domingo, marzo 27, 2011

Nosotros los habitantes de Japón—9.0, cuarta parte

El lunes 14 en el punto de ayuda del estadio de béisbol de Sendai ya no había nadie

La prensa ha dicho que el terremoto del pasado 11 de marzo fue el cuarto más fuerte de los que se tiene registro. Si le sumamos la cantidad de imágenes a disposición del público y la emergencia nuclear desatada, tal vez sea el más impresionante—aunque sin duda no el más doloroso, pues el tsunami en el océano Índico y el terremoto en Haití han tenido muchas más víctimas. Lo importante no son las comparaciones, hasta cierto punto inoficiosas, sino dejar en claro que la magnitud del evento imponía un reto muy grande para todos los habitantes de Japón. En una situación así nadie puede sustraerse al pánico, y no es atinado juzgar las reacciones de cada quien sobre estándares normales (¿?) de racionalidad.

Sin embargo, a todas luces las cosas no salieron bien en lo que refiere a los extranjeros. De Sendai al parecer la gran mayoría salió corriendo, no sólo de la ciudad, sino del país. Los extranjeros en Japón se volvieron un problema más, en momentos en los que menos lo necesitaba. La oficina de inmigración colapso por las filas de extranjeros pidiendo permiso de reingreso para poder pasar unos días en sus países mientras pasaba la emergencia. El aeropuerto de Narita y Haneda en Tokio también sufrieron picos de gente en pánico. Las autoridades reportan que 190,000 extranjeros han salido en lo que lleva de marzo, cuando lo normal son 20,000. Todo esto a pesar de que el impacto real del terremoto ha sido más bien limitado en las áreas más habitadas, es decir Tokio: cortes de energía, algo de desabastecimiento de alimentos (debido a que todos quieren aprovisionarse al tiempo), y una exposición limitada a radiación, que de acuerdo a las autoridades por ahora sólo implica riesgos para la salud de los menores de un año. Pensando en el futuro, vale la pena hacer un análisis preliminar del porqué de esta reacción.

Algo que fue evidente desde el comienzo de la emergencia es cuanto se demoró en fluir información oficial sobre la emergencia en otros idiomas. La gran mayoría de los extranjeros no tienen la capacidad de entender el japonés de las noticias, menos aún en condiciones de estrés. Por lo menos en Sendai, el sistema de información para extranjeros (SIRA), sólo volvió a informar hasta el 18 de marzo.—aunque en la página web de ellos hay información desde el 13. En cambio, si usamos la prensa colombiana como la fuente principal para informar la reacción de los extranjeros, incluso nadar hasta Corea hubiese parecido sensato. Pedirle un cambio a los diarios tal vez sea demasiado, pero el gobierno japonés sí podría hacer su respuesta a emergencias mucho más incluyente.

En todo caso, fue claro desde el comienzo que varias misiones diplomáticas no confiaron en el gobierno japonés. Muy temprano el gobierno colombiano expresó su intención de mover la embajada del país, aunque rápido salió a retractarse. El representante del gobierno francés acusó al gobierno de ocultar información, y los Estados Unidos enviaron mensajes confusos, apoyando al gobierno pero contradiciéndolo. Al 25 de marzo, el Ministerio de Relaciones Exteriores japonés reportó un total de 25 embajadas que cerraron o cambiaron su locación (Alemania, Angola, Bahrain, Benin, Botswana, Burkina Faso, Croacia, Ecuador, Finlandia, Ghana, Guatemala, Kenya, Kosovo, Lesotho, Liberia, Libia, Malawi, Mauritania, Mozambique, Namibia, Nepal, Nigeria, Panamá, República Dominicana y Suiza). Hasta donde tengo conocimiento, sólo la embajada del Reino Unido sacó un comunicado de apoyo a las medidas tomadas por el gobierno japonés. Es muy posible que la raíz de la falla en la credibilidad esté en el papel de los medios y las dificultades de las misiones diplomáticas para seguir sólo las noticias locales.

Sería prudente que cada misión diplomática evaluara su reacción durante la emergencia, que se hicieran públicas cuales fueron las bases para las decisiones que se tomaron, y se aprenda para próximas ocasiones—y de paso se pidan las debidas disculpas si es el caso. Como dije al comienzo, este es el momento donde es más difícil separar el rol de funcionario público del de ser humano de carne y hueso. La embajadora colombiana aceptó en radio que le tiene miedo a los temblores, por lo que no es descabellado pensar que su miedo haya influido las consideraciones que se tuvieron en los primeros días. Ello no desdice de la gestión de la embajadora en su rol normal de diplomática, y se debe reconocer como luego del miedo natural salió a desmentir las declaraciones de la Canciller colombiana. Aún así, valdría la pena sentar el precedente sobre la compatibilidad de personas y contextos para informar la reacción a emergencias en el futuro.

Al nivel personal de los moradores de Sendai, tal vez el factor más importante para el pánico fue el nivel de (des)conexión de cada quien con Japón. Los estudiantes en general se comportaron tal cuál un turista, que abandona el lugar cuando se acaba la diversión. Estos fueron los que ayudaron al pánico y causaron dolores de cabeza adicionales. El fracaso acá también le cae a las universidades que no han logrado integrar a los estudiantes con el país, o servir de un interlocutor válido de los mensajes oficiales, aunque se debe tener presente que las embajadas están por encima de ellas. No obstante, la Universidad de Tohoku, líder mundial en ingeniería, estaba en capacidad de emitir reportes sobre el problema de radiación en las plantas de Fuhushima, pero sólo empezó a hacerlo desde el 18 de marzo, casi una semana después del terremoto. Esto es de lo más irónico, dado que por el régimen de vientos, es mucho más riesgos irse para Tokio que quedarse en Sendai, dónde en cuestión de una semana la situación ya estaba hasta cierto punto normalizada (comida, agua, electricidad, y teléfono).

Hay dos factores que pudieron haber catalizado la decisión de los estudiantes de huir: por un lado, marzo es época de vacaciones y los estudiantes no debieron haber sentido la presión de seguir en la ciudad; y, por otro lado, es característico del japonés ser cuidadoso al expresarse para no asumir responsabilidades que no les corresponden. Lo primero incluye también a los estudiantes japoneses, por lo cuál es de esperarse que esto haya tenido mayor efecto en el caos después del terremoto en la ciudad. Bloqueadas las autopistas hacia el norte y el sur, la gente se volcó a Yamagata, la prefectura del occidente, desde donde se podía iniciar el periplo a Tokyo, ya sea por tierra o en avión. La estampida estudiantil tuvo un resultado positivo en medio de todo: en la semana siguiente al terremoto, cuando la comida estuvo más escasa y se hacían filas de más de 5 horas, el supermercado del barrio de los estudiantes estuvo mucho menos congestionado y con más variedad disponible. Eso parece dar la razón a quienes dijeron que se iban por dejarles más recursos a los más necesitados, aunque esto es dudoso porque no había como mover la comida y la información sobre los supermercados estaba restringida.

Sobre lo segundo, los interesados pueden leer un comentario en la revista Scientific American, donde criticaban al gobierno japonés por la manera en que se comunicó el riesgo en ciernes. Tal vez algo de ello sea cierto, pero los comentaristas ignoran el posible efecto de la ambigüedad característica del idioma japonés. Un ejemplo fuera de contexto que puede ayudar a entender el punto: la semana anterior al terremoto se reunió el concejo de la facultad para aprobar las aplicaciones de grado; luego de la reunión le pregunté a la secretaria si había sido aprobado y contestó que ninguna aplicación fue negada. Las presentaciones sobre el accidente en los reactores nucleares han estado llenas de este tipo de mensajes; ni hay una fuga, pero tampoco no la hay; ni la situación está controlada, ni está fuera de control. No es deshonestidad, es exactitud, pero seguramente no es lo que los medios quieren escuchar.

Los pocos que se quedaron en Sendai lo han hecho por sus relaciones laborales o familiares con la ciudad, y han sido testigos de la increíble resiliencia del pueblo japonés. Como expresó un periodista estadounidense que lleva más de cincuenta años en el país, es posible que aquellos que se van se estén perdiendo el mejor momento de Japón después de la Segunda Guerra. Pero esta idea no fue sino la de una exigua minoría. Por su lado, algunos sectores ya han hecho expreso su malestar. El título de una editorial del periódico Asahi, uno de los de mayor circulación del país, lo dice todo: “Los sobrevivientes japoneses no tienen a donde escapar”. Aunque el columnista se limita a reprochar que hasta algunos diplomáticos se fueron, la idea central es que la reconstrucción del país le toca al país; en otras palabras, es en este momento que se sabe quién es de aquí y quién no. Tristemente, el nuevo brío que ya muchos avizoran en el futuro del país conservará la sombra del aislamiento de sus gentes, reafirmando la división entre los japoneses y los que habitamos—y amamos—este archipiélago en el Pacífico.


P.S. Ahora que recordaron en los medios del norte que la verdad de los ataques de Ántrax después del 9/11 sigue sin revelarse, queda la duda de cuantos aviones mandaron a USA por colombianos después de esa emergencia tan peligrosa.

lunes, marzo 21, 2011

La semana después—9.0, tercera parte

La verdulería recupera su importancia

El viernes 18 de marzo, a las 2:46pm , comíamos croquetas de huevo, repollo con salsa de ajonjolí, arroz y sopa de miso; de postre un pastelito de limón y te verde para la digestión. Fue necesario hacer una fila de cuatro horas para conseguir los víveres, pero lo importante es que los teníamos. El terremoto no sólo altera el abastecimiento de productos a las zonas afectadas, también alinea las necesidades de la gente, de manera que todos quieren de lo mismo al mismo tiempo, contribuyendo a que el sistema colapse. Como cuando todos quieren ir al nuevo centro comercial el sábado en la tarde.

Sin embargo, aunque la escasez es lo más preocupante, tal vez la reacción de la gente sea lo más difícil de solucionar. Ya desde el miércoles o jueves después de la tragedia, los abastos de barrio, muy parecidos a los colombianos, tenían surtidos básicos de vegetales, frutas, aceite, artículos de limpieza y algo de arroz. Sin embargo, como la gente ya no piensa en ellos cuando va a hacer mercado, estos se encontraban mas bien solos. Para el sábado, ya los almuerzos se apilaban en los restaurantes del centro mientras la gente hacía fila para obtener cosas más específicas como medicinas, pastelitos de limón, y pan—el pan no es una comida tradicional en Japón, su producción es más complicada, y su baja densidad no es adecuada para las circunstancias. La comida, en conclusión, ya no es un problema.

Como saben, la conexión a Internet nunca se perdió; un día después los teléfonos funcionaban con intermitencia. Dónde vivimos la luz llegó al tercer día. Al cuarto volvió el agua. Luego vinieron las novelas y los programas de variedades; los casinos entraron en pleno funcionamiento y algunos cafés abrieron sus puertas. Las carreteras principales y los servicios intermunicipales de buses empezaron a ir y venir con alguna regularidad. La ciudad se rehace gradualmente a sí misma con la ayuda de miles de manos que hacen lo que está a su alcance.

Otras cosas tomarán más tiempo. Lo más problemático es el gas natural, del que una gran porción de la población depende para cocinar y para darse una ducha caliente—esta una parte vital de la cultura japonesa, no un capricho como dice mi mamá. La planta que recibía el gas en el puerto fue borrada por el tsunami, y los arreglos pueden tardar entre uno y dos meses. Entre tanto la gente ha recurrido a cocinetas para camping, microondas, y algunos han podido migrar a gas propano, del que parece haber provisión suficiente. Para la cuestión del baño, algunos termales a las afueras de la ciudad han ofrecido gratis sus servicios para que la gente vaya y se relaje. También hay casas con calentadores eléctricos que han abierto sus puertas para que los vecinos laven sus penas.

La gasolina y el keroseno son un poco más complicados, y las filas en las estaciones de servicio continúan. Tienen prioridad los carros de trabajo, aunque para los particulares aumenta gradualmente la oferta; por lo pronto, las calles están llenas de peatones y bicicletas, un paraíso mockusiano. En las ciudades densas como las japonesas el desabastecimiento de combustibles es llevadero, y los que viven lejos del trabajo salen un poco más temprano y toman un bus, o comparten vehículo y se turnan en las filas. Los arreglos del tren toman más tiempo, y mientras la prioridad sean los damnificados de la costa, los arreglos irán a media marcha. Por último, el aeropuerto quizá vuelva a funcionar en octubre, aunque la pista ya fue despejada y desde allí operan los equipos de rescate y los ejércitos de otros países.

Otra historia, claro está, es la de las más 300 mil persona afectadas por el maremoto que en este momento viven en refugios; tampoco la de los más de 12 mil desaparecidos. Las labores de reconstrucción tardaran por lo menos un año, y para muchos no hay un lugar al cuál volver. Ninguna de estas historias, la de la normalidad de Sendai ni la de la permanente zozobra del posdesastre, es tan interesante para los medios como la del Apocalipsis nuclear, y pasaran desapercibidas para la masa que busca el próximo miedo del cuál sentirse seguro.

miércoles, marzo 16, 2011

9.0 (segunda parte—el día después)

Gente hace fila en un supermercado con medio aviso caído

¿Qué hace uno la mañana del sábado después del sismo más fuerte en la historia de Japón? Ir a trabajar, por supuesto.

Confieso que esto me tomó por sorpresa. Sobrevivir era todo lo que me importaba, así que cuando Hiroko dijo que tenía que estar como siempre en el trabajo a las 8 AM me molesté. Supongo me entienden: con olas gigantes llevándose pueblos, réplicas cada diez minutos, sirenas yendo y viniendo, el trabajo era lo último que se me pasaba por la cabeza. Sin embargo, cuando uno tiene un trabajo de servicio a la comunidad, nutricionista en un kinder en su caso, todo lo que esté al alcance hacer por los demás puede hacer la diferencia. Los rescatistas, los soldados, los bomberos, los que atienden en estaciones de servicio, supermercados, etc., también tienen niños, y si ellos no pueden ir a hacer su trabajo por cuidar los niños, las cosas serían peores.

Así que a las siete ya estábamos listos para salir en las bicicletas. Como en la casa de los suegros ya todo estaba en su puesto, le dije a Hiroko que iba con ella—no la hubiera dejado ir sola en todo caso. Me puse una sudadera que me prestó la suegra sobre la pijama con la que salí corriendo el viernes, unas medias del suegro porque me había puesto los zapatos sin medias en la huida, y el abrigo que saqué la primera vez que me aventuré de nuevo dentro del apartamento—cuando el miedo no me dejó sacar ni medias. El viaje tomaría un poco menos de una hora a través de la ciudad, pero sería como una excursión a un lugar totalmente desconocido. y salvaje . No, de nuevo, porque los daños fuesen sustanciales, que afortunadamente en la mayor parte de la ciudad no lo han sido, sino porque la corriente del miedo nos predispone a ver grietas, ruinas, caos y dolor peores de los que verdaderamente hay, o incluso imaginarlos donde no existen.

La mayoría de daños visibles fueron en los muros de los jardines o los garajes. Una placa de concreto de un edificio cayó sobre una parada de bus, pero al parecer nadie estaba en ella en ese momento. Sólo un edificio en el recorrido se veía seriamente averiado. Los ventanales grandes en general estaban quebrados y en el suelo fisuras que no se sabe si han estado ahí siempre.

Puede sonar extraño, pero lo verdaderamente sorprendente era ver gente. Haciendo filas en los teléfonos públicos o en las tiendas de víveres; atascados en el tránsito o en hordas de bicicletas.
Gente que nunca sale, o que siempre está en el trabajo, que se mueve en bus, carro, tren, o subterráneo, que tiene trabajos a horas fuera de las normales, todos en las calles, de un lado para otro con un dejo de tristeza. Todos despertando a ese nuevo Japón inhóspito que dejó el terremoto.

En el kinder las cosas estaban más o menos en su sitio. La directora hablaba con una profesora que aún no recibía noticias de algún pariente, y que venía personalmente a decir que iba a faltar unos días. En algunos rincones se veían rastros de polvo de las paredes y una que otra fisura. Diez profesoras revisaban los salones y limpiaban los corredores. Sólo dos hermanos habían venido, y jugaban en el corredor. Hasta ese punto todo muy cotidiano, pero con cada encuentro empezaban a apilarse las tragedias. La directora vive en el área del puerto, a distancia suficiente para oír las alarmas de tsunami que se accionan con cada réplica, así que decidió dormir con su hijo en el carro, para salir en cualquier momento. La familia de varios aún no aparecía, sus casas sin ningún servicio. El señor del abasto de verduras vino a decir que tenía bananos, por si eran de alguna utilidad; el de la carnicería también vino, aunque a decir que no tenía nada aún, ni tan poco certeza de cuando iban a llegar provisiones de nuevo. La sub-directorora, después de dos horas de trapear el piso, nos dijo a todos que su hijo no había vuelto de la primaria el día anterior, la cual quedaba cerca del aeropuerto que en la televisión mostraban parcialmente sumergido. Pidió permiso para ir a buscarlo y luego volver a trabajar. Claro la directora le dijo que volviera la otra semana, pero ese era el espíritu que se respiraba.

Cuando acabamos las labores de Hiroko también pedimos permiso para volver. Como la pila de mi celular ya estaba en las últimas, paramos en un mercado a hacer fila para conseguir unas doble A. Los encargados habían acondicionado unos estantes junto a la puerta de carga y la gente ya le daba la vuelta al parqueadero. Sin embargo no tomó más de media hora: los empleados estaban haciendo bolsas con mercados individuales que vendían por mil yenes (veinte mil pesos), aunque su valor real estaba bastante por encima. No tenían pilas, pero aprovechamos para llevar dos bolsas, pues nunca se sabe.

De vuelta paramos en una videotienda donde se veían a unos empleados como pasmados en su interior. Adentro cajas de dvds hasta donde alcanzaba la vista. Les explicamos que necesitábamos unas pilas para el celular y dijeron que la registradora no servía, así que nos regalaron cuatro pares. Les dimos las gracias y seguimos nuestro camino. Hasta la gente de una videotienda puede ser útil en medio de una emergencia. Al sol de hoy he visto restaurantes regalando el almuerzo, a los peluqueros ofrecer shampoos para los que no se han podido bañar, a los casinos sacar extensiones de sus toma corrientes para los que no tienen luz. Todos ellos hacen parte del gran plan de rescate japonés.

Salir a trabajar es ganarle la guerra al miedo.

martes, marzo 15, 2011

9.0 (primera parte)


La tragedia empezó, gracias a Dios, cuando prendí el televisor. Por el poco caso que le hago, había olvidado que con el celular podía sintonizar los canales públicos. Hasta entonces todo había sido incertidumbre, caos. Sí, la tierra se había movido como nunca antes. Sí, paredes en medio de las vías aquí y allá, las sirenas que anuncian el pasar de los trenes retumbando sin parar, aunque ningún tren haya pasado aún, cuatro días después. Sí, no había luz, pero eso era apenas lógico. Parado en medio de la calle, que tenía frío por la nieve cayendo era todo lo que sabía, y esas eran buenas noticias.

Estábamos al rededor de una vela con mis suegros y la abuela. Ya había llegado un correo de mi esposa diciendo que venía caminando desde el trabajo, quizá a dos horas de distancia. Pensamos ir por ella, pero los correos llegaban con 30 minutos de diferencia, así que no sabíamos muy bien a donde ir. Entonces caí en cuenta y prendí el celular. Debí haberme dado cuenta antes de como se enrarecía el ambiente ¿de qué servía en ese momento saber que olas gigantes se habían llevado pueblos enteros y sumergido el aeropuerto? ¿Para qué ver las llamas consumir aquellos paisajes conocidos? ¿A quién le importaban las razones por las cuales había temblado o la magnitud del sismo? Si tan sólo pudiesen avisar cuando viene la siguiente réplica, para no sentir así una vez más que te traga la tierra. Pero todo lo que trae son penas, noticias de peligros sobre los que nada podemos hacer, una sensación que sobra en ese momento: pánico.

Hoy siguen los titulares tremendistas donde no se les necesitan, lucrándose del miedo. A cien kilómetros de las plantas nucleares, acá en Sendai la gente lo que menos necesita es preocuparse de la lluvia. Muchos sin combustible, gas, comida, agua, electricidad, y con los teléfonos intermitentes, la seguridad del aire libre, donde ninguna pared le va a caer encima a uno, es de las pocas cosas que quedan.

lunes, marzo 07, 2011

¿Más confucianista que Confucio?

El nuevo mejor amigo del gobierno chino (foto AP)

Dentro de la tradición confucianista, los personajes públicos y los de mayor nivel de formación son a quienes se les exige de la manera más estricta que se comporten de acuerdo a las normas. Como ejemplo que son para el resto de la sociedad, su quiebra moral se considera más grave que la de cualquier mortal. No es extraño entonces encontrarse cada tanto en los medios masivos de comunicación con extensos cubrimientos de las menores faltas de políticos y artistas, generalmente. A una cantante que cogieron con 0.5 miligramos de droga, la pasaron en todos los canales por más de dos meses, escudriñaron hasta el más profundo rincón de su intimidad, y la obligaron no sólo a pasar una corta temporada en la cárcel, sino que ahora estudia servicio social en la universidad y espera trabajar en la beneficencia apenas pueda. A una joven figura del teatro Kabuki que hace poco se emborrachó con un ex-jefe de la mafia, y por andarse con chanzas terminó seriamente aporreado, llevan algo más de tres meses sometiéndolo al escarnio público por su vida desordenada--tan así que le tocó embarazar a la esposa para ganarse algo de compasión (esto una conclusión de mi mente retorcida, pero es que es difícil creerse esas coincidencias).

Cualquiera que comparta el acervo latinoamericano verá en esta costumbre una cualidad que explica, si no nuestro atraso, si el avance de oriente. Pero ¿puede tan honorable práctica salir mal? Dos casos de estos días apuntan a que así es.

Hace dos semanas, después de los exámenes de admisión a la universidad en todo el país, se detectó en internet un intento de fraude. Mientras el examen tomaba lugar, en un foro público alguien empezó a pedir ayuda con ciertas preguntas del examen. En seguida la noticia se tomo todos los canales. Los representantes de las universidad, en conjunto con la policía, prometieron una exhaustiva investigación para detectar al infractor. En un día ya se sabía cómo se había cometido el fraude: el aspirante había tomado una foto con su celular y un cómplice había buscado las respuestas. Se sugirió solicitar a Yahoo, la compañía a la que se subió la información, que revelara los datos de las cuentas involucradas. Al parecer, la compañía no cedió. Pero con un poco de minería de datos fue cuestión de días dar con el implicado: un joven de 19 años, desesperado porque en la primera oportunidad no había podido pasar a la universidad, por lo cual ya en sí era un paria.

El operativo policial fue notable. El sector de la casa del estudiante acordonado. Barreras visuales y vidrios polarizados para mantener la identidad del individuo en reserva. Las cámaras de televisión esperando el menor descuido. Un vuelo charter para llevar al criminal desde su ciudad, a una hora de vuelo de Kyoto, dónde el operativo continuó para llevarlo a comparecer. Caso cerrado ¿pero se justifica todo este espectáculo? Algunos comentaristas con algo de sentido común vieron en el espectáculo algo macabro. ¿Qué será del joven una vez que todo acabe? Sí, es una falta importante copiar, y la reputación de las universidades es importante ¿pero al punto de pisotear la dignidad de cualquiera?

Hoy, por otro lado, renunció el Ministro de Relaciones Exteriores, tal vez el sexto en cinco años. Maehara, un buen tipo, con carácter, quien lideró en su anterior puesto como Ministro de Infraestructura el difícil proceso de desmontar el sistema de rentas a través de mega-obras innecesarias ya famoso en Japón, es decir, un tipo duro. Además, el ministro al que le tocó enfrentar el último incidente con China al rededor de unas islas en disputa, en el que no cedió un milímetro--algo no necesariamente bueno porque la cosa se iba complicando, pero en todo caso, algo que es sólo el comienzo de lo que será una constante puja con el gran vecino. De hecho, al hombre ya lo tenían por el próximo primer ministro, dada la baja popularidad del señor Kan. Sin embargo, todo se vino al suelo.

El pecado de Maehara: recibió dinero de un extranjero en su campaña. Y no es que haya hecho un torcido, o que esté beneficiando algún negocio oscuro. Maehara recibió un millón de pesos cada año durante los últimos cinco años de la dueña de un restaurante coreano donde iba a almorzar cuando estaba en la preparatoria. Al parecer, para mayor ironía, esta señora es de los coreanos que nunca han pisado Corea del Sur, sino que, descendiente de inmigrantes, nunca recibió la ciudadanía. Puede que me equivoque, pero el caso es que esta es una falta ridícula. Ese dinero no debe ser ni la quinta parte de lo que se gana en un mes un ministro japonés. Además, el país lleva cinco años sin una política exterior estable, sin enviar un representante fijo ningún foro internacional--sin contar con el ministro borracho que mandaron a Italia. Pesa más la corrección concianista--y la presión de la oposición, que no tiene nada que ofrecer más que quejas--que la premura de las circunstancias.

Estos dos eventos de alguna forma dan luces de como el país va perdiendo su tercera década.