jueves, noviembre 23, 2006

Lecciones del Troglodita – Colección Primavera Verano

Advertencia: El contenido de este artículo puede resultar no apto para estómagos débiles. Absténgase de continuar si ese es su caso. Mas si decide arriesgarse y sufre algún revés, literal o psicológico, no olvide dejar constancia en los “mordiscos” al final de la nota.


Ya se fueron los primeros seis meses de mi vida en solitario – como los cantantes. Con ellos algo más que las estaciones. Un cóctel de calores, humedades, nudismos, moronas, pelos, platos sucios, y otra infinidad de ingredientes, se llevó los mitos de la apocalíptica partida de casa, dejando el legado de milenios de humanos sobreviviendo sobre la tierra marcados en mi memoria, si es que no en el cuerpo. La mayoría de enseñanzas encajarían en lo que se conoce como Salud Pública – tema al que le dedico mis ratos libres -, aunque otra parte podría ser sentido común. Sospecho que, de alguna extraña manera, están estrechamente ligados. Tal vez digo tonterías, puede que el sentido, por común, este ligado con todo. Sin más vueltas, para todos ustedes, después de haber triunfado por generaciones de salvajes en las mejores pasarelas, mi Colección del Troglodita, pret-a-porter haru-natsu 2006:


Una araña puede ofrecer muchas ventajas como compañera de cuarto: decorar un rincón inalcanzable, mantener los mosquitos a raya o hacerte compañía mientras teje. Pero cuando le da por hacerte un cubre lecho es hora de que se vaya.

Aquellas cosas que mi mamá sabía cuando debían sacarse a lavar al ojo, penosamente se entienden con la nariz.

Un saco de dormir que está diseñado para brindar abrigo hasta menos 10ºC, tiene en cuenta que usted utiliza un mínimo de ropa. No tanto por cuestiones térmicas, como higiénicas: la grasa corporal lentamente va cubriendo la superficie interior del mismo, de manera que, con el calor, empieza a adquirir un olor, por decirlo de alguna manera, característico.


Existe un tipo de baños en Japón que tienen una pequeña caja de inspección justo debajo del sifón, la cual requiere un mantenimiento periódico. Claro que es viable esperar a que avise, devolviendo el agua proveniente de la ducha, y así disfrutar de un bello encuentro con tu alter ego de pelo.

Las sillas de cuero, o sus similares, no están diseñadas para estar en contacto con la piel durante largos periodos de tiempo. Esto debió ser aprendido después de haber ido a tierra caliente con toda la familia.

Las toallas no son eternas como imaginaba, ni se les pega lo limpio que uno quedó.


Convivir con bichos es una fuente inagotable de enseñanzas. Te hace pensar en tus prejuicios, en actuar sin distingos de raza, color o número de patas. Sin embargo, hay diferencias irreconciliables, como tener un gusto por los bolsillos, con sus inevitables consecuencias.

El dispositivo que retiene los sólidos del lavaplatos no sólo evita que ellos atasquen la tubería, también que se pudran dentro de ella, librándonos de sus hedores. Pero nada de esto tiene sentido si se pudren EN el dispositivo.

Sólo la magia de la naturaleza, concentrada en un escurridizo pote de mayonesa, puede brindarnos espectáculos tan majestuosos. Disfrutemos:


La ropa interior tiene más utilidades de las que uno llega a concebir en su confortable vida en familia: además de mantener las cosas en su sitio, protege de posibles machucones o de esas chispas de aceite hirviendo que saltan cuando se prepara un huevo. También evita que aquellos pequeños fallos de cualquiera – o cualquiese - de los esfínteres llegue a sitios indeseables, reduciendo el área efectiva a lavar.

Los hongos, como el fuego, necesitan de combustible, oxígeno y la oportunidad, para apoderarse de tu territorio. No importa el material ni la topografía de la superficie. Una gota que escurrió por la puerta de la nevera es suficiente, tus secreciones en una funda de almohada guardada es un error imperdonable. El baño… el baño siempre será compartido.

Tarde o temprano se termina por entender que cualquier intento por innovar en la culinaria de un sándwich de jamón y queso no es sino un capricho infructuoso.


Entre los aplausos del público y de los modelos,

\(-3-)/ panÓptiko \(-3-)/

viernes, noviembre 10, 2006

República Pop: El sello Terracota (Segunda parte de la Trilogía del Miedo)

Primera parte aquíHordas furiosas listas para el ataque
(momento inmortal)

Sentado en su silla ordinaria, en medio del tumulto, perdida la memoria en sus recuerdos que llenan la mesa, el anciano parece lamentar algo profundamente. ¿Encerraría alguna maldición aquella tumba de barro? ¿Tendrían acaso un código oculto los miles de guardianes resquebrajados que ahora le condenan a su misma servidumbre? Tal vez ni él lo sepa. Quizá a el majestuoso ejército de inmortales a su alrededor no le haga falta una inscripción para subyugar. Entonces, le pasan otro libro y él firma.

Sus ropas son austeras, roídas, ocres, como las docenas de cajas que amenazan con sepultarlo a su espalda. Su presencia parece datar de los días de su hallazgo, la imposición de su sello avejenta los DVDs que le van pasando distintas manos sin dueño. Da igual, todo lo transforma en piezas de museo, reliquias para decorar las repisas de vanidades que olvidan los turistas en aquellos lugares de los que escapan, es decir sus vidas.

[mala] Compañía No. 8
(fila inmortal y lengua, composición)

La gente dice que le pagan una miseria, o que no le pagan, que le toca caminar todo el trayecto del inmenso parque en el que están los guerreros, lo que a su edad debe ser un martirio; dicen también que vive mal, que no tiene vacaciones, pero ¿qué diablos sabe la gente? ¿Acaso da entrevistas, o su vida es objeto de la inquina investigativa de las revistas de farándula? O , incluso, ¿cuál es el valor agregado de la ancianidad del descubridor ante los 2000 años del monumento? Sueño que en su introspección maquine una venganza: que al morir pida ser disecado, en su silla, que le instalen una bisagra en el brazo para que la gente se ponga sus propios sellos, y que con el grotesco espectáculo de su presencia ‘aterracotada’, nos disuada de seguir buscando al gran Qin, su señor, cuya tumba sigue aún inalcanzable. Hacen bien el trabajo sus soldados.

En el autobús, de camino al lugar, en medio de las caóticas y polvorientas carreteras de la provincia de Xi'an, en el corazón de la República, el esperpéntico guía de turno nos advierte que el anciano sufre una enfermedad en sus ojos. Los videos y las fotos en su pequeño recinto junto a la sala de proyecciones están totalmente prohibidas. Un imprudente le apunta con su filmadora. El anciano empieza a gritar desesperado, se tapa la cara con un cartón que tiene a la mano; son sus gritos roncos y graves, aterradores, dan la impresión de encerrar un significado en la oscuridad apabullante del mandarín. Me tapo los oídos y busco con la mirada a la guía. Ella sigue impasible, como acostumbrada a los rugidos de una bestia que hace rato cuida. No lo soporto y huyo, mientras con el rabo del ojo veo como miembros de seguridad interceptan al hombre.

Hoy, meses después, pienso que podría ser distinto. ¿Qué daño le provocará la simple exposición al lente de una video cámara? ¿No tratará, más bien, de ocultarnos algo? Sería imposible para mí describir sus rasgos, compartirlos con ustedes, o con alguien que haya ido en otra ocasión. Pero, ¿no podría revelar un detallado análisis de fotos capturadas en distintos días pequeñas diferencias que hagan dudar de que se trate de la misma persona? ¿no podría ser la oportunidad para que cada inmortal viviese aunque fuese un día fuera de su cárcel mineral y conociera el mundo a través de los ojos de los turistas de todos lados del mundo que diariamente van a visitarlos? Uno nunca sabe con la inconmensurable y misteriosa República Pop. También podrían ser varios viejos distintos que se rotan el trabajo, y que ahora estén jugando dominó.

Amigo terracota
(encuentro inmortal)

En medio de una intriga otoñal,

panÓptiko sin miedo.

jueves, noviembre 02, 2006

Torta de Pan

Constante atardecer en la montaña


Anoche tuve un sueño triste. Bueno, feliz en su momento pero devastador al abrir los ojos. Después de varios años, volví a jugar con Pegaso. Además de la nostalgia inherente, el recuerdo trae consigo una contrariedad. Desde que investigo sobre el sufrimiento de muchos alrededor de la Tierra, amar a un animal se torna criminal, genera culpa.


En mi defensa debo decir que todos los mamíferos compartimos un legado de dependencia materna, y con ello un sentir político. Van juntos porque la indefensión de un parto requiere del apoyo de un grupo, involucra una familia, una puja. Según la posición se accede a ciertas comodidades, se juega la vida, y no se trata de ganársela a golpes, cuentan caras, ojitos, aullidos, monerías. De simpatizar, obedecer, enfrentar, incluso traicionar o abandonar, en el momento correcto al ser indicado en el ambiente preciso puede depender mantener este arreglo de átomos moviéndose por sí mismo.

Y es precisamente en el ejercicio inter especies de estos juegos que entendemos cuan básicos somos, que tan fácil es ser manipulados y lo dispuestos que estamos a ello.

Debo agregar que se trata de una necesidad, no de un capricho o una niñería, una en la que no siempre tenemos éxito. No necesito enumerar acá los miles de choques sociales que sufrimos durante toda la vida. Mas para todos ellos, nuestros queridos mamíferos siempre están para consolarnos; a su manera, por poco o nada.

Se que suena egoísta, pero creo que es una alternativa que salva vidas, reduciendo inadaptados o conteniendo psicópatas; cualquiera que sea el que llevemos dentro.

Sin más, los dejo con un cuento que escribí en el primer aniversario, para que la letra esté menos muerta.

Torta de Pan

Mamá dejó el plato en la mesa y vino hasta el sofá en el que yo veía televisión. Con ella un aroma dulzón, un recuerdo. Mamá se sentó y tomó mi mano. La examinó como asegurándose de que era yo, su bebé, el dueño de esa mano gigante. Yo tampoco pensaba en lo que sucedía en la pantalla. El olor recorría mi cabeza y me devolvía en el tiempo. Permanecimos un rato en silencio.

Cuando una lágrima de Mamá me alcanzó, ambos nos decidimos. “¿Ya?”. Ella asintió. Diez años para decirlo de nuevo: “Está servida”, dejó despacio mi mano y se perdió en su alcoba. Apagué y caminé hacia la mesa. Estaba ahí, paciente, una buena rebanada, tal vez una cuarta parte, enfriándose en mi puesto. Un hilillo de vapor se elevaba de la rebanada hasta hacerse difuso y omnipresente. Lo seguí hasta mi silla. Agarré la cucharita y la sostuve en el aire como si fuera una ejecución, yo el verdugo, y el filo reluciente no tuviera otra opción que arrebatar una vida. La enterré toda, de un solo tajo. El bocadillo brotó espeso de la herida, escandaloso, haciéndose charco en el plato. Contemplé el cuadro en silencio, sin aventurarme a consumarlo. Poco a poco el mundo recobró su quietud mientras yo la perdía y lloraba cómo lo hubiera hecho hace todos esos años, cuando no sabía, cuando no podía imaginar ese amor sin límites, esa devoción, cuando no alcanzaba a comprender la felicidad de las pequeñas cosas y me complicaba la vida con prejuicios y estupideces. La certeza reposaba aún en la cucharita y tenía que tragármela. La masa se hizo compacta e insípida ante le fuerza dulce con la que el bocadillo se apoderó de mi boca, mas sin opción alguna, juntos fueron una sola cosa ahí adentro, pasaron a ser parte de mí. No encontré consuelo. Esas cosas pasan en la vida y tenía que aceptarlo.

Después del primer bocado, el resto fue cuestión de inercia. El complejo amasijo color caramelo terminó por desaparecer con sencillez tras su difícil concepción, para la que fueron necesarios: un horneado preciso, obviamente un horno, un molde, polvo de hornear, bocadillo, pero sobre todo, pan. Pan duro, pan viejo, pan acumulado por días, semanas, meses en los que no dejé de rogar al cielo que volvieras por él como siempre, como lo hiciste durante nueve años, mi querido, y por fin alado, Pegaso.

a mi perro, que feliz y libre sea
dónde quiera que esté

Cielo como dibujado en el camino

Debo admitir que tampoco fue un buen día.

Dame tu fuerza, Pegaso,

panÓptiko