domingo, junio 12, 2011

Música para sus oídos

Cangrejos gigantes del mar del norte, acuario de Osaka

Una maldición acompaña todo lo exótico. Como lo sabe todo turista, las cosas extrañas atraen por el sólo hecho de existir. El encanto interno, la calidad, la profundidad, la destreza, todo aquello pasa a segundo plano cuando la novedad deslumbra. Cuando la apariencia es todo lo que vale, esto no tiene porque inquietar a nadie. Bien puede la señorita reina de belleza decir cada perogrullada que se le ocurra, pues esto es secundario a su fin último. Pero cuando se trata de obras de arte, bien vale pensárselo dos veces.

Cierto, no en todas las artes la atracción exótica deja un sinsabor en el público. La pintura y la escultura casi que depende exclusivamente de ello. La música extraña, en cambio, es un refugio de minorías. El cine, un intercambio tan parecido al del turista, recurre a menudo a lo exótico, aunque en general con ello sacrifica contenido. La literatura, sobre todo la prosa, duele un poco más cuando se lee por lo que es, y no por su calidad.

Los escritores colombianos sufrieron por esto por casi treinta años, tal vez todavía un poco. A la sombre del nobel, el lector del mundo—o, más bien, su editor—esperaba más realismo mágico, como si en el país sólo se diera esta clase de plátano. Una sensación similar me queda después de leer las historias del libro de cuentos "A Thousand Years of Good Prayers" (traducido al español como "Los Buenos Deseos"). No puedo dejar de pensar que Li Yiyun gusta por lo que es, por decir lo que el público quiere oír. Para nadie es un misterio que China es un gran motivo de ansiedad en el resto del mundo, sobre todo el occidental. Saber todo lo posible sobre este gigante despertando, ese otro que habla en mamarrachos y no responde a nuestras convenciones, es el imperativo de todo aquel con la menor curiosidad por el futuro del mundo. Y Yiyun nos cuenta como los chinos llevan vidas distintas, distorsionadas por el sistema, de matrimonios arreglados, de vendedores de té, de actores parecidos a Mao, de científicos comunistas en misiones ultra-secretas. Mejor dicho, todo un Macondo.

Debo admitir que Yiyun empezó en desventaja, pues siguió inmediatamente después del grandioso libro de Alice Munro—aunque leo en Wikipedia que ya ha sido comparada con ella. Entonces fue evidente que Yiyun no escribe en su lengua materna: mientras Munro exigía constantes visitas al diccionario, los cuentos chinos fluían sin tropezones; lo cuál no es del todo malo, pero si dice algo del escritor. Sus personajes además de chinos son seres humanos, punto a favor, pero no todas las historias se sienten verosímiles. Cuentos como 'La muerte no es un mal chiste si se cuenta de la manera correcta' o el que da título a la colección, presentan una elaborada trama de sentimientos familiares y tragedias humanas que van más allá de su contexto. Tal vez en ellos se funda las expectativas que se tienen en la autora, pero no es algo constante en toda la colección.

Tal vez en plena contradicción conmigo mismo, de lo más agradable a través de los cuentos de Yiyun es su uso de los dichos populares para añadir profundidad a los pensamientos de sus personajes. Entre los que más me gustaron están:

* Una mujer acepta de la vida cualquier cosa y hace de ella lo mejor; un hombre regatea por algo mejor aunque sea menos que perfecto.

* Un hombre no puede ocultar por siempre su naturaleza revolucionaria, como una viuda no puede esconder el deseo de que se la coman.

* La promesa vacía de un hombre mantiene lleno el corazón de una mujer.

* La mala suerte siempre escoge un buen hombre.

* Lo que es de uno, es de uno.

Y pues, como dice este último dicho, bien conocido a ambos lados del Pacífico, si es cierto que Yiyun es capaz de escribir como los inmortales, acá hay unos ojos dispuestos a leer.