jueves, agosto 22, 2013

El viento se levanta — 風立ちぬ



Hayao Miyazaki, el afamado director de animación japonesa, presentó su más reciente trabajo hace poco más de un mes. Fue una espera larguísima: cinco años desde Ponyo, la película del pez que se vuelve humano—muy bella y todo, pero dirigida a los pequeños más pequeños de la casa—y nueve años desde El castillo andante de Howl. El viento se levanta es la primera película para adultos del director, notorio por varios detalles grandes y pequeños que presenta la película: discurre en el periodo de entre guerras tocando indirectamente la participación japonesa en equipo con los Nazis, los personajes de la película fuman constantemente—ya hubo una demanda de la liga local anti-tabaco—hay besos e insinuaciones directas de sexo (conyugal). Todo esto sin comprometer el estilo onírico que es sello del trabajo de Miyazaki. Es, sin duda alguna, una joya.

La película ha causado gran controversia debido a su temática. El viento se levanta cuenta la historia de Jiro Horikoshi, quien diseño el Mitsubishi A6M Zero, un avión de guerra que le dio la ventaja aérea a Japón durante la primera parte de la guerra. La película coincide con crecientes tensiones entre los gobiernos del vecindario y las intenciones del partido en el poder de reformar la constitución para que el país pueda tener de nuevo un ejército regular y participara en la defensa colectiva. Miyazaki ha aprovechado la película para meter la cucharada y criticar al gobierno por sus desfachateces. Algunos políticos le han pedido que se calle, otros medios dicen que un sector del público resiente que haya tocado el tema de la guerra, pero en últimas no ha pasado mayor cosa en lo político y la película ha sido un gran éxito.

Para quienes viven lejos de Japón, y sobre todos para quienes viven en países en desarrollo afectados por conflictos, El viento se levanta tal vez debería ser vista más bien desde la reflexión que yace en el fondo. La principal motivación de Miyazaki fueron los sentimientos encontrados que le generaba la genialidad de Horikoshi y lo absurdo de la guerra. Su conclusión fue que a Horikoshi no se le podía echar la culpa de la guerra y esa pasión con la que se entregó a crear una máquina maravillosa es algo que merece reconocimiento. 

Horikoshi sueña desde niño en hacer su avión. Lee revistas de aviación en inglés con ayuda de un diccionario, en su casa humilde lejos de Tokio. Toda su vida está consagrada a su sueño. Trabaja duro, aún más que sus compañeros de la Universidad Imperial. Le reciben en una filial de Mitsubishi en Nagoya, donde a la par de los proyectos existentes para el ejército, Horikoshi prosigue en el diseño de su avión. 

Las cosas no van del todo bien y Horikoshi se toma un descanso creativo durante el cual conoce el amor. Pero aún este amor es sólo una excusa para continuar persiguiendo su sueño. (+comentario con spoiler después del video).

Hay una escena, no obstante, en la que Horikoshi admite tener un motivo diferente a su sueño. Al volver tarde del trabajo, una familia harapienta espera cerca a una tienda mientras la calle se ve oscura y vacía. Horikoshi le pregunta al tendero quienes son, y él les explica que están esperando al señor de la casa, quien compra la comida para cenar juntos pero aquel día aún no llegaba. Horikoshi les ofrece lo que compró para él, mas no se lo reciben. Se pregunta entonces ¿por qué será Japón tan pobre? y se entrega con más ahínco a su trabajo. 

Miyazaki exalta con su película a quienes construyeron a la nación japonesa a pesar de la guerra y las circunstancias políticas. Sus ingenieros, sus científicos, sus creadores esmerados y trabajadores sacaron adelante un país maravilloso a pesar de la destrucción y el uso inapropiado que otros hicieron de sus invenciones. De hecho, Miyazaki escogió para la voz de Horihoshi no a un típico actor de voz, sino a Hideaki Anno, el creador de Evangelion, quien Miyazaki estima por la calidad de su trabajo—ellos no pertenecen al mismo estudio. La voz de Anno deja claro desde un comienzo que la intención del director no es presentarnos a Horikoshi como a un héroe o un genio idealizado, pero como a un nerdo de carne y hueso que se distingue por su trabajo.

Si usted es una de esas personas de ciencia y tecnología batallando en medio del fango de la política, vea El viento se levanta y nunca olvide que la prosperidad está del otro lado de la montaña, a pesar de la guerra.

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De ñapa, acá está el tema principal de la película: Nube de avión.



+ El día que Horikoshi termina su avión, la esposa desaparece para siempre—se va a una clínica en las montañas donde al parecer muere. Tal vez sea una impresión errada, pero me parece que la muchacha durante la película es una alegoría de la nación y su relación con Horikoshi: la belleza y la inspiración que le mueve, pero que a la vez conoce en la adversidad y quien vive en una condición muy frágil de salud. Aún así le apoya y acompaña en su sueño, sin importar que ha de desaparecer en parte por cerrar los ojos al contexto.

domingo, agosto 11, 2013

Las manos detrás de la mirada




Se dice que los reporteros gráficos no están en la obligación de intervenir en las tragedias que están pasando en su presencia. El suyo es un fin ulterior: comunicar la dimensión de la situación al público general para que este reaccione y ayude en masa. Lo poco que podría hacer el reportero, solo ante la adversidad de los otros, se multiplicará miles de veces cuando el resto de la humanidad se entere de lo que sucede. Esto los exime, por lo menos en teoría, de la obligación moral que el resto de mortales dotados de empatía sentimos. 

El argumento no se lo he escuchado directamente a un reportero, pero creo que hace parte del imaginario colectivo. Yo lo escuche de quien parecía un diplomático mientras coincidíamos en una imagen de una exposición fotográfica sobre el tsunami. En la imagen se veía una mujer en el techo de su casa, abrigada con una cobija, mirando a la cámara en medio de ese mar oscuro que ocupaba el resto del encuadre. Dije en voz alta que debería ser muy duro estar tomando aquella foto y no poder hacer nada por ayudar a aquella mujer. El diplomático soltó el argumento del fin ulterior, totalmente convencido de tener la razón—tal vez por eso pensé que era un diplomático. Intenté defender mi opinión contándole la historia de Omaira después del desastre en Armero, pero me di cuenta pronto que necesitaría aquella otra imagen para hacerme entender. Sonreí a su gesto condescendiente y seguí a otro panel.

Pensándolo con detenimiento, el argumento del fin último debe provenir de otros tiempos, de la era de oro de la imagen. Antes, cuando no había cámaras en todos lados y sólo se transmitían las palabras, seguramente una imagen era capaz de cambiar el rumbo de la historia. Pero ahora que estamos saturados y que se han entendido los límites de lo que la imagen puede decir sin desinformar, ¿tendrá aún sentido eximir de responsabilidad a los observadores de oficio?

Jonathan Katz, un periodista de AP que trabajaba en Haití cuando ocurrió el terremoto, no está tan seguro. Durante las primeras horas de la emergencia, acompañado de su guía local, Jonathan recorrió el infernal Puerto Príncipe intentando asimilar la dimensión de la debacle y transmitirla a su audiencia alrededor del mundo. En un momento intentó ayudar a alguien que buscaba dentro de una de tantas montañas de  escombros. Iluminó el interior del arrume con el flash de su cámara pero no logró ver nada. Sólo mucho después pudo ver que en las dos fotos que tomó una persona se movía. Estaba viva, pudo haber ayudado. Después de la experiencia cree que por lo menos existe la opción, que nunca se sabe.

Durante la etapa diecinueve del Tour de Francia, un corredor dio al piso en una bajada empinada. Los comentaristas llevaban rato advirtiendo que el trayecto era peligroso y que la llovizna que caía hacía más traicionero el descenso. Lo que sucedió fue inesperado: la moto que seguía al ciclista se detuvo al ver la caída. Al parecer el conductor llevaba la cámara encima porque la transmisión siguió mostrando al ciclista incorporándose con dificultad y al copiloto acercarse a intentar auxiliarlo. A decir verdad, no parecía que el copiloto pudiese hacer mucho en el momento, pero de alguna manera la carrera se sintió más humana.