sábado, mayo 07, 2016

10Y37

Hubo una época en la que el señor M no pudo asistir al dojo por varios meses. Su esposa enfermó y él no podía apartarse de su lado por miedo a que una recaída le diera en su ausencia. Afligido, llamó al maestro a contarle lo que pasaba. Siento no poder ir a practicar pero debo cuidar a mi esposa, se lamentó. Cuidar a su esposa es parte del kendo, le contestó.

El señor M pensó entonces que le gustaría mucho llegar algún día a ser como aquel maestro. Lo cuenta con esa manera franca que tiene para decir las cosas, la cual los años han terminado de perfeccionar. El año pasado obtuvo el séptimo dan, que es lo más alto a lo que puede aspirar alguien que práctica el kendo como pasatiempo. Gracias a esto se puede sentar entre los maestros, aunque su estilo descomplicado y poco riguroso no parece bien visto por los instructores de oficio. O eso transpira el hecho de que no lo dejen enseñarme.

Aún así, de ida y vuelta al dojo, conversamos del kendo y de la vida, con lo que se ha ido tejiendo una relación de maestro-pupilo. El señor M comparte sus secretos y suena sincero al decir que a sus 71 años no tiene mucho sentido practicar sin la compañía de alguien al que se le ve crecer en su aprendizaje. La sabiduría que alguna vez soñó en exhibir no es un reservorio al que se llega a beber, sino un torrente de experiencias que clama por salir. ¿Habrá sido ese también el caso de aquel maestro? Por lo pronto, es un placer empaparse en este río. 

No hay comentarios.: