domingo, marzo 11, 2012

Okamoto Kozo



Hace casi un año, los mejor informados notaron no sin suspicacia como el triple desastre representó en cierta manera un avance. En medio de la incertidumbre y presionados por el pánico de algunos, los japoneses no salieron a las calles a asesinar extranjeros. Rumores sobre violaciones y robos que los foráneos estarían aprovechando a perpetrar se dejaron escuchar una vez más, tal como en aquel septiembre de 1923. Esta vez un par de chinos fueron arrestados preventivamente, algunos voluntarios fueron acosados por la policía, grupos de vigilantes fueron formados en algunas zonas damnificadas, dueños de negocios se quedaron a dormir en sus locales para defenderse de los asaltantes, y japoneses aquí y allá hicieron comentarios discriminatorios. Pero nada como los entre 2500 y 6000 mil coreanos que se creen fueron masacrados entre autoridades y comités de vigilancia. 

Pueden haber varias explicaciones para esta mejora, pero lo que nos preocupaba aquella tarde charlando no era lo bueno que es que no salgan a matar gente extraña, sino el miedo que aún persiste al otro. Entonces la profesora japonesa recordó una de las razones que la movieron a dejar Puerto Rico.

Okamoto Kozo, recordó ella, ¡que nombre tan bonito! El hombre, estudiante de ciencias forestales en la Universidad de Kagoshima desembarcó en Tel Aviv junto con dos compañeros estudiantes de ingeniería en la Universidad de Kyoto. Llegaron vía Francia para no despertar sospechas. Recogieron sus maletas y echaron un ojo a ver si encontraban alguna forma de ir hacia la torre de control. Seguro no tardaron en desanimarse: Israel estaba como siempre en alerta máxima luego de que tres semanas atrás un grupo de palestinos secuestrara un avión proveniente de Viena, esperando canjear a los pasajeros por prisioneros.

La cosa no salió bien para los terroristas esa vez, aunque los pasajeros casi salieron ilesos. Fue entonces cuando Okamoto y sus colegas del Ejercito Rojo Japonés entraron en la escena para vengar la causa palestina. La torre de control debió parecerles un blanco simbólico: sin el centro de coordinación cuantos aviones no se verían obligados a sufrir aterrizajes de emergencia o colisiones,  advirtiendo al mundo entero del tamaño de su poder. Pero la cosa no era tan fácil con tantas fuerzas armadas custodiando el lugar. Tal vez los nervios también les obligaron a precipitarse. Abrieron sus maletas, sacaron sus rifles automáticos Vz. 58 y empezaron a disparar indiscriminadamente en el terminal. 

Los colegas de Okamoto terminaron muertos con las otras 26 víctimas de sus balas. Aquel mayo del 72, Okamoto fue apresado y años más tarde canjeado por prisioneros en el Líbano, donde aún vive exiliado. Su apoyo a la lucha parece imperecedero, aunque parece que alguna vez dio indicios de disculparse con sus víctimas, 8 nacionales israelíes, entre ellos un famoso científico, una ciudadana canadiense y 17 peregrinos puertoricenses. 

La profesora estaba por entonces aprendiendo español en la isla y la noticia le cayó como un balde de agua fría. Imaginó lo peor una vez se divulgara la noticia. Quizá no los grupos de vengadores ajusticiando japoneses por las calles de San Juan, pero de seguro un estigma constante por compartir la nacionalidad con los terroristas. Esperó por algún tiempo que el gobierno pidiera disculpas pero no hubo caso. En últimas, por esta y otras razones, incluyendo que exponerse a aquella vida en Puerto Rico no había sido la elección de su hijo sino propia, tiempo después la profesora volvió a su país. 

¿Fue aquella decisión producto de miedo al otro? ¿O es aquello de identificarse con las culpas de los nuestros lo que hace responsable a una sociedad? No se. El caso es que de Okamoto Kozo no existe entrada en español en la Wikipedia, aunque la masacre en el 2006 se volvió un día especial en Puerto Rico para educar a los isleños sobre el terrorismo. Que oportuno. Cada cultura apila aniversarios a su manera.

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