lunes, diciembre 31, 2018

Lecturas del 2018



El 2018 no pintaba muy bien para las lecturas. La búsqueda de un nuevo trabajo había entrado en toda potencia, con todas sus engorrosas consecuencias: revisar periódicamente las listas de convocatorias, preparar papeles, pedir cartas de recomendación, imprimir y enviar sobres, en fin. Por otro lado, los niños crecen sin compasión y empiezan a exigir más tiempo; de hecho, según investigaciones locales, para cuando terminan la primaria ya ha pasado más del 50% del tiempo que pasaremos juntos en nuestra existencia—duro, ¿no? Es así que entramos a la época más intensa de paternidad: parques, museos, presentaciones, tareas, juegos por las noches y su interés por cualquier cosa que papá esté haciendo. El año pasado también le había puesto más "juicio" a los juegos de mesa, aunque este resultó no ser un factor importante para no leer este año por dos razones: la búsqueda de trabajo afectó los juegos más severamente y, de aún mayor importancia, H perdió algo de interés, sobretodo por los juegos complicados. Además, el 2017 había dejado el estándar muy alto tanto en calidad como en cantidad, empezando por Elena Ferrante y su magnífica tetralogía. 

Sin embargo, el año estuvo mucho mejor de lo esperado. El comienzo no fue del todo promisorio, pues estuve enredado por varios meses con El Idiota de Dostoyevski (pun intended). Es la historia de un joven miembro de la aristocracia rusa, caído en desgracia por una enfermedad nerviosa que lo llevó fuera del país y consumió su fortuna. Vuelve el príncipe a su terruño y se encuentra con que su sensibilidad está fuera de sintonía con la sociedad y es objeto de burlas y maltratos; poco a poco recupera su estatus, solo para verse enredado en un macabro triángulo amoroso. El libro me gustó, aunque el estilo empieza a sentirse repetitivo: cada sección suele centrarse en una reunión a la que se van sumando más y más personajes y termina con un climax bochornoso. Dostoyevski logra capturar la esencia de la idiotez y me arrancó carcajadas, lo cual fue valioso y asombroso a la vez. El libro fue mejor que Los Demonios, así que se ubica segundo después de los Hermanos Karamazov entre los grandes mamotretos del autor. Aún así, me tomó tiempo avanzar, quizá por la lentitud de la historia y algo en la prosa que no me atrapó, por lo que casi seis meses se fueron en él. No quedé con ganas de leer en 2019 Crimen y Castigo para acabar con sus grandes novelas y, peor aún, me enteré de que hay una quinta obra de largo aliento de Dostoyevski con la que no contaba—El Adolescente—lo que me quitó el incentivo de la completitud. Por lo pronto, no he comprado ninguno de los dos. 

Luego siguieron un par de novedades colombianas que venían muy recomendadas: La Perra de Pilar Quintana y Lo que no aprendí de Margarita García Robayo. Las dos están bien escritas y estructuradas, y sus historias funcionan. De todas maneras, sigo teniendo el mismo problema expresado en años anteriores: los temas de las novelas colombianas me tienen sin cuidado y su corta extensión me parece problemática. No son cuentos, pero para mí tampoco se sienten como novelas. Igual seguiré leyendo las novedades como una de las pocas cosas que hago como colombiano. 

En el mismo sentido, hace muchos años me prestaron La novia oscura de Laura Restrepo, la cuál me había dado pereza coger porque Delirio, de la misma autora, no me gustó. Para peor, las tetas en la portada no ayudan a leerlo en los trenes. Me decidí a devolverlo, así que le puse la cubierta del libro de García Robayo y por fin logré acabarlo. Este es un libro más ambicioso que los dos anteriores, aunque el tema es de lo más escabroso: la vida de una misteriosa prostituta de pozo petrolero en épocas de explotación extranjera y violencia. La caricatura grotesca funciona para presentar problemáticas sociales que puede que tengan aún vigencia—o al menos merezcan ser recordados—pero es tan abigarrado el retrato que cansa. La historia de amor que conecta las páginas no estuvo mal. En conclusión, mejoró un poco el concepto que tenía de Restrepo.

También tuve tiempo de agarrar el segundo libro de la trilogía africana de Chinua Achebe: Me alegraría de otra muerte. Cuenta la historia de un joven nigeriano educado en Inglaterra gracias al apoyo de su tribu, quien vuelve al país lleno de ideas progresistas y justicieras sólo para caer de nuevo en las garras de la cruda realidad. A pesar de ser corta como las novedades colombianas, se sintió sólida y satisfactoria. Me hace pensar que el problema que tengo con la literatura colombiana es de otra índole. Espero en el futuro, con más años de reseñas, psicoanalizarme mejor.

El gran acontecimiento del año fue la Trilogía de los Tres Cuerpos de Cixin Liu. Esta fue una recomendación del año pasado por Tyler Cowen del blog Marginal Revolution la cual, por estar disponible en español para el Kindle, compré por impulso, todo lo cual agradezco enormemente. Los libros narran como la tierra entra en contacto con una sociedad extraterrestre tecnológicamente más avanzada pero en una situación precaria, junto a la cual la humanidad desarrolla todo su potencial hasta llevarlo a los confines espacio-temporales del universo. Los libros son apasionantes, de ritmo rápido y llenos de sorpresas. El último tomo es innecesariamente largo para mi gusto, pero la historia es redonda y fascinante. Súper recomendada para todos los públicos, no solo a quienes les gusta la ciencia ficción. El trasfondo de China como centro del mundo es de cierta forma refrescante. 



Se suponía que este año iba a leer más literatura en japonés por aquello de que muy posiblemente iba a tener que empezar a enseñar en ese idioma, pero esto se quedó en intenciones pues solo se colaron dos libros: Las Amigas de la Esposa de Mariko Koike y El Festival del Fondo del Lago de Tsumao Awasaka. Eso sí, los dos libros excelentes. El primero es una colección de cuentos alrededor de las vidas de las mujeres, con un aire de Munro, con un toque negro, detectivesco. Hay una historia en particular, "La caída", que empieza con un suicidio muy bien logrado. 



El segundo es una novela quasi-erótica a cuatro voces con un trasfondo social que, ahora que lo pienso, se parece en algo al de Laura Restrepo: la construcción de una represa, la oposición de la comunidad que desaparecerá con sus tradiciones, y las tácticas de la constructora para avanzar con los planes. No es una obra muy conocida pero a mí se me hizo una joya. De sólo acordarme me dan unos agradables escalofríos. Lamentablemente, creo que no existen traducciones. 


En las vacaciones de verano, mientras esperábamos para entrar al cine, le compramos a K el primer volumen de Dragon Ball para entretener el rato, y de ahí hasta hoy no ha habido pausa. No lo podía dejar leer solo, así que he ido siguiendole el paso, aunque ya veo que en cuestión de nada me dejará tirado. Tarde recordé de que la historia tiene sus momento morbosos, pero creo que K los ignora y no pide explicaciones. En el tomo 17 pasa del Dragon Ball clásico al Z, el cuál parece que no le ha interesado tanto. En un año sabremos si terminamos con los 42 tomos—¡y si empezamos otros!


Para cerrar, este año no leí mucha no-ficción no relacionada con el trabajo (creo que estaría bien inventar un acrónimo para este género). Empecé un par de libros pero no reseño libros sin terminar. La mención de honor va para Ghosts of the Tsunami de Richard Lloyd Parry, un libro sobre la única escuela primaria en Japón que erró en la evacuación después del terremoto de 2011 con sus fatídicas consecuencias. El libro fue escogido el mejor del año pasado por The Economist, lo cual es muy merecido. El autor ha vivido por mucho tiempo en Japón y logra esquivar todos los lugares comunes y retrata de manera franca los sufrimientos de las familias que perdieron sus hijos en la catástrofe. El libro me sacaba lágrimas cada vez que lo abría, así que pensé que no lo terminaría. Valió la pena perseverar. 


Paradójicamente, el 2019 está lleno de incertidumbre en cuanto a lecturas. Por fortuna conseguí un trabajo que parece estable, pero ahora que vivimos en provincia, ya no cuento con el tiempo en el transporte público para leer. Ojalá no tome mucho tiempo crear nuevos hábitos de lectura. Desde abril empiezo a enseñar en japonés, así que ahora sí toca ponerle toda la fuerza al idioma, pero preveo que el tiempo se irá en libros técnicos. La pila tiene varias cosas atractivas, pero las ganas de seguir haciendo descubrimientos no cesa. Tengo muchas ganas de leer el libro de cuentos Su Cuerpo y Otras Fiestas de Carmen María Machado. Por otro lado, me quedé con las ganas de volver a escribir—algún día o tal vez nunca. 

Que el 2019 esté lleno de buenas noticias y que se lo puedan disfrutar al máximo.