que nos sofoca y ensombrece la grandeza de nuestra especie. Así que me voy a dar una buena vuelta y ya regreso, de nuevo a mis preocupaciones desde otro punto de la realidad, en éste, mi panÓptiko personal.