domingo, diciembre 07, 2014

Lo que hay detrás de una golosina

Del paquete de una golosina (en japonés 'okashi'):

"El espíritu de la GOLOSINA. Es él quien provee a la humanidad de paz y placer. Todo el tiempo el hombre busca romance en la GOLOSINA. Nosotros hemos estado trabajando duro y con cuidado, y seguimos trabajando. Para entretejer el romance y el lujo en cada GOLOSINA. Esto, por fin, lo hemos logrado en xxxx. Si usted prueba la sensación y el espíritu de la GOLOSINA que valora la tradición y la vida en los tiempos, no existe un placer mejor que este."

lunes, octubre 13, 2014

El pasado no perdona

Hace un par de años, unos niños jugando fútbol en una mezquita en Estambul me preguntaron que de donde era. Cuando les dije que era colombiano gritaron ¡Falcao! y salieron corriendo a seguir con su juego. 

No había imaginado antes que la patria pudiese ser asociada con algo diferente a drogas y crimen. Tantos años viviendo por fuera nunca me había pasado algo semejante. La gente a menudo recuerda el café, claro, pero por alguna razón esa opción se siente como una convención sin significado. Café es lo que se dice antes de confesar lo que en verdad primero viene a la mente. La conexión emocional primordial con la palabra Colombia. 

Es por esto que la reacción de los niños me pareció tan importante: al decir Falcao expresaban no un conocimiento sino un sentimiento. Aunque luego se enteren de los malos tiempos de aquellas tierras, al escuchar la palabra será otra cosa lo que imaginen. Desde entonces aprecio un poco más a los deportistas, les sigo y les animo para que sigan impresionando a las gentes del mundo por donde pasen. 

Por supuesto, este es un cambio lento e incierto, el cual no está exento de producir efectos secundarios. Esto lo descubrí el mes pasado en Grecia, ya de salida en la última requisa del aeropuerto. Un tipo espigado, ojeroso, de nariz gigante como la de los jugadores de su selección, esperaba antes del detector de metales para que los pasajeros no olvidaran quitarse todo lo que hacía pitar la máquina. Me hizo la seña para pasar y entonces reparó en el pasaporte en mi mano. ¡Colombia… dijo y pude sentir como una serie de sentimientos encontrados se agolpaban en una sonrisa postiza… ¿Hace cuántos años fue que mataron a Pablo Escobar?  Muchos, y seguí de largo, atragantado de rabia por esa revancha inesperada. 


lunes, julio 07, 2014

Suerte moderna

¿De cuándo acá aquello de que una cagada de pájaro es de buena suerte? No se trata de desvirtuar un dicho tan compasivo y desinteresado, tanto y más cuando el reflejo animal sería lo contrario: burlarse de la desgracia ajena. La pregunta hace referencia es al momento histórico en el que la humanidad desarrolló tal consideración por aquellos que se encontraban en el sitio equivocado durante el grácil planear de esas criaturas tan flojas de esfínter, pues en principio parecería que la frecuencia de estos incidentes no amerita un dicho. 

Los oráculos griegos eran famosos por vaticinar victorias o problemas si se avistaban tal o cual ave que representaba alguno de los dioses. El búho de Minerva, el faisan de Zeus. Pero de cagadas, nada. Tal vez sea un dicho marinero por aquello de las gaviotas que se agolpan en los muelles a tragar la basura de los barcos pesqueros. Tal vez llegó en burro hasta lo alto de las cordilleras y se perpetuó con las traicioneras bandadas de palomas que habitan las plazas. Tal vez, pero suena reforzado. 

Parece más lógico pensar que el dicho es un subproducto de la invención de la electricidad, el telégrafo y la distribución de la corriente por las ciudades y hasta por el campo. Los cables que van de poste en poste en las ciudades de todo el mundo deben haber aumentado la probabilidad de ser cagado por un pájaro de manera crítica, hasta el punto de merecer una voz de aliento que suena a sabiduría milenaria. Si algo de cierto hay en la relación entre el dicho y la electricidad, bienvenidas sean las cagadas en el nombre del progreso. 




domingo, julio 06, 2014

Lección de juegos

Algo que he aprendido de los juegos de mesa es que entre más larga sea una partida mayor debe ser la satisfacción que debe dar el simple hecho de jugar. No tiene mucho sentido pasarse horas fraguando estrategias, gastándole energía a la suerte y devanándose los sesos en decisiones difíciles a las que uno se ha sometido voluntariamente para que al final un simple marcador reduzca toda la experiencia a la frustración de varios y a la gloria de uno. Un juego largo debe proporcionar un sentido de realización durante el proceso en que cada jugador se enfrenta al problema y usa los recursos que tiene a disposición como mejor le parece. En lo posible, el juego debe dejar huellas para que luego se mire atrás y se entienda que tanto influyó el azar, como las decisiones dieron frutos más o menos provechosos, como podría hacerse mejor si existe una próxima vez. Eso, el éxito del juego está en que se quiera volver. Por supuesto que es ideal ganar, pero la victoria en un juego largo es efímera porque deja solos a los ganadores, tanto más si el hambre por vencer es más fuerte que el goce del juego. 

Es gracioso, pero es suficiente con que un juego dure un poco más de una hora para que empiece a parecerse a la vida misma.  

lunes, mayo 05, 2014

La cuidad y los afanes


Baile matutino

La semana pasada hubo una reunión de trabajo en otro edificio, a una estación de distancia. Fue temprano en la mañana, así que requirió hacer ese nado sincronizado tan capitalino para cambiar de trenes a tiempo entre el torrente de pasajeros de la hora pico. 

Esa faena encierra todo lo bueno y todo lo malo del sistema de metro de la ciudad: con siete millones de personas moviéndose al tiempo, cuesta creer que mayor eficiencia sea posible; sin embargo, la eficiencia del sistema es el cansancio de las personas. Siempre hay un tren al que se puede llegar con un poco más de esfuerzo, afanando el paso o metiéndose a la fuerza, y lograr alcanzarlo se siente maravilloso, como si se le ganaran un duelo a la existencia. Con ese pensamiento se va corriendo detrás de cada tren, y sin pensarlo al final del día se llega molido, sin que esos minutos de más reconforten de manera alguna al cuerpo. Suena paradójico, pero viviendo en provincia, con dos o tres trenes por hora, se es más dueño del bienestar propio que con la marea de trenes de la capital. 

El cambio preciso de trenes requiere un conocimiento detallado del procedimiento: la topografía de la estación, la dirección de las corrientes de personas, la disposición de escaleras y corredores en relación con los vagones del metro. Si por ejemplo uno se sube en el vagón seis pero la escalera a la otra línea está en el dos, fácilmente se le adicionan cien metros al trayecto, lo que puede significar un cambio infructuoso. 

El sistema sin embargo nos invita a intentar el nado sincronizado desde la primera vez. En cada estación del metro hay listados identificando en que vagón es mejor subirse según la estación de destino. Con un poco de olfato se puede seguir la corriente y llegar al otro tren de manera eficiente.

Esta obsesión genera una cierta ceguera que puede ser peligrosa. No hay tiempo para verificar la validez de las instrucciones y se puede encontrar con alguna sorpresa desagradable. No es raro subirse en la dirección contraria, obligando a desandar un trayecto, perder tiempo y apretarse el doble. Si el cambio de trenes implica cambiar de compañía, entonces hay que usar la puerta correcta para no pagar más. 

Y también están los vagones exclusivos para mujeres. 

El afán del cambio preciso puede incluso con ese rosa chillón. La carrera de la escalera a la puerta es así de frenética. Por suerte, el copiloto del tren, encargado de cerrar las puertas sin llevar a medio pasajero por fuera, alcanza a darse cuenta de que un extranjero encorbatado acaba de infiltrarse en el harem. Además ese vagón apesta horrible a todo eso que se untan las señoritas de la capital. Imposible sobrevivir en ese pH tan si quiera una estación. No se sabe si por hábito o por diversión, el copiloto permite que el extranjero se baje y corra al siguiente vagón disponible, donde huele a lo de siempre. La compasión de esos tantos millones de pasajeros alcanza para donar esos segundos de su carrera matutina. 


domingo, abril 06, 2014

Delator

El baño de la oficina tiene cuatro orinales. Están dispuestos en fila en la misma pared donde queda la puerta. Al entrar por esta se gira a la derecha y, después de dejar atrás el secador de manos, se encuentra uno con los cuatro monolitos de porcelana. 

No hay nada inusual con los orinales; nada hace al baño destacarse entre tantos otros miles de espacios similares en lugares públicos, tanto comerciales como de enseñanza. Son unos orinales corrientes en un baño corriente.  Sin embargo, con el paso de los meses, la disposición de los orinales y los patrones de uso que la rutina empieza a hacer evidentes han resultado ser una ventana al alma de los habitantes del piso. 

El primer orinal es el de la urgencia. Siempre está sucio: no de la manera en que se ensucia el orinal de un estadio, pero sí salpicado, incluso acompañado de pequeños charcos en el  suelo. El primer orinal siempre anda de afán y deja las necesidades corporales para el último minuto. La urgencia a veces se confunde con el ensimismamiento: la cabeza anda en otro lado mientras el zapato se impregna de baño en el charco. 

El segundo orinal es el del asco. El sentido de la urgencia no es muy diferente al del primer orinal, pero una reacción en el último segundo obliga a un cambio de destino. La elección del segundo orinal es además mezquina, porque obliga a cualquiera que venga con una urgencia a usar el último orinal, pues como todos sabemos el orinal de distancia es una norma impajaritable. Es tan fuertemente antisocial el segundo orinal que casi nunca es usado. 

El cuarto orinal es el solapado. No se sabe si por timidez o por malicia, el del rincón siempre parece que esconde algo. Si es que acaso alguna vez se escoge el del rincón para que cualquiera que entre luego pueda acomodarse a sus anchas, se incurre en un error importante: el nerviosismo que se siente al compartir el baño con un habitante del rincón no permite que las cosas fluyan como se planea. Se odia  por esto profundamente al cuarto orinal. Nada bueno puede venir del orinal de las sombras.

Cualquiera supondría entonces que el tercer orinal es el único sin tacha, el de la armonía:  el que disuade a mezquinos y solapados mientras que acoge al urgido. Nada más equivocado. Si bien es cierto que hay algo armónico en este orinal, es tan estratégico que se hace odioso, incluso soberbio. El tercer orinal está imbuido por cierta superioridad moral que hace inmediatamente despreciable a cualquiera que es sorprendido usándolo, sobretodo porque obliga a ocupar el papel de la urgencia, aún sin existir tal impulso, y a pararse en el charco mientras el tercer orinal se regocija en su magnanimidad. Si al cuarto orinal se le odia, contra el tercero se siente rencor. 

Con los meses, los orinales del baño de la oficina han dejado entrever un destino trágico.  No hay elección fácil cuando se encuentran libres, y cuando se encuentra alguien en alguno de ellos una secuencia funesta de pensamientos enturbia la coexistencia laboral. Entiende uno entonces a aquellos que aguantan hasta llegar a casa o a la estación del tren, e incluso a los que esperan sigilosos sentados en alguno de los tres inodoros. Pero esa es otra historia. 


viernes, enero 03, 2014

Lecturas del 2013


Las lecturas del año pasado no fueron tantas, aunque entre líneas dicen mucho sobre las profundas transformaciones en el horizonte. El plan original era leer tres libros extensos que se venían cociendo en la biblioteca hace tiempo, pero sólo logré terminar dos de ellos. En los intermedios quería leer cuentos y ninguno se coló en la pila—el de Kawabata me parece es otra cosa—incluso después de que uno de los mayores descubrimientos de los últimos años recibió el Nobel por sus hazañas. En su lugar se colaron unas novelas variopintas y muchas otras cosas que ahora hago en el tiempo 'libre' que se le exprime al trabajo. Sobre ellas, especialmente la paternidad y los juegos de mesa, espero escribir luego, pero el trasfondo es un poco preocupante: esta es la primera vez que siento que la lectura para el trabajo afecta mi deseo de descansar con más lectura. Ojalá sea algo pasajero.

Otro problema respecto a los libros largos, y la primera lección del año, fue que en la práctica no se puede leer tanto mientras se viaja. A pesar de que hubo mucho movimiento, los libros gigantes hubo que dejarlos en el sofá por varias semanas: son muy pesados para pasearlos y la incomodidad de los aviones hace que sean menos reconfortantes. Es muy poco lo que cabe en los bolsillos de la silla del frente y es difícil concentrarse con todo el ruido y movimiento. Pensaría que los libros electrónicos son una alternativa pero el hecho de que toque apagarlos es un poco frustrante, porque entonces toca tener otra lectura para esos momentos y, bueno, ¿por qué no seguir leyendo el libro físico si ya empezamos?

'Vida y Destino', el monumental retrato de la Batalla de Stalingrado, fue el único libro sobre el cual pude sacar el tiempo para escribir una reseña, a la cual no tengo nada que añadirle. 'Conversación en La Catedral' era otra tarea pendiente para entender porqué le dieron el premio a Vargas Llosa. Hasta entonces sólo había leído un par de novelas eróticas un poco desesperantes, que supongo el jurado no tuvo en cuenta para su decisión. El libro resultó muy bueno, tanto en técnica como en contenido. La Catedral es un restaurante obrero donde se cuenta la historia detrás de la dictadura militar en Perú. Aunque la arquitectura del restaurante no se asemeja a la de los grandiosos templos cristianos, la historia se va contando a través de ecos entrecruzados típicos de estos lugares, lo que le confiere un ritmo muy agradable y la hace sentir menos extensa. De alguna manera estaba prevenido sobre el maniqueísmo que suele enlodar las historias con contento político—un prejuicio, porque los ejemplos que se me ocurren son libros que no he leído de William Ospina y Santiago Gamboa, que creo jamás leeré—pero Vargas Llosa elude muy bien la maldad como propósito, y le dedica tiempo a la maldad causada por la circunstancia. Los personajes son quizá arquetípicos, el matón, la muchacha del servicio, la moza del poderoso, el periodista melancólico, pero sirven muy bien para el objetivo de retratar las divisiones sociales del momento, y tal vez de ahora. En fin, todo muy bueno, sin embargo, debo decir que no quedé con ganas de más. No se porqué, pero me gustaría saberlo.

El libro de Orths fue una compra compulsiva después de leer un comentario en algún blog. Fue muy agradable el contraste con los dos gigantes del año, como la aceituna en el martini. La historia de la camarera es redonda y salada, con un corazón relleno, sin pepa. El nudo voyerista es bien carnoso, porque la idea de que alguien pudo haber estado debajo de la cama en alguno de los hoteles en los que hemos pernoctado es muy poderosa, pero la historia nunca pierde su esencia aceitunezca. Recomendado.

Kawabata no pierde su efecto poderoso en mi. La bailarina de Izu es una historia deliciosamente sugestiva, llena de esas tensiones sexuales tan diferentes al canon occidental de deseo mamífero y mujeres fatales. Un joven adinerado estudiante sigue a una tropa de artistas itinerantes en su camino a través de una zona de termas al sur de Tokyo, donde viven. Poco a poco se va ganando su confianza y con ello la oportunidad de acercarse a la bailarina, quien puede ser sólo una niña pero puede que no. Deseo, tensión, ambigüedad... lo típico. El libro contiene otra serie de escritos menores, los cuales no me parecieron trascendentes. Las páginas del diario del escritor mientras cuidaba a su abuelo agonizante son fuertes, y muestran una faceta de Kawabata que no conocía, pero tal vez sean sólo para los fanáticos.

El descubrimiento del año fue que puedo leer libros de mediana extensión en japonés sin sentirme muy frustrado. Creo que entiendo 90% del contenido y puedo leer trescientas páginas en un mes. Seguro se me escapa un montón de sutilezas y el otro diez por ciento pude ser muy significativo, pero no tengo tiempo para usar el diccionario e, igual, es posible que las sutilezas se escapen a las traducciones también, muy seguramente en inglés el cuál tampoco domino en lo literario. Los que siguen fuera de mi rango son libros de más de una generación atrás, o los intencionalmente enredados. Los primeros me dan lástima porque me gustaría leer varios clásicos, los otros últimamente me tienen sin cuidado.

Dos de las novelas fueron de Keigo Higashino, 'Secreto' y 'Asesinato en la villa máscara' (traducción textual, disculpas), un autor popular de novelas negras y de misterio. A Hiroko le gustan mucho los libros del señor, hay varios apilados en su rincón de la biblioteca, así que en una de esas me animé a intentar el más recomendado. Secreto es la historia del padre de una niña de secundaria quien durante un viaje con su mamá de vacaciones, sufre un violento accidente tras el cual su cuerpo queda con vida pero poseído por la conciencia de su madre. Padre e hija esconden este secreto e intentan llevar una vida normal, condenada a la frustración—por razones que Kawabata se negaría a aceptar. Otras historias se desarrollan al tiempo en relación a otras víctimas del accidente y las causas del mismo, las cuales no siempre se sienten tan importantes, incluso parecen alargues, pero en eso el idioma puede jugarme una mala pasada. Algo que disfruté mucho fueron los comentarios ingenieriles del protagonista, técnico de una planta de motores, que seguramente se derivan de los estudios universitarios del autor. Muy refrescante que ninguno de los personajes sea algún tipo de escritor, tan típico en los libros colombianos—alguien mencionó algo al respecto en estos días en Twitter, pero no recuerdo que fue.

El otro libro es un thriller estándar, con algunos giros interesantes y un final un tanto alternativo, pero que otra vez se sintió más largo de lo necesario. 

Por último, está el libro de la señora Kubo, que llegó por un link que colgó @infrahumano . Con los años me he vuelto intolerante a los reportes exóticos sobre tierras lejanas, ya sean las adoptivas o las naturales. En el artículo recomiendan obras de autores que no son nuevas, o que no parecen ser populares acá, pero el caso de Kubo la información parecía fidedigna: el libro de 2010 recibió un premio a la mejor novela para mayores de 18, fue reimpresa en 2012 y parece seguir vendiendo bien. Es decir, otra compra compulsiva.

Es difícil decir de que se trata el libro. Tal vez traducir el título como 'Yo, poca cosa, contemplé el cielo' da una mejor idea del contenido: las vidas de cinco personajes medio fracasados, que sufren  dramas con alto contenido sexual, de los cuales parecen salir un poco menos mal librados, aunque no se puede estar tan seguro. ¿Quedó claro? Fue mi mejor intento. Las historias se siguen cronológicamente, todos los personajes están unidos en el mismo pueblo—la historia no pasa en Tokyo como dicen en el link—tres son compañeros de colegio, los otros son la mamá y la amante de uno de los muchachos. La euforia sexual va cediendo a lo patético de las circunstancias: cada uno de los personajes ha sido abandonado y humillados de algún modo, y en elaborar esa tristeza se va buena parte del libro. 

Al comienzo me dio pena leer este libro en el tren, pero en tanto fui avanzando, me fue ganando el pesar por las vidas miserables ahí retratadas. ¿Existirán tales personas en Japón? Kubo logra transmitir una profunda desazón y el contexto hace que lo inusual de los personajes no se sienta tan extraño—una partera en Japón, una esposa estéril teniendo fantasías 'manga' con un estudiante de secundaria, un muchacho que vive del sistema de bienestar con su abuela, cuyo padre se suicidó en un lago por el que pasa a diario y a quien hasta su mamá ausente le roba. Como era de esperarse, no hay un gran final, pero el mensaje de seguir adelante a pesar de todo no parece del todo superfluo.  No lo recomendaría sin conocer a fondo a quien lo piensa leer—hace años perdí algunas amistades recomendado Saló. 

En fin. Este año lo voy a dejar sin promesas porque se siente mucha incertidumbre. Está el otro libro largo pendiente, y otro tanto de compras compulsivas acumuladas. Sin embargo, las otras ocupaciones están robando cada vez más de mi tiempo, y la posibilidad de quedarme para siempre en este archipiélago enrevesado me invita a entregarme del todo a su idioma. Ya veremos. 

Un feliz 2014 para todos, lleno de sorpresas placenteras.