sábado, abril 16, 2016

10Y16

Algo misterioso de los juegos de mesa es el poder somnífero de las instrucciones. Son infalibles: basta con leer una página para empezar a bostezar. Pero no es sólo la lectura. Con sólo preguntarle a H si quiere jugar un juego nuevo ya es suficiente. Así de potente es el efecto.

Lo paradójico es que son juegos, no una clase aburrida del colegio después de almuerzo. A las reglas se llega por voluntad propia y con la expectativa de divertirse imaginando como será la experiencia de jugar. Pero no hay caso. El resultado es la misma bostezadera. 

La explicación se encuentra en el nivel de abstracción que requiere sumergirse en cualquier juego de mediana complejidad. El entramado de mecanismos, la cantidad de información nueva y la forma en que estos se interrelacionan para formar la unidad del juego, nada  de esto tiene asidero en cerebro. Es aprendizaje desde cero. Tanto es el esfuerzo que hasta debe adelgazar. 

Es por esto que explicar juegos es casi un arte. Hace poco vi incluso un libro recopilando experiencias de personas que explican juegos a menudo. En algunas ferias en Alemania—de donde viene una cantidad de los juegos modernos—hay premios para las mejores reglas. ¿Será por eso que no son tan populares? Pero como son de chéveres, vale la penar seguir buscando como resolver el misterio. 

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