domingo, junio 30, 2013

Vida y destino

 


 "La mujer se apretó contra el niño con una fuerza que sólo los obreros del Sonderkommando habrían podido valorar: cuando vaciaban la cámara de gas nunca intentaban separar los cuerpos de los seres queridos estrechamente abrazados."


Vasili Grossman escribió un libro colosal, que lamentablemente nunca vio publicado. Tal vez hasta dio por perdido. Es la historia de la Batalla de Stalingrado vista desde los ojos de múltiples personajes en distintas posiciones sociales, militares y políticas, muchos ligados a una familia rusa con raíces judías. Sus más de mil páginas son un testamento de la complejidad de la guerra y las incongruencias profundas del régimen soviético.

La extensión del libro es una necesidad que tal vez muchos de los jóvenes lectores no sabían que les faltaba. Sólo las voces de varias docenas de personajes pueden ofrecer una visión tan siquiera cercana a lo que es la guerra. La idea cinematográfica de la guerra, aún la que intenta ser más fiel a los hechos, no puede evitar caer en lugares comunes: dar mayor peso a la acción, cuando mucho más tiempo se pasa en calma, así sea chicha; la imagen y el video no pueden dejar de concentrarse  en el campo de batalla, mientras que la vida sigue a su alrededor a pesar de la tragedia; la épica de la guerra se encarga de crear héroes y alimentar egos, cuando son mucho más los anónimos que comparten el escenario y juegan sus minúsculos papeles en el trasfondo, como todos, y cuya sumatoria de vidas es en últimas la guerra. Todo eso dicen que lo había logrado Tolstoi con Guerra y Paz, hazaña que Grossman repite en el contexto de la Segunda Guerra.

Grossman no ahorra páginas explorando la humanidad de sus personajes. Irracionales, llenos de dudas y de nostalgias, cada uno de los personajes enfrenta la guerra con un pie en su patria y el otro en sus dramas personales. Gran parte de los diálogos de los miembros del ejército giren en torno a la comida y la bebida, añorando a sus familias, sus amores, compartiendo la alegría o la tristeza de las cartas que llegan o que no, haciendo planes como si hubiera mañana. Desde las ciudades se piensa en el frente, pero no en la estrategia, sino en los hijos, hermanos, madres y compañeros que el manto negro de la guerra a sumido en la incertidumbre. Las victorias son de la patria, las pérdidas siempre personales.

El enemigo muchas veces, más que una presencia maléfica, aparece en la novela como todas esas rupturas con el fluir de la vida. Esto con excepción de las partes describiendo el campo de concentración y la cámara de gas, las cuales son un crudo testamento de lo que aquellos sitios fueron. Deben existir muchos otros relatos novelados de este episodio funesto de la humanidad, los cuales no he leído porque creo que la ficción tiene poco que decir al respecto, pero el libro de Grossman hace un gran trabajo en el retrato personal con el que aborda el tema.


Hay otra cuestión que sólo la extensión del relato permite transmitir: el totalitarismo del sistema soviético. Presentando al enemigo en la batalla como una presencia insustancial, la tiranía del régimen se hace más evidente. Cada personaje tiene que enfrentarse con las ordenes que el estado de guerra les impone, y con la manera indirecta en que los ojos de los demás parecen atentos a cualquier reproche para ponerlos en la picota pública. El miedo a decir, a ser malinterpretado, o el remordimiento que trae lo dicho, así sea por descuido, es algo que la novela logra transmitir hasta el agotamiento psicológico del propio lector. *+

Una de las reflexiones de las lecturas del año pasado fue lo fuerte que se sentía leer sobre problemas contemporáneos. Vida y destino me recordó lo poco que se de la guerra, peor aún si tenemos en cuenta que para los que vivimos afuera, haber nacido en Colombia significa saber de ella. No es una cosa consciente, producto del estudio del conflicto, sus causas y sus consecuencias. Es más una presunción de los demás que luego el emigrante internaliza. Nació y vivió en Colombia, Colombia lleva mucho años en conflicto, ergo sabe. Tiene que saber. Tiene que tener una opinión. Puede que nunca lo haya tocado particularmente, el colombiano ha experimentado los horrores de la guerra interna, no tener idea de lo que sucedió y sigue sucediendo es impensable.

Lean Vida y destino, lean antes y después a Juanita León.  Entierren la guerra conociéndola.

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No puedo dejar de pasar la oportunidad de recomendar una vez más la columna que Orwell escribió sobre la autobiografía de Ghandi. Es un texto muy profundo que dice mucho de estos dos personajes que parecen extremos opuestos de la decadencia del imperio británico, pero que une la conciencia de dicha decadencia. La más aguda crítica en el artículo es que una protesta como la de Ghandi nunca habría tenido efecto en un régimen como el soviético. Vida y destino muestra una vez más que tan atinado fue Orwell.