lunes, octubre 13, 2014

El pasado no perdona

Hace un par de años, unos niños jugando fútbol en una mezquita en Estambul me preguntaron que de donde era. Cuando les dije que era colombiano gritaron ¡Falcao! y salieron corriendo a seguir con su juego. 

No había imaginado antes que la patria pudiese ser asociada con algo diferente a drogas y crimen. Tantos años viviendo por fuera nunca me había pasado algo semejante. La gente a menudo recuerda el café, claro, pero por alguna razón esa opción se siente como una convención sin significado. Café es lo que se dice antes de confesar lo que en verdad primero viene a la mente. La conexión emocional primordial con la palabra Colombia. 

Es por esto que la reacción de los niños me pareció tan importante: al decir Falcao expresaban no un conocimiento sino un sentimiento. Aunque luego se enteren de los malos tiempos de aquellas tierras, al escuchar la palabra será otra cosa lo que imaginen. Desde entonces aprecio un poco más a los deportistas, les sigo y les animo para que sigan impresionando a las gentes del mundo por donde pasen. 

Por supuesto, este es un cambio lento e incierto, el cual no está exento de producir efectos secundarios. Esto lo descubrí el mes pasado en Grecia, ya de salida en la última requisa del aeropuerto. Un tipo espigado, ojeroso, de nariz gigante como la de los jugadores de su selección, esperaba antes del detector de metales para que los pasajeros no olvidaran quitarse todo lo que hacía pitar la máquina. Me hizo la seña para pasar y entonces reparó en el pasaporte en mi mano. ¡Colombia… dijo y pude sentir como una serie de sentimientos encontrados se agolpaban en una sonrisa postiza… ¿Hace cuántos años fue que mataron a Pablo Escobar?  Muchos, y seguí de largo, atragantado de rabia por esa revancha inesperada.