domingo, abril 17, 2016

10Y17

Las imágenes del desastre en Kumamoto nos son familiares. Hace cinco años y un mes estábamos en una situación similar: algunos sin agua, luz o gas; haciendo fila para conseguir alimentos, no para sobrevivir sino para recuperar la sensación de seguridad. Es difícil no sentirse identificado con la gente en las noticias y que asomen las lágrimas con cada tragedia personal. 


Sin embargo, después de cinco años de estar dándole vueltas al asunto, es difícil ignorar las importantes limitaciones de la información audiovisual. Que haya gente en un refugio haciendo fila para recibir bolas de arroz no significa que todos los refugios estén en la misma situación, ni que la gente haga fila porque no tiene que comer. Por más vívidas que sean las imágenes, la magnitud del evento se les escapa. Sólo con los días se tendrán las estadísticas y una descripción más objetiva de las consecuencias de la emergencia pero—y esta es la parte más paradójica—incluso entonces será difícil comprender lo que pasó y como proceder. Cada persona, cada hogar, cada refugio detrás de los números está en condiciones especiales, las cuales cambian constantemente, y las soluciones generales puede que les sirvan o no. Muchos de los más vulnerables son invisibles a las cámaras y a los números. 

En últimas, el rol de las imágenes es enviar una señal para que a los que les es dado actuar actúen, y para que los demás hagan presión o se unan al esfuerzo de ser necesario. 

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