domingo, junio 03, 2012

Far away, far away

Las gentes de nuestros días están acostumbradas a sentir cerca a sus seres queridos, incluso a los conocidos que por los nuevos medios se van haciendo querer. Una vasta infraestructura para el cariño está al alcance de cada vez más humanos. No pasa un día sin hacer pública la existencia, cruzando mensajes con otros a pocos o muchos kilómetros de distancia. Después del imperio del auricular, el reino es compartido ahora por los crípticos mensajes de texto o la más completa experiencia de las video llamadas. Atrás van quedando los viajes demasiado lejos como para no poder dar señales de vida. Las despedidas ya no son lo de antes.

Pero deberían.

El lunes pasado un incendio en un centro comercial de la capital de Catar, Doha, cobró la vida de diecinueve personas, trece de ellas niños.  El fuego afectó una guardería, razón detrás del trágico saldo. La noticia habría pasado inadvertida entre tantos infortunios diarios si una de las trabajadoras muertas no hubiese sido una filipina, quien al verse rodeada por la emergencia llamó a su abuela en Cotabato, pidiendo ayuda, diciendo que se moría. La prensa del país por supuesto cubrió la noticia con detalles, presentando como es costumbre el cuadro del abnegado trabajador filipino que en cualquier rincón del mundo se juega la vida por unos pesos que envía sagradamente a su anhelado hogar en el archipiélago. La historia tiene mucho de cierto, pero me pregunto si este cordón umbilical indestructible no tiene su parte en la tragedia.
 
La ilusión de la cercanía es una trampa de cariño: le da al que se queda un consuelo engañoso y al que se va una carga tal vez demasiado pesada. Por más llamadas y mensajes que se intercambien al día, el que no está sigue ausente en su forma más esencial. No se le puede proteger. Mientras tanto, la constante confirmación de los vínculos filiales dificultan al que se va integrarse a su nuevo ambiente. Esto suena superficial para que ve en ello sólo un aderezo social al objetivo último del eterno retorno. Pero, en últimas, las vidas de todos nosotros dependen en mayor medida de los que nos rodean que de los que nos quieren. El tiempo que se le dedica a unos es tiempo que no se le da a los otros, y el balance correcto nadie lo sabe.

Tal vez no sea el caso, pero aquella última llamada de la niñera filipina en Catar parece ser testimonio de esta trampa de cariño. Puede que todo ya estuviese perdido y que la tecnología le haya brindado la oportunidad de aquel romántico último adiós. Pero no está de más preguntarse si una llamada diferente hubiese podido hacer la diferencia en la adversidad.