miércoles, mayo 04, 2016

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Una cosa que se aprende al practicar esgrima, occidental o japonesa, es que las armas y las armaduras nos sobreviven. Estas no tienen sentido sino durante la práctica o en el combate. En la casa sólo hacen estorbo. Cargarlas en el transporte público es engorroso. Incluso es mejor ni lavarlas.

En la universidad, todos usábamos los equipos del club de esgrima sin reparar en los sudores de cientos de estudiantes que por allí pasaron. Llegué a comprar mi propio uniforme, pero lo dejé en la liga distrital, en el Salitre, para que alguien le diera buen uso. Sólo me quedé con el guante, que aún cargo como recuerdo.

Ahora en el kendo, todo el equipo me lo han heredado. He recibido tanto que he decidido comprar un uniforme propio por pura vergüenza. Pero entiendo que el kendo de cierta manera vive en ese fluir de los equipos y el consentir a los novatos. Recibir y retribuir a su tiempo es parte de la pertenencia a la comunidad.

El sentido que tiene uno de la propiedad debería ser igual de fluido para muchas más cosas en la vida. No tenemos un auto ni nos interesa. Con rentar es suficiente. Tampoco me ilusiona poseer propiedades, sobre todo sin saber en donde o cuando vayamos a estabilizarnos. Los libros de ficción se leen una vez y luego es mejor pasarlos para que sigan conjurando emociones. Es mejor tener siempre la maleta medio vacía para todo lo por venir. 

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