jueves, agosto 22, 2013

El viento se levanta — 風立ちぬ



Hayao Miyazaki, el afamado director de animación japonesa, presentó su más reciente trabajo hace poco más de un mes. Fue una espera larguísima: cinco años desde Ponyo, la película del pez que se vuelve humano—muy bella y todo, pero dirigida a los pequeños más pequeños de la casa—y nueve años desde El castillo andante de Howl. El viento se levanta es la primera película para adultos del director, notorio por varios detalles grandes y pequeños que presenta la película: discurre en el periodo de entre guerras tocando indirectamente la participación japonesa en equipo con los Nazis, los personajes de la película fuman constantemente—ya hubo una demanda de la liga local anti-tabaco—hay besos e insinuaciones directas de sexo (conyugal). Todo esto sin comprometer el estilo onírico que es sello del trabajo de Miyazaki. Es, sin duda alguna, una joya.

La película ha causado gran controversia debido a su temática. El viento se levanta cuenta la historia de Jiro Horikoshi, quien diseño el Mitsubishi A6M Zero, un avión de guerra que le dio la ventaja aérea a Japón durante la primera parte de la guerra. La película coincide con crecientes tensiones entre los gobiernos del vecindario y las intenciones del partido en el poder de reformar la constitución para que el país pueda tener de nuevo un ejército regular y participara en la defensa colectiva. Miyazaki ha aprovechado la película para meter la cucharada y criticar al gobierno por sus desfachateces. Algunos políticos le han pedido que se calle, otros medios dicen que un sector del público resiente que haya tocado el tema de la guerra, pero en últimas no ha pasado mayor cosa en lo político y la película ha sido un gran éxito.

Para quienes viven lejos de Japón, y sobre todos para quienes viven en países en desarrollo afectados por conflictos, El viento se levanta tal vez debería ser vista más bien desde la reflexión que yace en el fondo. La principal motivación de Miyazaki fueron los sentimientos encontrados que le generaba la genialidad de Horikoshi y lo absurdo de la guerra. Su conclusión fue que a Horikoshi no se le podía echar la culpa de la guerra y esa pasión con la que se entregó a crear una máquina maravillosa es algo que merece reconocimiento. 

Horikoshi sueña desde niño en hacer su avión. Lee revistas de aviación en inglés con ayuda de un diccionario, en su casa humilde lejos de Tokio. Toda su vida está consagrada a su sueño. Trabaja duro, aún más que sus compañeros de la Universidad Imperial. Le reciben en una filial de Mitsubishi en Nagoya, donde a la par de los proyectos existentes para el ejército, Horikoshi prosigue en el diseño de su avión. 

Las cosas no van del todo bien y Horikoshi se toma un descanso creativo durante el cual conoce el amor. Pero aún este amor es sólo una excusa para continuar persiguiendo su sueño. (+comentario con spoiler después del video).

Hay una escena, no obstante, en la que Horikoshi admite tener un motivo diferente a su sueño. Al volver tarde del trabajo, una familia harapienta espera cerca a una tienda mientras la calle se ve oscura y vacía. Horikoshi le pregunta al tendero quienes son, y él les explica que están esperando al señor de la casa, quien compra la comida para cenar juntos pero aquel día aún no llegaba. Horikoshi les ofrece lo que compró para él, mas no se lo reciben. Se pregunta entonces ¿por qué será Japón tan pobre? y se entrega con más ahínco a su trabajo. 

Miyazaki exalta con su película a quienes construyeron a la nación japonesa a pesar de la guerra y las circunstancias políticas. Sus ingenieros, sus científicos, sus creadores esmerados y trabajadores sacaron adelante un país maravilloso a pesar de la destrucción y el uso inapropiado que otros hicieron de sus invenciones. De hecho, Miyazaki escogió para la voz de Horihoshi no a un típico actor de voz, sino a Hideaki Anno, el creador de Evangelion, quien Miyazaki estima por la calidad de su trabajo—ellos no pertenecen al mismo estudio. La voz de Anno deja claro desde un comienzo que la intención del director no es presentarnos a Horikoshi como a un héroe o un genio idealizado, pero como a un nerdo de carne y hueso que se distingue por su trabajo.

Si usted es una de esas personas de ciencia y tecnología batallando en medio del fango de la política, vea El viento se levanta y nunca olvide que la prosperidad está del otro lado de la montaña, a pesar de la guerra.

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De ñapa, acá está el tema principal de la película: Nube de avión.



+ El día que Horikoshi termina su avión, la esposa desaparece para siempre—se va a una clínica en las montañas donde al parecer muere. Tal vez sea una impresión errada, pero me parece que la muchacha durante la película es una alegoría de la nación y su relación con Horikoshi: la belleza y la inspiración que le mueve, pero que a la vez conoce en la adversidad y quien vive en una condición muy frágil de salud. Aún así le apoya y acompaña en su sueño, sin importar que ha de desaparecer en parte por cerrar los ojos al contexto.

domingo, agosto 11, 2013

Las manos detrás de la mirada




Se dice que los reporteros gráficos no están en la obligación de intervenir en las tragedias que están pasando en su presencia. El suyo es un fin ulterior: comunicar la dimensión de la situación al público general para que este reaccione y ayude en masa. Lo poco que podría hacer el reportero, solo ante la adversidad de los otros, se multiplicará miles de veces cuando el resto de la humanidad se entere de lo que sucede. Esto los exime, por lo menos en teoría, de la obligación moral que el resto de mortales dotados de empatía sentimos. 

El argumento no se lo he escuchado directamente a un reportero, pero creo que hace parte del imaginario colectivo. Yo lo escuche de quien parecía un diplomático mientras coincidíamos en una imagen de una exposición fotográfica sobre el tsunami. En la imagen se veía una mujer en el techo de su casa, abrigada con una cobija, mirando a la cámara en medio de ese mar oscuro que ocupaba el resto del encuadre. Dije en voz alta que debería ser muy duro estar tomando aquella foto y no poder hacer nada por ayudar a aquella mujer. El diplomático soltó el argumento del fin ulterior, totalmente convencido de tener la razón—tal vez por eso pensé que era un diplomático. Intenté defender mi opinión contándole la historia de Omaira después del desastre en Armero, pero me di cuenta pronto que necesitaría aquella otra imagen para hacerme entender. Sonreí a su gesto condescendiente y seguí a otro panel.

Pensándolo con detenimiento, el argumento del fin último debe provenir de otros tiempos, de la era de oro de la imagen. Antes, cuando no había cámaras en todos lados y sólo se transmitían las palabras, seguramente una imagen era capaz de cambiar el rumbo de la historia. Pero ahora que estamos saturados y que se han entendido los límites de lo que la imagen puede decir sin desinformar, ¿tendrá aún sentido eximir de responsabilidad a los observadores de oficio?

Jonathan Katz, un periodista de AP que trabajaba en Haití cuando ocurrió el terremoto, no está tan seguro. Durante las primeras horas de la emergencia, acompañado de su guía local, Jonathan recorrió el infernal Puerto Príncipe intentando asimilar la dimensión de la debacle y transmitirla a su audiencia alrededor del mundo. En un momento intentó ayudar a alguien que buscaba dentro de una de tantas montañas de  escombros. Iluminó el interior del arrume con el flash de su cámara pero no logró ver nada. Sólo mucho después pudo ver que en las dos fotos que tomó una persona se movía. Estaba viva, pudo haber ayudado. Después de la experiencia cree que por lo menos existe la opción, que nunca se sabe.

Durante la etapa diecinueve del Tour de Francia, un corredor dio al piso en una bajada empinada. Los comentaristas llevaban rato advirtiendo que el trayecto era peligroso y que la llovizna que caía hacía más traicionero el descenso. Lo que sucedió fue inesperado: la moto que seguía al ciclista se detuvo al ver la caída. Al parecer el conductor llevaba la cámara encima porque la transmisión siguió mostrando al ciclista incorporándose con dificultad y al copiloto acercarse a intentar auxiliarlo. A decir verdad, no parecía que el copiloto pudiese hacer mucho en el momento, pero de alguna manera la carrera se sintió más humana.



domingo, julio 14, 2013

Sin falta



Mientras en las sociedades tranquilas hacen falta las noticias perturbadoras para mantener el interés de la audiencia, en las zonas convulsionadas se buscan los sucesos positivos para no espantarla.

Nada nuevo para el ciudadano promedio colombiano, pero aplica igual para Japón después del desastre de 2011. Ante la tragedia, las noticias en la televisión y en los periódicos locales siempre incluían alguna nota sobre un encuentro, un nacimiento, algo que sirviese de asidero en la incertidumbre.

Esto no duró mucho tiempo en los periódicos nacionales, que volvieron pronto al modo 'crisis en medio de la normalidad' que ha caracterizado el cubrimiento de lo relacionado con la planta nuclear. Sin embargo, aún dos años después del desastre, la búsqueda de noticias alentadoras aún se sentía en las zonas costeras del noreste. 

Uno de los periódicos que ojeé durante mi estancia en Ofunato traía en primera página la noticia de un premio a una estudiante de bachillerato. En Japón no es tan común el reconocimiento individual como el colectivo, así que la noticia me llamó la atención de inmediato. De hecho, resulta que es el único reconocimiento que otorgan los colegios a los graduandos: el premio a no faltar a ninguna clase (皆勤賞—kaikinsho).

En ese momento pensé que dicho premio debía ofrecer una oportunidad de oro para investigar si se ve reflejada o no la asistencia escolar en los logros durante la vida de los estudiantes. Si existían archivos sobre los estudiantes premiados, como efectivamente parecen existir**, se podría hacer un muestreo aleatorio en diferentes generaciones y hacer una encuesta sobre diversos aspectos del desarrollo personal. Me alcancé a imaginar haciendo regresiones que seguramente encontrarían lo que me parecía apenas lógico: no faltar al colegio no estaría correlacionado con el éxito.

La idea me quedó dando vuelta varios días en la cabeza. Semejante es el tamaño de mi estupidez.

¿Cuál sería el aporte de dicho trabajo al saber? La zona del desastre ansiosa de esperanza y yo pensando en poner a prueba la relevancia de sus voces de aliento.

Por supuesto, el sistema es mucho más inteligente y yo soy un gran ingenuo. Claro que todos saben que el premio no implica nada para el futuro de los que se lo ganan. Es la virtud detrás de estar ahí todos los días lo que se busca inculcar en los estudiantes: la virtud de ser responsables con el mínimo que es exigible a todos por igual. Sin importar los resultados, la sociedad está mucho mejor si cada uno de sus miembros reconoce que es admirable estar donde se debe estar todo el tiempo. La vida se encargará de premiar a los que sean exitosos, a quienes sus capacidades los harán merecedores de muchos otros logros y distinciones. En cambio, estar en el colegio todos los días es lo único que se podría dar por descontado, pero es eso mismo lo que lo hace valioso cuando se le mira en el largo plazo. ++
 
Luego, cuando le pregunté a Hiroko, me dijo que ella estuvo a punto de ganarse el premio en bachillerato, pero prefirió faltar unos días porque los que se ganan el premio dan la impresión de ser super saludables—¡no les da ni una gripa!—y eso no le parecía tan deseable. Después de un rato, confesó que ahora de adulta lamenta no haber recibido el premio.

Creo que no hay mayor premio que vivir en una sociedad donde es posible que exista tal premio.

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** En la página de Wikipedia del premio dicen que algunas escuelas esculpen el nombre de los estudiantes premiados en un mural de piedra conmemoratoria que se encentra a la entrada. Nunca he visto alguno. Sin embargo, también dice que otros lugares son menos rígidos en la definición de una falta para evitar los problemas que conlleva competir por el premio—sobre todo epidemias.

++ Otro ejemplo de estos premios son unos pases especiales que les dan a los conductores que no cometen ninguna infracción durante los 5/10 años que dura el documento. Estos, claro está, no salen en el periódico. 


domingo, junio 30, 2013

Vida y destino

 


 "La mujer se apretó contra el niño con una fuerza que sólo los obreros del Sonderkommando habrían podido valorar: cuando vaciaban la cámara de gas nunca intentaban separar los cuerpos de los seres queridos estrechamente abrazados."


Vasili Grossman escribió un libro colosal, que lamentablemente nunca vio publicado. Tal vez hasta dio por perdido. Es la historia de la Batalla de Stalingrado vista desde los ojos de múltiples personajes en distintas posiciones sociales, militares y políticas, muchos ligados a una familia rusa con raíces judías. Sus más de mil páginas son un testamento de la complejidad de la guerra y las incongruencias profundas del régimen soviético.

La extensión del libro es una necesidad que tal vez muchos de los jóvenes lectores no sabían que les faltaba. Sólo las voces de varias docenas de personajes pueden ofrecer una visión tan siquiera cercana a lo que es la guerra. La idea cinematográfica de la guerra, aún la que intenta ser más fiel a los hechos, no puede evitar caer en lugares comunes: dar mayor peso a la acción, cuando mucho más tiempo se pasa en calma, así sea chicha; la imagen y el video no pueden dejar de concentrarse  en el campo de batalla, mientras que la vida sigue a su alrededor a pesar de la tragedia; la épica de la guerra se encarga de crear héroes y alimentar egos, cuando son mucho más los anónimos que comparten el escenario y juegan sus minúsculos papeles en el trasfondo, como todos, y cuya sumatoria de vidas es en últimas la guerra. Todo eso dicen que lo había logrado Tolstoi con Guerra y Paz, hazaña que Grossman repite en el contexto de la Segunda Guerra.

Grossman no ahorra páginas explorando la humanidad de sus personajes. Irracionales, llenos de dudas y de nostalgias, cada uno de los personajes enfrenta la guerra con un pie en su patria y el otro en sus dramas personales. Gran parte de los diálogos de los miembros del ejército giren en torno a la comida y la bebida, añorando a sus familias, sus amores, compartiendo la alegría o la tristeza de las cartas que llegan o que no, haciendo planes como si hubiera mañana. Desde las ciudades se piensa en el frente, pero no en la estrategia, sino en los hijos, hermanos, madres y compañeros que el manto negro de la guerra a sumido en la incertidumbre. Las victorias son de la patria, las pérdidas siempre personales.

El enemigo muchas veces, más que una presencia maléfica, aparece en la novela como todas esas rupturas con el fluir de la vida. Esto con excepción de las partes describiendo el campo de concentración y la cámara de gas, las cuales son un crudo testamento de lo que aquellos sitios fueron. Deben existir muchos otros relatos novelados de este episodio funesto de la humanidad, los cuales no he leído porque creo que la ficción tiene poco que decir al respecto, pero el libro de Grossman hace un gran trabajo en el retrato personal con el que aborda el tema.


Hay otra cuestión que sólo la extensión del relato permite transmitir: el totalitarismo del sistema soviético. Presentando al enemigo en la batalla como una presencia insustancial, la tiranía del régimen se hace más evidente. Cada personaje tiene que enfrentarse con las ordenes que el estado de guerra les impone, y con la manera indirecta en que los ojos de los demás parecen atentos a cualquier reproche para ponerlos en la picota pública. El miedo a decir, a ser malinterpretado, o el remordimiento que trae lo dicho, así sea por descuido, es algo que la novela logra transmitir hasta el agotamiento psicológico del propio lector. *+

Una de las reflexiones de las lecturas del año pasado fue lo fuerte que se sentía leer sobre problemas contemporáneos. Vida y destino me recordó lo poco que se de la guerra, peor aún si tenemos en cuenta que para los que vivimos afuera, haber nacido en Colombia significa saber de ella. No es una cosa consciente, producto del estudio del conflicto, sus causas y sus consecuencias. Es más una presunción de los demás que luego el emigrante internaliza. Nació y vivió en Colombia, Colombia lleva mucho años en conflicto, ergo sabe. Tiene que saber. Tiene que tener una opinión. Puede que nunca lo haya tocado particularmente, el colombiano ha experimentado los horrores de la guerra interna, no tener idea de lo que sucedió y sigue sucediendo es impensable.

Lean Vida y destino, lean antes y después a Juanita León.  Entierren la guerra conociéndola.

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No puedo dejar de pasar la oportunidad de recomendar una vez más la columna que Orwell escribió sobre la autobiografía de Ghandi. Es un texto muy profundo que dice mucho de estos dos personajes que parecen extremos opuestos de la decadencia del imperio británico, pero que une la conciencia de dicha decadencia. La más aguda crítica en el artículo es que una protesta como la de Ghandi nunca habría tenido efecto en un régimen como el soviético. Vida y destino muestra una vez más que tan atinado fue Orwell. 

sábado, mayo 11, 2013

Cinturón de Fuego

Esta entrada la escribí entre octubre y diciembre del 2009 mientras visitaba la región de Bicol, en Filipinas, y por suerte también su hermosa volcán.

Después de aquella visita la bella Mayón estalló una vez más, y ahora que lo hace de nuevo, aprovecho para recordarla y cortejarla.




























Mayon, Ferias y Fiestas

La ciudad de Legazpi esta llena de sorpresas, y no es sólo el precioso volcán que la domina. Por ejemplo, sus habitantes consumen una exótica cocción de arroz, puerco y vegetales que envuelven en hojas de plátano; plato este al que le llaman tamal. La presidente de la Universidad de Santa Isabel se llama hermana Asunción Evidente; el director de la Comisión de Estudios Superiores se llama Dominador; también conocí a un Ramoncito y a un profesor Emilio Valenzuela. Además, este fin de semana el pueblo se reúne en torno a una serie de eventos culturales, lo que llaman fiesta, a la vez que se ensambla un grupo de quioscos en la plaza, donde se pueden comprar comida, chucherias, o apostar a juegos de destreza, recinto este al que se le conoce por el nombre de feria.

Sin embargo, no se puede permitir que las sorpresas aparten nuestra atención del cono casi perfecto de Mayon - que en Bicolano, el lenguaje de la region, significa "hermosa" - porque ella puede irritarse. Y es que como tantas hermosas, esta también es bastante, como decirlo, explosiva. El siglo pasado, la venerable Mayon hizo erupción más de diez veces. Entorno a su redondez se puede apreciar el sendero de sus jugos ardientes de lava, piedra y lodo. Lo poco que sobresale de la iglesia de Gagsaua en el horizonte, lleva doscientos años recordando a los creyentes que Mayon no sabe de santuarios. De hecho, ahora se encuentra ligeramente indispuesta, no permite que se le suban encima, y permanece un poco nublada.

Mayon esta rodeada de cocotales y campos de arroz, pero, para sorpresa de todos, en la región no existe el arroz con coco. Una de las poblaciones que se rinde a sus pies se llama Tabaco, pero no por la planta, sino por el vocablo tabac, que significa machete. Tal vez inspirados por la irascibilidad de la doña, o tal vez por su fuego, los tabacanos (?) desarrollaron una industria artesanal de artículos de metal. Esta incluye todo tipo ollas, cacerolas y utensilios de cocina, pero sin lugar a dudas, por su uso y el prestigio a él asociado, el tabac ocupa un lugar privilegiado. De hecho, si le preguntan a cualquier lugareño, podrán escuchar historias de los distintos samurais que han morado en la región por tiempos no tan inmemorables.** Más allá de la locación geográfica, Filipinas siempre ha buscado razones para sentirse más asiático.

Pero si se trata es de conocer como la furia de Mayon les hierve en la sangre a los bicolanos, no hay mejor lugar que una gallera. La danza brutal de las plumas coléricas parece de lejos el salpicar de la lava hirviendo. La turba se aglomera cada domingo, después de misa, alrededor de este otro templo, a rendir culto al fuego, a desfogar sus emociones, y a hacerse tal vez algunos pesos. El ambiente cargado de sudor, excrementos, sangre y arena envuelve a los convocados. Las aves son azuzadas en el cuadrilátero hasta que su ira se enciende. Sendas cimitarras refulgen en sus espuelas. Entonces la naturaleza del volcán hace presencia y encarna en la masa dorada de los gallos en duelo. El acto dura pocos segundos. Cuando alguno queda tendido, el referí les alza por el lomo, les enfrenta de nuevo en el aire para ver si algo de la magia remanece, y les suelta nuevamente. Pocas veces el que queda tendido habrá de pararse de nuevo. Tan fugaz y frenética es la lucha, que la única manera de apreciar la virtud de los ataques del ganador, es desplumando a su víctima. Los cultistas examinaran con detenimiento el cadáver desnudo, colgado de las patas, e intentaran sacar alguna enseñanza sobre el arte de la espuela que les de la ventaja la semana siguiente. Por último, en acto solemne se comerán la evidencia de la furia del volcán quien, cuando así lo dispone, con su brasa se lleva el alma pero deja la carne para sosiego del resto de los mortales.

Con todo y su efervescencia, los moradores de la zona no consideran a la doña su principal amenaza. Si se les pregunta por su seguridad enseguida mencionaran a las guerrillas comunistas que se refugian en las montañas de la estrecha región de Bicol. Alguno sugerirá que esos demonios vienen de las entrañas de la hermosa, pero desafortunadamente la cosa es bastante más complicada. Cuando los habitantes se permiten un desliz de sinceridad, reconocerán que cualquier uniforme produce desazón.
 

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** Me pregunto si esta destreza con el metal está conectada con la pujante industria casera de armas de fuego. Recuerdo que en Colombia de vez en cuando se hablaba de armas hechizas, pero nunca de nada en masa. Los filipinos, hasta donde entiendo, sí alcanzaron otro nivel de sofisticación—aunque me parece que no han llegado a construir submarinos. Un tema para una tesis en historia de la tecnología tropical.

martes, abril 30, 2013

Luto

 
Esta entrada llega casi dos meses tarde, no sin vergüenza. El 28 de febrero salí de Kyoto a Fukushima para pasar un par de semanas en la zona de desastre y ver como seguían evolucionando las cosas. El plan era llegar a Minami Soma y dar una vuelta por la antigua zona evacuada alrededor de los reactores nucleares, luego subir a donde unos amigos en Tome, Miyagi, pasar el fin de semana de voluntario en Ofunato, Iwate, y luego visitar Sendai hasta el 11 de marzo. Además de recolectar testimonios adicionales para la investigación, llevaba el firme propósito de escribir una entrada para la fecha, en la cual se viera reflejado todo el trabajo y reflexión de estos dos años.

Suele pasar que las grandes expectativas terminan en frustración. La magnitud de la tragedia y el caos de sentimientos que aún se siente después del triple desastre desafían el poder de lo que las palabras pueden decir. Es tan contundente esta sensación, que me parecía imposible que algo pudiese ser dicho sin perturbar la memoria de los muertos y desaparecidos, sin ofender a sus seres queridos y a los que aún sufren. El silencio parecía más delicado, más diciente, pero es difícil de imaginar que el mundo calle por más de un minuto. Quedaba entonces escuchar, ver, leer lo que los demás tenían que decir.

Dos detalles me llamaron la atención. Primero, el afán de llamar al público a no olvidar la tragedia. Esto tiene múltiples intenciones, todas buenas: insta a los políticos a darle prioridad a las tareas de reconstrucción; así mismo motiva al público y al sector privado a apoyar el proceso y las iniciativas locales para reinventar las áreas afectadas; además, el miedo a otra tragedia semejante se supone que persuade a la gente de prepararse mejor antes de que sea tarde.

No obstante, este no es un mensaje para las personas que viven en Fukushima, o en las costas de Miyagi e Iwate, para quienes perdieron a alguien o fueron desplazados de sus pueblos, tal vez de por vida. Es odioso encontrarse con esta petición contra el olvido mientras se está en un hogar temporal, evitando tocar las paredes del container por lo frías que se ponen en invierno, hablando pasito para que no escuchen los vecinos.

Sin duda son más los que necesitan ser recordados, y puede uno hacerse el de la vista gorda cada vez que se repite el llamada. Aún así, parece imposible de creer que la fecha en sí no sea suficiente para que recordar la tragedia. Si la gente necesita ser advertida contra el olvido, los otros 364 días parecen más apropiados.

El otro detalle provino de adentro. El deseo de escribir algo más trascendental me obligó a cuestionarme el cariz de cada una de las palabras que se usaban para anunciar el evento. Una barrera infranqueable apareció desde el comienzo: tan odioso como pedir que no olvidaran la tragedia parecía aquello de llamar a la fecha un aniversario.

En español, aniversario tiene un significado en apariencia neutro, mero indicador de años, pero su uso tiende a lo positivo. ¿Qué opinan? Tal vez sea porque los aniversarios se celebren y, como decían los Cadilacs, no hay nada que celebrar.

Por esos mismos días se cumplían diez años de la invasión estadounidense a Iraq, y el New York Times titulaba "10 años después, un aniversario que muchos iraquíes preferirían ignorar". Los elementos se repiten ante la tragedia: recordar/olvidar, celebrar/ignorar. Cabe entonces preguntarse si la falta de una palabra menos ambigua, que refleje la tristeza y el dolor que no desaparece, hace parte del problema de enfrentarse al pasado sin que la lengua traicione al corazón.

En japonés, la ceremonia del 11 a las 2:46 fue presentada como 追悼 (tsuitou), que traduce luto, o en inglés "memorial", pero esta palabra tampoco parece traducir bien al español: es homenaje, que vuelve y choca con el sentido de la fecha, o "en memoria", pero este no es sustantivo entonces tampoco sirve. La idea del luto es la que parece acercarse más a lo que ni se olvida ni se celebra. Con luto puedo uno acercarse a los sobrevivientes y escuchar sus dichas y el eco de sus penurias sin ser condescendiente, sin obligarlos a sonreír para que los voluntarios se sientan satisfechos de su buena labor.

Tal vez en la cultura católica el luto sea más famoso por ser un yugo impuesto a las viudas para que guarden compostura, un formalismo que se purga para volver a la normalidad, y por tanto un recurso finito para lidiar con la irreversibilidad de la muerte. Esta paradoja tiene menos sentido a la luz de la catástrofe, desnuda una batalla perdida contra la nimiedad de la existencia humana. El luto que sigue a la tragedia nunca se acaba, es una conversación que se mantiene ahí presente, y tiene todo el sentido.

Exacto. Una conversación, aunque tarde un año por cada palabra.

sábado, marzo 09, 2013

Descifrar la ciudad


Miguel (@juglardelzipa) escribió un post la semana pasada sobre la inseguridad en Bogotá, ante la popularidad de un trino suyo muy atinado sobre lo malo que es vivir con medio en la ciudad y, sobre todo, a la ciudad. Comparto el mensaje práctico y apoyo el llamado que hace a usar la ciudad sin miedo. Nada más triste que no poder andar por su hogar a gusto, que se vuelva un lugar inhóspito donde las horas permanecidas se le resten a la calidad de vida de sus habitantes. 

Además, no está de más recordar que la capacidad mental de los humanos es limitada y valiosa. Todo el esfuerzo que se le pone a la protección personal es esfuerzo que no se le está poniendo a otras cuestiones mucho más trascendentales. Esa sea quizá otra forma en que la inseguridad se retro-alimenta: exige gastar tiempo pensando en como defenderse, el cual se le resta a indagar sobre la naturaleza de la amenaza—o sobre la improcedencia de la medida de seguridad existente, cómo bien observa Miguel. 

En octubre pasado conocí un investigador español en temas de construcción de la paz que me hizo un comentario al respecto. Había hecho trabajo de campo en Colombia, viviendo en Bogotá por un tiempo, el cual pasó sin mayores sobresaltos. Sin embargo, ahora que buscaba nuevos rumbos laborales, volver al país no le atraía para nada: aunque nunca lo robaron, encontraba opresivo que todo el mundo le dijera que tuviera cuidado, que tuviera que estar en alerta permanente. En Japón, los extranjeros no caucásicos nos acostumbramos a que la gente se asuste de nosotros; pero ahora que estuve en Colombia sentí como hace rato no sentía que también yo debía asustarme del otro. Y sí, es una característica de la sociedad que pesa cuando se considera volver o no al país. 

Ni al español ni a mí se nos ocurrieron entonces soluciones prácticas para cambiar esta mentalidad. El círculo vicioso del “miedo al crimen” es uno bien reconocido, sobre el que existe todo una sub-disciplina académica, a pesar de la cual aún hay mucho por hacer. La invitación de Miguel es valiosa pero es incierto cuanta gente pueda ser convencida de esta manera. Yendo y viniendo en el Transmilenio el mes pasado, pensaba que una estrategia con mejores prospectos es convencerlos de hacerle “free rider” al miedo de todos. Es decir, venderles la idea de que la gente alrededor se cuida tanto que uno puede no cuidarse y aún estar protegido por los ojos alerta de los conciudadanos. Tal vez sea un pajazo mental, pero puede ser un primer paso.

Otra invitación que se me ocurre es a tomarse el problema con espíritu científico. Para aquellos que les interesa el tema y están a tiempo de hacerlo, experimentar y publicar sobre el crimen en la ciudad es una tarea pendiente. Las últimas dos visitas a Bogotá he pasado bastante tiempo en las librerías buscando literatura local sobre seguridad y es un poco desesperanzador lo poco que se encuentra. Lo que hay viene regularmente del derecho—lo que refuerza la queja de Miguel—y carece de robustez y detalle estadístico y casuístico. Con toda la importancia que le dan al crimen los bogotanos, es increíble encontrar tan poca literatura al respecto.

Dicha búsqueda necesita un montón de trabajo micro y puede representar riesgos para el investigador, pero creo que la ciudad lo valen. Habría que ir personalmente a medir, lo que supone exponerse al crimen. Pero otros profesionales como los médicos corren esos riesgos todo el tiempo y es precisamente por ello que son apreciados. Las visitas de Miguel a Guadalupe podrían convertirse en una tesis sobre percepción, realidad y recuperación de la ciudad. A la medida que se sumen resultados, es difícil creer que crezca el interés y fluya el apoyo público y privado—no por nada, las encuestas de victimización las apoya la Cámara de Comercio.

Para poner un ejemplo, hace unos años salió en el Tiempo un artículo sobre la efectividad de los agentes de tránsito en ciertas esquinas de Bogotá. El trabajo consistió en analizar muchas horas de video y ver los efectos de la presencia de la policía. En esa oportunidad, busqué al autor de la columna, un profesor de los Andes que conocía porque trabajaba en contaminación del aire, y él me contactó con un estudiante de pregrado que desarrolló el estudio. El estudiante me contó sobre su curiosidad sobre el tema y como los medios y la misma policía lo buscaron para conocer la investigación a fondo. Con todo lo valioso, parece que el esfuerzo del hombre fue una rueda suelta en la torre de marfil.

Ojalá pronto se le ponga remedio a este vacío mientras que la gente disfruta más de su ciudad.

sábado, febrero 02, 2013

Oportunidades perdidas



Hace una semana Kensuke empezó a montarse solo en su carro de Anpanman. Antes no alcanzaban los pies al piso para impulsarse bien, ni sabía como pasar la pierna al otro lado del asiento sin caerse. Luego un día logró hacer la gracia ayudado de las barras del espaldar, sólo que quedó sentado al revés. Esto no fue mayor tragedia, porque la silla se puede levantar para guardar cosas debajo, así que aprovechó para ir por ahí atesorando bolsas y medias de papá. Luego ya pudo hacerlo de frente, tomar el volante, mover la palanca. Cómo no tenemos carro y casi nunca montamos, creo que por ahora las direccionales no le hacen gracia; y cómo en este país casi nunca se escucha pitar, tampoco el claxon debe tener mayor sentido. Por ahora no se impulsa mucho, pero ya vendrán las carreras y los accidentes. 

Hubo, sin embargo, una reacción al descubrimiento que no me esperaba. Tan pronto entendió que el carro de Anpanman era para ir encima, pasó un tiempo tratando de montarse en su camioncito blanco. Le metía un pie y trataba de sentarse. Le metía el otro y trataba otra vez. Se rascaba la cabeza. Le dio mil vueltas y lloró de impaciencia. La mamá le mostró que ella tampoco podía, lo distrajo y ya no ha vuelto a intentarlo. 

¿Será que venimos al mundo programados para la frustración? Mientras lo veía pelear sin sentido contra lo imposible podía oírlo decir ¡Carajo! ¡Los carritos son para montarse y no me había dado cuenta! Ya me hice muy grande para este, que lástima. 

El suceso se repetirá muchas veces más en el futuro y se siente un poco de dolor contemplarlo. Será lo mismo cuando encuentre interesante uno de los libros que deshojó para siempre. Cuando vea en las fotos a un amigo que le caía muy bien pero del que nunca conservó un número telefónico u otra forma de contactarlo. Cuando recuerde a una novia con la que no llegó a casarse. Cuando trabaje y entienda todo lo que debió haber hecho en la universidad pero no hizo. Cuando tenga hijos y los vea intentado subirse a carros que no son para eso, aunque parezcan. Ahí entonces tal vez recapacite y deje de amargarse un poco por las cosas que no fueron porque quizás todo sea una ilusión y la posibilidad en realidad nunca haya existido.

 O tal vez no. Tal vez sea eso lo que hará por siempre tan complejo el volver.

domingo, enero 20, 2013

Disuasión

n-gramas, gracias a @cavorite


La historia del infierno en la tierra se repite con cierta frecuencia. Las cárceles del trópico son unos lugares tenebrosos, hediondos, siempre a punto de salir de control. La dignidad se esfuma, la integridad corre constante peligro. El peso de la ley alcanza su cenit en otro espacio sin ley. Si Dante fuera nuestro contemporáneo, no tendría que usar alegorías para describir  los círculos del averno. 

Ante esta situación denigrante son los defensores de derechos humanos quienes suelen llamar la atención pública. Sin embargo, esta es una causa desagradecida. Defender la dignidad de los criminales de la sociedad estigmatiza a todo aquel que lo intenta. No sólo el público cree que existen ene mil prioridades en que invertir dineros públicos antes que gastárselos en asegurarles mejores condiciones a los presos; sino que también, gracias a la cultura de la amenaza permanente, medidas extremas como la cadena perpetua y la pena capital ganan adeptos. En otras palabras, mejor hacer jabón con ellos, dos pájaros de un tiro. 

Desde los derechos humanos contestan que existe evidencia sobre la poca efectividad de la pena de muerte como disuasivo. Al contrario, la amenaza de muerte puede promover el uso de la violencia por parte de los criminales—en todo caso, van a morir si son aprehendidos. Además, históricamente la prisión nació como resultado de la inversión de papeles detrás de la pena capital: el que protege mata y el que mata es asesinado. 

Esta lógica tiene incluso implicaciones a nivel geo-político, pues varios autores han repetido que pasa lo mismo con las armas nucleares—el disuasivo por excelencia de las relaciones internacionales. Se dice que Japón no se rindió por las bombas sino que fue un pretexto para "salvar cara" ante una confrontación que ya llevaba perdida y que mantenía a punta de mentiras. Es más, hay quienes hablan del "síndrome Hiroshima", no como el miedo a todo lo nuclear, sino como la excusa que ha servido para que la derecha japonesa se victimice a sí misma, haga a un lado las memorias de su carnicería, y emprenda una vez más el camino hacia la guerra. 

Sin embargo, lo que menos se escucha es que se use esta misma lógica sobre la futilidad del castigo aplicada a las cárceles mismas. Si son tan terroríficos estos antros ¿por qué la gente sigue delinquiendo? ¿Les da lo mismo irse al infierno? Puede que al ser tan terribles, su efecto sea similar al de la pena de muerte en la psiquis del criminal, para lo cual sea necesario construir mega-cárceles (que quien las construye sabe no son la solución). Otros dirán que la cárcel tiene un componente de rehabilitación y re-socialización que no tiene que ver con la disuasión, el cual podría ser cierto, aunque la psicología da pistas de que la gente cambia sus conductos por otras vías.

Lo que es más difícil de digerir es que tal vez las cárceles sean menos necesarias de lo que se estima. Economistas sugieren que incrementar el número de policías sería mucho más efectivo que gastarse los billones en prisiones.

La teoría clásica de la disuasión dice que el castigo debe ser cierto, rápido y severo. Los infernales presidios ponen en duda la relevancia del último, mientras que el efecto "policía" no tiene que ver en principio con el castigo (¿o si?). Si disuadir es el objetivo, hay que buscar en otro lado la naturaleza de su ocurrencia.

sábado, enero 05, 2013

Lecturas del 2012


Alguien dijo en septiembre del año recién despachado que cualquier cosa que uno hace dos años seguidos es ya una tradición. Así, aunque el Hermano Cerdo no se haya animado esta temporada a alojar las bitácoras de sus compañeros de viaje, aprovecho el impulso para desempolvar el anaquel y abrir espacio a lo que ha de venir en el 2013.

El 2012 estuvo nutrido de lecturas rápidas, tanto de cuentos como novelas cortas—que vienen a ser como lo mismo. Dentro de los primeros, los dos libros del año fueron igual de buenos, imposibles de comparar. Por un lado terminé de leer la primera colección de Chejov a la que le echo el diente. Todo lo que dicen del ruso es cierto: su escritura es ágil, brillante y acogedora. ¡Que cercanos al corazón se sienten todos esos hombres, mujeres, niños y caballos!! En lo personal, prefiero ediciones con menos información por página, pero igual recomendado.

Catedral de Raymond Carver es otro clásico del cuento que tenía atrasado. La Wikipedia me recuerda que le gustaba a Bolaño, quien lo compara con Chejov, pero no se si fue por él que me enteré primero de su existencia—estoy seguro que Ricardo Silva lo recomendó por twitter. En todo caso, apoteósico. Carver es parco pero vertiginoso. Las historias tienen temas simples y eso las hace más sobrecogedoras. El cuento del niño en coma es escalofriante.

Novelas hubo de todos los sabores. Ya les conté sobre la más poderosa de ellas, así que comento un poco sobre las demás.

Tal vez la que siguió en potencia fue "La Cena" de Koch. Creo que nunca había leído algo que me produjese una nausea profunda. Durante mi primera juventud pasé bastante tiempo buscando esa sensación con cuentos de terror o temas sórdidos—recuerdo un libro de cuentos llamado juventud caníbal, que fue medio decepcionante. En el cine Saló de Pasolini marcó la pauta pero terminó volviéndose un película de la casa. Este libro, en cambio, con un artilugio borgeano, le pone a uno la sangre y la mierda en las manos. El trasfondo del libro es en teoría de mayor interés para los ciudadanos del primer mundo blanco, pero cualquier adicto a la alta tensión lo disfrutará.

Leí dos libros que me regalaron y, como al caballo, no puedo decir sino que gracias, que muy rico. La Historia Sin Fin me pareció chevere. Ya había leído Momo, y en esta el autor llevo la historia a otro nivel. El juego de colores en la tipografía es entretenido, pero la cosa como que se iba alargando con eso de tener tantos capítulos como letras en el abecedario (inglés).

A Delirio me fue difícil cogerle el ritmo y, cuando ya, pues se acabó. Cuando lo comparo con los cañonazos del año, quedo con la impresión de que estoy dejando atrás el gusto por la experimentación y le doy más valor al resultado.

Leí las tres novelas cortas que recomendó Alejandro el año pasado—para que vean que escribir reseñas si sirve. Las tres estuvieron buenas. Tal vez la de los trenes es un poco surrealista, pero cualquiera amerita la hora o dos que puede tomar leerlas.

Al Buda de los Suburbios lo traía desde que llegué por primera vez a Japón. Por alguna razón que no recuerdo lo cogí cuando salí para Indonesia en septiembre y fue un oportuno compañero. Durante el viaje me intoxique con una sopa de chivo y pasé bastante tiempo en el baño pasando sus páginas. La historia tragi-cómica de los inmigrantes indios en Inglaterra era del todo desconocida para mí, y esta fue una buena introducción.

Fue bueno leer de nuevo a Bolaño y recordar que existió y que hizo de las suyas. Creo que no hay mucho más que decir de él.

Javier Marías me pareció algo que recomendarían en el Malpensante, pero llegué a él por recomendación del blog de economía Marginal Revolution. Me pareció medio soso, repetitivo. La trama tiene algunas facetas interesantes, y la historia secundaria del pirómano en el Museo El Prado es divertida.

Cuando tomé la foto para esta entrada y escribí aquello de desempolvar el anaquel, caí en cuenta de lo poco que usé el Kindle para leer literatura en el 2012. En enero leí la novela Open City de Colé, la cual me gustó y reseñé en su momento. Fue curioso encontrársela en la lista del año de Arcadia, porque se había comentado que traducirla sería complicado—me pregunto si alguien de los que pasan por acá la ha leído. Y no fue hasta noviembre/diciembre que volví a usar el Kindle para leer de nuevo a David Mitchell y su Atlas de las Nubes, sobre el cual también ya he hablado.

En cuanto a novelas gráficas, sigo leyendo The Walking Dead, que va y viene. Este año publicaron el número cien, pero se notó que no estaban preparados para hacerlo especial, lo cual es de cierto modo bueno. En el Hermano Cerdo el año pasado alguien recomendó un historia de sirenas de Rumiko Takahashi—la misma de Ranma—y el Informe a Adolfo de Osamu Tezuka—el mismo de Astro-boy. El segundo ya me lo habían recomendado (y regalado), así que aproveche el impulso y, bueno, aguantó. El final se le iba embolatando pero eso le puede pasar a cualquiera. A Rumiko si no me la aguanté sino un tomo; ahí quedan los otros dos... Al señor del baño japonés, que en el 2012 le hicieron película y todo, hay que leerlo con traductor cultural al lado para encontrarle la gracia, así que también se quedó en un tomo.

Creo que eso fue todo. Fue un buen año, pero siento que es hora de echarle de nuevo el diente a novelas más largas. Tengo tres de esas estancadas y puede que les haya llegado su hora. En los intermedios me gustaría descubrir más cuentos, así que recibo recomendaciones.

Les deseo un feliz 2013 lleno de salud, amor y letras (y números también).