jueves, abril 14, 2011

Un día en el medio — primera parte

Buscando algo que le de sentido a la nada

Estaba preparado para muchas cosas cuando me inscribí como voluntario en el grupo de estudiantes de la universidad: limpiar lodo, mover escombros, cargar víveres, preparar comida, o jugar fútbol con los niños. Sin embargo, la primera tarea que se me encargó fue quizá la más obvia: servir de traductor. Un par de periodistas venían de una ciudad en California, recomendados por alguien en la universidad, y necesitaban un par de personas para que les ayudaran en su trabajo documentando las desgracias de los sendaireños.

Me citaron al hotel de los periodistas con la otra voluntaria al siguiente sábado. Un profesor de la universidad y otro señor que resultó ser 'el de los contactos' serían las contra partes locales que ofrecerían el soporte logístico. Nos presentamos y enseguida pasamos al restaurante. El profesor me dio una carpeta y mencionó que incluía un sobre con dinero para mis gastos en transporte. Pero yo vine en bicicleta, le dije; él sonrió y volvió con los huéspedes.

La cosa siguió mal. El profesor alardeó porque el hotel desde el terremoto no servía cenas, pero gracias a su insistencia prepararon un menú especial para nosotros. Eso me pareció algo inconsecuente con el motivo de la visita, aunque la verdad es que la comida hace mucho dejo de ser un problema en la zona. Luego vino una réplica de tal vez 4 fuerte o 5 suave en la escala japonesa que llega hasta 7. (1) Uno de los periodistas dijo que no había problema, que ellos venían de California, que ellos tienen la falla de San Andrés, que ellos estaban acostumbrados. El mismo tipo saldría corriendo del taxi en una replica grado 6 suave el siguiente lunes temiendo que algo le cayera encima al carro. Después admitiría que sus terremotos en California son menos acentuados y que el último fuerte fue hace quince años.

Se habló luego sobre sitios a visitar. Los periodistas querían concentrarse en Sendai pero los nombres que traían eran de lugares bastante alejados. Además, que un sitio quedara a 80 millas para ellos no quería decir que estaba a menos de una hora: el limite de velocidad japonés en carretera pública es de 50 Km/h, así que los tiempos por lo menos se duplican.

Luego, creo que de la nada, empezaron a hablar de cadáveres. Quiero pensar que fue un mal entendido en la traducción, que unos hablaban de ver las operaciones de rescate y los otros entendieron ver cuerpos. El caso es que el señor de los contactos empezó a llamar a sus amigos policías a ver como nos llevaban a ver muertos. El profesor les explicaba que ni siquiera en las noticias locales salían fotos de estos, así que iban a ser afortunados. Yo intenté preguntar si eso era en verdad lo que querían ver; pero una vez ofrecida la oportunidad, los periodistas dijeron que sí, porqué no.

Supongo que en esto fallamos todos. Es ridículo que los profesores se ofrezcan a conseguir acceso a tales lugares; parece que puede más el afán de servir al cliente que el sentido común. Fallan los periodistas por prestarse a cubrir estas historias, aunque después de la experiencia me parece que ser periodista es un poco eso: irrespetar al prójimo, profanar su ser por el supuesto bien superior que viene con la información—aunque claro, supongo que muchos aprenden a medirse en el momento de hacer una pregunta o apretar el obturador. Fallé yo por prestarme a ese juego, por no negarme a facilitar algo que no tenía sentido e iba contra mi ética. Bueno, no falló el policía que se negó a dejarnos entrar a las morgues, pero si falló el señor de la funeraria que accedió.

Después de que nos echaron de la sala de velación por el malestar de las familias presentes, el fotógrafo me contaría una historia sobre lo difícil que es cubrir los entierros de soldados americanos muertos en la guerra. La historia fue insulsa, desconectada de la grosería que acabábamos de cometer—las familias de los soldados quieren cubrimiento, allá ellos son locales—, y me terminó de convencer de que nada bueno iba a salir de aquella visita. Seguramente le contará la historia a sus amigos o colegas después de un par de cervezas, pero será totalmente intrascendente en el artículo final. Puro morbo. Algo muy humano, en lo que caeremos muchos por acá por mucho tiempo, pero aún así, reprobable.

Aquella noche salimos a cenar con Hiroko, y comí y bebí hasta hartarme. Luego, en la entrada de nuestro edificio, ella trajo un poco de sal que había alistado previamente y me roció por delante y por detrás. Se dice que los muertos se vienen con nosotros después de los velorios, y sólo la sal evita que se entren con nosotros a la casa. Si ese es el caso y los importuné, espero les haya gustado la cena que pedí para ellos.


(1) La escala japonesa varía según el sitio, y representa el nivel de vibración que se siente; la escala incluye un número y la calificación fuerte o débil. 7 es destrucción total; el terremoto del 11 fue 6 fuerte, igual que la réplica del 7 de abril—la cuál fue más fuerte en movimiento vertical que el mismo terremoto.

miércoles, abril 06, 2011

Historias

Los refugiados en la Montaña de la Hoja Azul

Sumando perdidos y encontrados, el terremoto y el tsunami han dejado alrededor de 27,000 víctimas. En el pico de la emergencia 492,000 personas fueron evacuadas. Si cada una de ellas tuviera un minuto en televisión para contar su experiencia necesitaríamos casi un año de transmisión permanente para que cada quién desahogase el miedo y la tristeza de las pasadas semanas.

Esa más o menos fue la labor de todos los canales de televisión en los primeros días después del terremoto: cientos de personas avisando que estaban vivos, sin más que lo que llevaban puesto, pero vivos; buscando a los seres queridos que no aparecen, o dando la mala nueva de los que desaparecieron ante sus ojos.

Son desahogos porque la probabilidad de que algún conocido haya visto ese canal, entre tantos, justo en ese minuto, es muy reducida. Algunos pensaran que hace parte del morbo del que se aprovechan los canales, pero por las primeras dos semanas desde la tragedia no hubo propagandas en ningún canal, por lo que es de esperarse que nadie estaba sacando provecho de la tragedia. De hecho, muchas empresas se han limitado a hacer donaciones anónimas, mientras jefes de compañías, deportistas y artistas dan dinero a título personal. Los sobrevivientes están ahí porque es todo lo que en este momento un periodista y su cámara pueden hacer por ellos: darles una botella y una hoja de papel para que la tiren al mar.

Las siguientes son algunas de esas botellas que he visto pasar por mi orilla:

+ Una mujer y su hija pasan por la comisaría de policía de su barrio a dejar flores en la entrada. Después del terremoto estaba como tantos en un trancón esperando con desgano huir de la dizque ola que venía. Un oficial vino y la sacó del carro y la llevo a un refugio. El oficial fue a traer más gente y ya nunca más volvió.

+ Dos ancianos arrugados frente a la pantalla se presentan. Ella tiene 92; él 97. Le mandan a decir a sus hijos que están bien, que no se preocupen por ellos y que se dediquen a sus oficios.

+ El señor sostiene en las manos un letrero con su nombre y el de las personas que busca. Cuando el periodista le extiende el micrófono, se deshace en lágrimas y dice cosas que nadie entiende. El periodista le pide que repita la información, con idéntico resultado. Silencio.

+ La anciana dice que sus hijos, nieto no aparecen. Tampoco tiene casa. Sí, está viva, pero no sabe para qué.

+ La hermana mayor recibe una llamada de sus padres avisando que están bien. Mientras llora, su hermana menor se ríe y dice que es la primera vez que la ve llorar.

+ Una adolescente pide que habiliten algún servicio para poder ir y venir a Sendai. Le preguntan que quiere hacer en Sendai. Ver a alguien. ¿A quién quiere ver? Baja la cabeza y se retuerce un poco, como escondiéndose de sí misma: a mi novio.

Van tres semanas, y aunque en menor cantidad, las historias no se detienen. Puede que las botellas nunca lleguen a sus destinatarios, pero mientras haya botellas los demás intentaran hacer su parte.

lunes, abril 04, 2011

P0rn0

El jueves pasado, luego de conseguir combustible, fuimos a visitar la abuela que vive en Kogota, a dos horas de Sendai. Con el terremoto, una columna de la casa cedió y el resto quedó torcido. Afortunadamente están lejos del mar, y hace poco habían construido un cuarto para el tractor, donde ahora duermen con la familia de uno de sus hijos. El dinero para construir una nueva casa puede que no sea un problema, pero como tanta gente quiere rehacer su casa al mismo tiempo es incierto por cuanto tiempo vivirán en el cuarto del tractor. La abuela dice que esto no es nada en comparación a lo que les tocó después de la guerra. Por ahora estar vivos es lo que se sigue celebrando.



Columna por fuera


Columna por dentro


El muro de la entrada


El papel de las divisiones estalló por el estrés del movimiento

De ida nos fuimos por el camino entre las montañas, dónde las cosas se ven sólo ligeramente torcidas aquí y allá. Al regreso decidimos tomar la carretera que va cerca al mar. Desolación. El paisaje duele. No hay palabras.

Barco en el camino


...


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Kilómetros sin primeros pisos


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Carros apilados


Carros marcados...


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Barco en medio de la nada del puerto de Shiogama


Carros espolvoreados por el litoral


Sucumbiendo al p0rn0.