miércoles, julio 27, 2011

Paraíso Reggeton

(Varios sucesos de esta semana me han hecho recordar este cuento que escribí hace más de siete años. Lo subo a la propia nubecita antes de que se refunda)


“Es chévere ser el mejor, pero es mejor ser chévere”

Héctor Lavoe


El Chamo asegura el amplificador a la parrilla de su ninja, enciende y arranca endemoniado. En un minuto ya está en la carretera, subiendo la loma. A pesar de la velocidad el aire está caliente, lleno de tierra seca y sal marina. Se va formando a su espalda el remedo de ciudad en la madrugada. El Rodadero es un poco de luces y bulla, una discoteca que tiene al mar de accesorio para cuando la montonera se emborracha o se arrecha. Por él, que se levantara una ola gigante y se tragara a ese burdel de mierda.

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El Chamo García vivía en el cuarto pequeño de una pensión en María Cacho, un barrio al occidente de Santa Marta. El abanico que venía con la habitación funcionaba y el baño estaba al final del corredor, como a dos puertas. Aunque tenía derecho a un cajón en la cocina, no lo usaba; en su lugar se robaba un espacio en la nevera, que no era comunal sino de su vecino del lado, el Joe, para guardar una botella de whiskey y una jarra de agua. El Joe (que el Chamo pronunciaba Jou, como le había escuchado a un gringo) al comienzo se emputaba, pero con el tiempo había terminado por ignorarlo. Sin embargo, jamás le dio su consentimiento. “Ese se guarda motivos para mandarme a comer mierda cuando se le de la gana”, decía el Chamo siempre que se acordaba del asunto.


Era sábado. Con un cruel mediodía de julio encima, no sabía si el dolor de cabeza era por el calor, la dormidera o puro guayabo. Apenas sintió algo de fuerzas se paró por un vaso de agua. En la cocina estaba el Joe, hombre juicioso, pescador de oficio, siervo de Cristo, almorzando lo que dejó para sí de la atarraya de la mañana.


- Entonce Joe, ¿harto pescado?- dijo con naturalidad el Chamo, sacando la jarra de agua de la nevera. El Joe levantó la mirada del plato e hizo esa mueca que no era ni una sonrisa prepotente, ni una cínica desaprobación, sino algo intermedio, la cara que el Chamo imaginaba hacían los curas del otro lado del confesionario.

- Gracias al señor - la cara se fue desarrugando, los ojos reaparecieron y siguió con su pescado.


El Chamo sintió que no iba a ser capaz de retener lo que llevaba en el estómago, así que se bebió a fondo la jarra entera, dejando que un poco resbalara, escurriera por su cuello, su camiseta manga sisa, los boxers, y terminara encharcando el piso.


- ¡No Chamo! Tiene que limpia,

- Fresco Joe que yo ahora limpio- dejó que el agua calmara el caos en su panza y pasó el pie por el charco para esparcirlo. El Joe, intentado contenerse, se concentró en su almuerzo – Y qué viejo Joe ¿Qué va hacer hoy? Vamo a la Escollera que hoy me presento.


Antes de contestar pasó con tranquilidad el bocado, tomo un sorbo de jugo de mango, tras lo que procedió a hacer de nuevo su cara:- Gracia, Chamo, pero tu sabe que yo no tomo, no bailo, y no me gusta esa carajada de música demoníaca.

- Pero ¿cuál demoníaca?

- Ese ritmo del infierno sólo incita a la lascivia, al morbo, al pecado de la carne.

- ¿Cuál infierno? ¿Pero de qué me habla mi Joe? ¿Me va a decir tú a mí que no hay algo má natural que querer tener a la hembrita bien pegadito, bien rico?

- Pero no a la primera que se te pasa por el frente. ¡Y no te la va a dar tú de santo! Yo te he visto Chamo en… ¿cómo e que le llaman? Ah sí, en el perreo, con una y con otra. Y no sólo e eso, ese ritmo embruja la gente, la vuelve lujuriosa y puerca, y despué ya no hay arrepentimiento que valga.

- Joe, eso lo que es e ¡pura sabrosura! Lo que te pasa e que te falta una buena hembra que te la mueva, ¡no joda!, verá como te cambia esa cara; ya parece un viejo de 60 año.

- ¡A mi no me hace falta que me la mueva nadie! –se paró de la mesa y se llevó los platos al fregadero para lavarlos- Es precisamente eso Chamo, no e sino ponerse a escuchar esa música tuya, y ya no puede uno dejar de menearse, como se debe menear el mismísimo Lucifer.

- Te a puesto que a Cristo también le gustaba el meneo- el Chamo se tomó el cuncho de agua en la jarra y la puso a llenar de nuevo, evitando que el Joe siguiera lavando –¿y sabe una cosa?- puso tono reverencial y le dijo al oído- te juro por lo que má quiera, por tu señor que también e el mío pero má chévere porque, ajá, e el mío, que un día te va a cantar a travé de mi labios y va a tener que reconocerlo, porque lo mío e pura sabrosura divina.

- ¡No joda Chamo!- sacó un brazo y lo empujó fuerte- Que lo que tú eres e un demonio, y el día que mi Señor se ponga en tu boca te va e a callar.


El Chamo se carcajeo con sorna. Guardó de nuevo la jarra en la nevera y se fue para su cuarto.

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La Mona, que parecía no existir a la espalda del Chamo, se decide a agarrarlo por la cintura para no caerse. Él ni se mosquea. Llegan a la cima y aparece la ciudad: menos hipócrita y superficial, pero no por eso menos animada. Bajando se ve el morro rodeado de mar y un barco anclado. “Eso,” piensa la Mona “un barco pa’ largarme de una buena vez. Me destierro yo sola ¿Quién quiere esta vida de mierda? ¡Qué se joda el Chamo! ¡Qué se joda mi familia! ¡Qué se jodan! Me largo en un barco, ayudo en la cocina y se lo doy al capitán. Igual, pa’ nada má me ha buscado un hombre. Me largo con mi capitán y no vuelven a saber de mí.” El Chamo acelera y la Mona, de puro instinto, lo termina de abrazar.

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Plantada junto al Rodrigo del malecón, la Mona chupaba raspado y miraba al mar. El Chamo pitó dos veces, ella lo reconoció y fue hacia él. Su pelo dorado jugaba con el sol del atardecer, uniéndola al paisaje. Vestía un top y una faldita, verdaderos responsables de contener toda esa voluptuosidad que la ropa interior si acaso tapaba. Le dio un beso al Chamo y se encaramó a su espalda, entre el amplificador y él, sin el más mínimo pudor por lo que se le pudiera ver.

- ¿A dónde vamo, mami?

- De concierto- contestó la Mona sin dudarlo. El Chamo arrancó rumbo a su casa.


Estacionó la moto en la pensión, se metieron al cuarto y echaron llave.


La Mona se fue bajando los cuquitos sin quitarse la falda y se dejó caer de espaldas en la cama. El Chamo ya se le iba a echar encima cuando ella lo repelió con las piernas:

- ¡Ah - ah! Así no -entonces el Chamo se desvistió, tomó a la Mona por los pies y se empezó a acercar.


Escúchame mami,

Que te vo’ a dar tu merecido


TU

patu patu, patu patu,

patu patu, papapa papa

TU

patu patu, patu patu,

patu patu, papapa papa


Encontré a mi mami un atardecera,

ella ya sabía que venía a querela,

moviendo su cosita se me acercó,

me dijo: papi, papi, quiero tu cuerpó.


La llevé para la pieza y la quise amar,

pero mi mami quería antes oírme cantar,

yo le digo: mami, mami, no sea mala conmigo,

ábreme las piernas que hoy vengo decidido


TU

lo sabe mami que hoy vengo decidido.


Muerde la almohada,

viene la marea,

ya no lo resistes,

mira como se menea.


La Mona se retuerce

El Chamo se estremece

El Chamo te lo dijo

Y te dio tu merecido


TU

lo sabía mami que venía decidido.

TU

lo sabía mami, ese fue tu merecido.

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Después de la loma van apareciendo casas y casas. En una que otra se ven tipos bien acomodados en sus mecedoras tomando ron con los amigos, equipos a todo volumen, todos muertos de risa. El odio del Chamo ya no tiene limites. “Todos se pueden ir a la mismísima…”. Deja la avenida y se mete entre calles, pero no le da resultado. Al parecer, Santa Marta entera se le estaba burlando en la cara.

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Cerró la puerta con seguro y se apoderó del baño, que al Chamo se le hacía que era un soberbio camerino. Se detuvo sorprendido al ver el tipo que tenía en frente. “No joda, Chamo, lo vamo acabar”. Su pelo, perfectamente engominado, parecía querer escapar de la cabeza para tapar su rostro. Su camisa de rayas oblicuas se abría casi hasta el abdomen, revelando ese jugoso y lampiño trozo de man que era el Chamo, bestia bronceada, canela lujurioso. El pantalón se le ceñía con lascivia a las piernas y al bulto; remataban el atuendo unas sandalias tejidas, de esas de la Sierra. “No joda Chamo, tú lo que eres e un ángel obsceno, un cupido del sexo”.


Se echó unas gotas de agua en la cara, para que pareciera que ya empezaba a sudar, y salió del baño. Lo esperaban el Pete y el Migue, sus compañeros de grupo. Ellos estaban de negro y el Chamo de blanco, listos para el show. Se fueron caminando entre el tumulto a la tarima. El Chamo podía sentir como iba en cámara lenta mientras la gente lo deseaba sin saberlo, del puro feeling de tenerlo cerca.


Antes de subir se les acercó un camaján de dos metros, gafas oscuras, ropa elegante.

- Chamo, te tengo una razón de Don Rafa.

- Claro, como no, ¿qué será?- Don Rafa era un traqueto de la región, conocido y respetado por el empuje y progreso que llevaba por donde iba. Siempre que le salía bien un negocio armaba unos parrandones del carajo, una semana de sólo música, trago y putas. En una de esas conoció al Chamo, y de ahí no dejó de contratarlo cuando se quedaba en el Rodadero.

- Te manda a decir que tiene una lunita de miel esta noche, que tú sabes, en su apartamento, en dos horas.

- Dile que con mucho gusto, que allá no vemo- Don Rafa descubrió el particular poder de la música del Chamo en una de esas celebraciones, así que también lo tenía reservado para otras ocasiones, en las que les terminaba yendo mejor a los dos, por lo que el Chamo se animó.


Se despidieron y siguieron su camino. Arriba tomaron sus puestos y el Máni, su DJ, respondió desde la consola con una descarga tremenda. Lleno de ilusión con todo lo que le esperaba, el Chamo se sintió inspirado.


¡Mi gente!

Te lo voy a decir una sola vez,

y ya no va’ a poder dejar de perrear.


Mi táctica

¡Mi táctica!

E mirarte despacito pa’ que no te me acobarde

calentarte suavecito pa’ que no te de calambre

quererte y aprenderte pa’ que nunca te me espante


Mi táctica

¡Mi táctica!

Es hacerte sentir como mujer ninguna,

que cuando te levante te duela hasta la nuca

que me busque no me encuentre y toqué pedir ayuda


Mi táctica

¡Mi táctica!

Que e mi estrategia, te la dejo con cariño

decirte mil palabra pa’ tenerte a mi ladito

y luego al fin diga: I need you, papi, I need you.

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- Toma, mami.

- Gracia papi ¿pitillos?

- Acá tienes.

- ¡Está delicioso!

- Como te venía contando. Me bajé entonce de la tarima y se me acercan esa do viejas. Yo pensé que eran gringas porque eran alta, flaca y monas; pero cuando me llamaron que dizque tío, pue yo ya supe.

- ¿Y qué querían?

- Primero me pidieron que le enseñara a bailar, que ella querían saber como era que se hacía pa’ moverse así y yo ahí, ajá, chévere. Me la lleve pa’ la pista y le enseñé uno pasos. Eso sí, al principio me tocó arrimarselo pa’ que cogieran el ritmo, pero ya despué no podían parar.

- ¿Ah sí?

- No te moleste, mami, que fue con la mejor intención patriótica.

- Ajá.

- El caso e que empezaron a pasar trago la españoleta esa y a calentarse. Ahí fue cuando una me preguntó que si le mostraba lo que era el perreo. Yo me le puse serio y le dije “el perreo no e cosa de broma, puede que despué de saberlo no quiera salir de aquí, que quedes atrapada” Ella se rió y me dijo que no le importaba. Entonce me la llevé y le mostré.

- ¡No Chamo! Ya me cansé tu siempre la misma pendejada, no puede ver una falda porque sale babiando detrá.

- Pero si no pasó nada mami, lo único que hice fue decirlo que e el perreo.

- Ese cuentico…

- Te lo juro.

- A ver, ¿qué le dijiste?

- Pue nada, mami, que esa cosa e algo metafísico, mami, algo de espíritu. Que empieza con el ritmo, el corazón se calienta y parece que estuviera montando burro…

- ¿¿Burro?? ¿Tas loco?

- ¿Tú te imagina un perro cuando hacemo un perreo bien chévere? ¿Tú siente un perro? No joda, mami, si acaso diciendo burro me entendió un poquito de lo que le estaba explicando. Luego de lo del burro, le dije que tenía que abrí los ojo y ver a su papi al frente y darse cuenta pa’ donde iba todo ese cuento del burro. Entonce ambo saben lo que sienten pero no como hacerse entendé, y empieza uno a menearlo de una forma y el otro de otra, y se sienten frustrado y se buscan má, pero tampoco y ¿entonce qué? Pue se acercan má, cierran los ojo y se concentran en el burro y de nuevo se buscan, se aprietan, se sueltan, y le meten má flow al asunto, y se provocan, se azotan, se devoran... Pero se acaba la canción y se da cuenta de que sólo pasó en su cabeza.

- Ya, ya, ya, y se supone que yo me quedo como una imbécil, convencida de que tú ere un santo.

- Pero Monita, si eso fue lo que pasó ¿Qué quiere que te diga? ¿Qué me comí a la españoleta esa? Te lo juro por lo nuestro que e sagrado que yo no la he vuelto a embarrar.

- Tú lo que ere e un sinvergüenza degenerado, bueno pa na.

- ¡No seas tan complicada, mujer…! ¡Mujer, no te vayas!

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Cuando los gemidos cesaron, el grupo dejó de cantar. Una espinita se alojaba en la cabeza del Chamo, y empezaba a darle mal genio.

- ¿Qué hacemo, Chamo? –murmuro el Pete. Detrás de la cortina que dividía el cuarto del Penthouse se escuchaba movimiento. El Chamo les hizo señas de que empacaran y dijo fuerte:

- Bueno Don Rafa, nosotro no vamo.


Se corrió la división y apareció el mulato gigante en calzoncillos, con un fajo de billetes en la mano.

- Gracias muchachos. Cualquier cosa los llamo de nuevo- les dio la mano, les entregó la plata y se fue para el baño -¡Ah! Háganme el favor y me dejan a esa vieja en Santa Marta.


Don Rafa cerró la puerta y se oyó la ducha. A Pete y a Migue esa cosa ya les olía mal, habían sentido una sospecha creciendo en el Chamo al escuchar los gemidos, así que cogieron sus equipos como pudieron y se fueron.

- Suerte, Chamo. No vemo mañana en playa.


Él ni se volteó. Se acercó a la cama y el contorno fantasma bajo la sábana fue apareciendo hasta que ya no lo pudo negar.

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Apaga la moto y la mete empujada. La Mona mantiene la cabeza baja y lo sigue. El Chamo lleva el amplificador consigo. Se detiene en la cocina, saca su jarra, la bota en el fregadero, y se lleva su whiskey. La Mona se adelanta hasta la puerta de la pieza, la abre y espera en el umbral a que el Chamo la ponga dónde quiera. Pero él no se acerca. Busca por el corredor una toma para su aparato y alista todo. La Mona, inmóvil.


- Sónido -ajusta el volumen y apaga el micrófono. Baja un sorbo grande de su botella. Camina hasta la Mona, la toma por el antebrazo y la arrastra por el corredor. Ella, resignada, ni se inmuta cuando la mete de un empujón dentro de un cuarto y la encierra.


Check it out Joe,

que así e como comienza.


Era de madrugada,

las estrellas brillaban,

entonce la Mona

se metió entre tu cama.


Llevaba en su cara un poco de tristeza,

pero con ese cuerpo a nadie le interesa.

Check it out Joe, de lo pies a la cabeza.

Check it out Joe, que así e como comienza.


Su cuerpo se desnuda,

te amarra a su cintura,

y te dice al oído

“al que madruga Dios le ayuda.”


Check it out Joe, que del cielo te saludan.

Check it out Joe, que de milagros no se duda.


Siente su fuego,

siente su calor,

no retroceda

ella e pura vibración

vibración vibración

pura vibración

vibración

vibración

vibración.


Joe,

Esto te lo trae el Chamo pa’ que lo bailes pa’ que lo cantes pa’ que lo goce…

Tú sabes quien e…


¡Mañana!

¡MAÑANA!

que no se pare hasta mañana.


¡Mañana!

¡MAÑANA!

que si no para no se calla.


Check it out Joe, que ella e pura alimaña.

Check it out Joe, que si no hay plata no se amaña.


Check it out Joe, que así e como esto se acaba.

Check it out Joe, que así e como todo acaba.


De una patada deja sus equipos esparcidos por el corredor. Sólo lleva consigo su botella a través del corrillo de vecinos que lo veían cantarle a la puerta del Joe, sin siquiera intuir lo que estaba pasando. Se toma otro sorbo, se acomoda en su ninja, más liviana que nunca, y la enciende.

- ¡Y ahí tiene su puta nevera pa’ que se la meta por donde le quepa!- sale rugiendo fuera de la pensión, sin cerrar la puerta.

domingo, julio 24, 2011

Despertando solo



* * * * * * * * * *

El contador dice 309 veces desde el once de agosto de 2008
Sobrepasada sólo por otras dos canciones melancólicas
si el video contara, tal vez el trono sería suyo

La verdad, no importa.
¿Quién se va a pelear por tal distinción?
¿Para qué querría uno deslumbrar, a sabiendas de que sólo quedará desvanecer?

¿Y por qué no?

No todas las estrellas están fijas en el cielo
Arañas y mantis macho dejan su esperma para luego ser consumidos por su pareja
Salmones vuelven saltando río arriba, a desovar y fenecer
El mundo lleno de maravillas hechas de las entrañas de sus creadores

Y uno ahí, de polizón

* * * * * * * * * *

sin saber si de mañana en adelante se va a despertar menos o más solo

domingo, julio 17, 2011

Señal que envejecemos

Super héroes en algún lugar de Caracas

Paradójico como pueda sonar, la vejez no se mide en unidades de tiempo. El numerito aquel puede darnos alguna idea de las condiciones de un cuerpo, de las experiencias que cualquier animal humano ya debió haber vivido, pero estas aproximaciones pueden ser engañosas. Las dos abuelas de la casa tienen ochenta y tantos, y mientras una apenas si puede caminar, la otra monta una hora de bicicleta diaria y mantiene una fanegada de hortalizas. Aunque las sociedades y sus gobiernos se valen de estas cuentas para intentar poner un orden a sus incertidumbres, la experiencia personal de atravesar el espacio-tiempo tiene poco que ver con el número de días, meses, o años que llevamos respirando. La memoria, por poner otro ejemplo, no es transitiva: que hoy me acuerde de lo que hice ayer, y que ayer me acordara de lo que hice antes de ayer, no quiere decir que hoy me acuerde de lo que hice antes de ayer. La asimetría de los recuerdos no guarda proporción con el contador en el documento de identidad.

Así las cosas, la vejez tiene que medirse entonces a punta de síntomas. Y las edades no pueden ser un guarismo, sino una matriz alfa-numérica de estados y eventos que dan una idea de lo que el cuerpo de cada mortal puede o no puede ya dar. En mi caso, soy ya de los que tienen que preocuparse del colesterol, de los que le duelen las rodillas al hacer deporte, de los que las películas de culto le dejan de maravillar, de los que no rezonga al tener que hacer oficio en la casa, de los que baila una vez cada dos meses no más de cuatro horas, de los que no le ve gracia a emborracharse por el simple gusto de hacerlo.

También soy ya de los que reconoce la literatura existencial adolescente cuando se la encuentra, con sus urgencias y sus vacíos. Esto lo descubrí después de leer la colección de cuentos de Mauricio Salvador "El hombre elástico", parte del encomiable proyecto editorial pariente de el Hermano Cerdo. Trataré con un par de brochazos dibujar la matriz a la que me refiero.

Primero, todos los cuentos están en primera persona, el narrador que mejor responde a la necesidad de plasmar constantemente todas las vacilaciones del protagonista. Por esto mismo, no es fácil encontrar en los 'yos' de cada cuento a una persona diferente, aunque debo resaltar que Salvador logra por momentos transmitirnos la niñez del protagonista del cuento que le da el título a la colección. Sin embargo, y este es otro rasgo, en este género es inevitable ceder a menudo al lirismo propio de lo existencial, remitiendo al lector de nuevo a lo inconfundiblemente adolescente. Las relaciones problemáticas con el padre o la madre, o con los hermanos son otro ingrediente común en los relatos. Y no es que estos sean temas exclusivos de este tipo de literatura, pero en este caso las relaciones son generalmente monocromáticas, y es difícil ver humanos más allá de los estereotipos familiares que atormentan al adolescente. Las arandelas respectivas, como la novia, usar el carro de la casa, o conseguir dinero para salir a divertirse, terminan de redondear el perfil del libro.

La lectura de "El hombre elástico" fue, en últimas, una señal de que envejezco; tal como los resultados del laboratorio clínico. Eso hizo nuestros momentos juntos provechosos, a pesar de lo que los rasgos que describo puedan hacer pensar. No se puede disfrutar la vejez si no se es consciente de ella. De hecho, quizá el único lunar que le encontré al libro fue no aceptarse a sí mismo por lo que es. En el último mini-relato, 1990, el personaje supone sus escritos "en el bote de la basura una tarde de depresión postadolescente", pero nada en la colección da pie para agregar aquel "post", para hacernos creer que existe un más allá que ese vacío de incertidumbres más allá del hogar. Pero, ahora que escribo esta reseña, me parece que esta negación es de lo más consecuente, y que el detalle no es un lunar sino una espinilla.

lunes, julio 04, 2011

Lo que importa



Mujeres decoran el pastel

Tres semanas sin escribir... pero esta vez tengo una buena excusa.

Movido por los comentarios que ha suscitado la publicación por estos días del último trabajo del filósofo inglés Derek Parfit, me decidí a dedicar mis escasos ratos libres a leer los tres tomos de su obra. Esta no es una decisión que pueda tomarse a la ligera, porque son casi tres mil páginas de reflexiones sobre ética que no siempre fluyen de manera clara—aunque, si me permiten, son más accesibles que Proust o que Joyce.

El razón de mi interés es que el hombre defiende una postura consecuencialista—es decir, que decidimos nuestro accionar de acuerdo a las consecuencias de lo que hagamos—la cuál se ajusta a mis investigaciones sobre el concepto amplio de seguridad. Versiones reducidas de estas teorías, tales como el hedonismo o el utilitarismo, son bien conocidas y repudiadas por amplios sectores intelectuales. En su primer libro, Razones y Personas (1986) Parfit se toma mil páginas para mostrar como estas versiones no son sostenibles, y sentar las bases para un teoría más robusta. Los dos tomos públicados recién, titulados 'Sobre lo que importa', prometen desarrollar la teoría que previó casi treinta años antes, y mostrar al mismo tiempo como las otras tradicionales teorías éticas—deontología y contractualismo—tienen que ceder espacio a la vilipendiada evaluación de consecuencias.

En este momento voy en la página 497 del primer libro, y la experiencia ha sido muy intensa. A Parfit le debo, por ejemplo, que haya quedado satisfecho dando respuesta al dilema que enfrentó Charles Bronson cuando interpretó aquel papel de mecánico. Puede parecer trivial, pero la vida real muchas veces exige hacer cuentas antes de actuar, y negarlo es dejar decisiones importantes al garete. Ese es el meollo de la seguridad: unas cuentas muy complicadas de hacer que, por lo mismo, nadie quiere hacer y, en consecuencia, resultan echas casi accidentalmente.

Sin embargo, se corre el riesgo de tomarse muy a pecho las cosas, de no dejar dormir a la familia con discusiones complicadas que ni uno está seguro de entender. Afortunadamente, la vida real esta llena de polos a tierra. Mientras rumiaba el fin de semana la sección sobre la irrelevancia de la identidad personal, una visión me recordó con violencia lo mundano de lo que importa. La mirada perdida en el ventanal del café, Parfit intentaba mostrar lo insostenible del Ego Cartesiano, lo que subyace al celebérrimo 'Pienso luego existo', y que justifica en parte la existencia del alma, encumbrando la identidad más allá del cuerpo. Sin entrar en mayores detalles, Parfit charlaba sobre como podemos los humanos sobrevivir aún si nuestro cerebro es dividido, y cómo al hacerlo tenemos dos conciencias separadas. Muchas páginas se siguen imaginando experimentos cerebrales, que incluyen trasplantes y teletransportaciones, que apuntan a lo superfluo de la idea cartesiana de la identidad. Los ejemplos daban vueltas en la cabeza cuando un hombre calvo, de gafa marco oscuro y candado oriental, acompañado de su esposa entrada en carnes y sus dos hijitaas, pasó de un lado a otro, llevando a la espalda aquella sentencia fulminante de camiseta dominguera: 'compro luego existo'.

No lo sé, pero me temo que ni las otras dos mil quinientas páginas van a poder hacer algo al respecto.