domingo, febrero 20, 2011

Leyenda de un suicidio



Uno de los cambios más dolorosos en la vida de cualquiera debe ser reconocer en sus padres a otro humano más. Encontrarlos un día cualquiera en su limitada racionalidad, engañados por su manera de ver el mundo, errando en sus juicios, nublados por sus pasiones, en una palabra: débiles. Y con esto no me refiero a los conflictos típicos de la adolescencia, los cuales son más un cambio en las reglas de juego. El cambio de yugo va acompañado de cierta rabia hacia el antiguo opresor, pero aún es muy temprano para captar toda la dimensión de la condición humana.

El fenómeno que quiero describir se parece quizás un poco a verlos envejecer, que los abandonen los reflejos y sus ojos se cansen, que dejen de divertirse con las mismas cosas y sus hábitos de dormir empiecen a dominar sus vidas. Sin embargo, este proceso va acompañado de cierta ternura natural, nostálgica pero familiar; entonces aún viejos siguen llenando la figura del padre y la madre, esa fuente de estabilidad psicológica.

Es precisamente cuando esta figura es traicionada que el dolor surge. Lo entienden mejor quienes tienen un padre alcohólico, o perdido en cualquier otro vicio. Enajenados, los padres pierden su investidura de poder y se vuelen comunes, miserables en la medida que todos lo somos. Supongo que algo se quiebra dentro de uno después de vivir esto, como si se volara parte del techo del hogar imaginario al que nos vamos a dormir todas las noches; el dolor de dormir a la intemperie. Pero, en últimas, siempre se le puede echar la culpa al factor externo, y en ello algo de la consistencia de ese pilar interior mantiene cierta fuerza.

Lo más terrible, creo ahora, debe ser tener un padre depresivo. Verlo llorar, desvariar, saltar de la euforia a la tristeza, pasar del cariño al fastidio de un momento a otro sin mediar nada que explique el cambio. Esta es precisamente la historia que cuenta David Vann en su colección de cuentos "Legend of a suicide"--que en español fue publicada con el nombre "Sukkwan Island", el título del relato principal. A través de diferentes etapas de la vida, la voz del hijo va describiendo la caída del padre, cómo se desdibuja en su incoherencia, hasta la auto-destrucción.

Las historias se desarrollan en su mayoría en Alaska, en medio de esa nada fría que tanto ayuda al ensimismamiento. El autor logra transmitir con el pasar de las páginas la soledad del paisaje, la nimiedad del individuo, y la urgencia de sobrevivir en un ambiente tan agreste. El escenario se ajusta a la intimidad de las conversaciones, al vaivén de los monólogo, al constante desvanecer.

Algo que no me parece tan positivo es que el autor está profundamente atado a las historias. Su propio padre se suicidó cuando el tenía trece años, y además practica la pesca, otro motor de las historias en la Leyenda. Esto sin duda agrega cierto morbo que hace la lectura más abrasiva, el puño en el estómago del que muchos gustamos. Pero esta no puede más que generar dudas sobre el verdadero talento del autor--aunque la crítica ha sido positiva sobre su nueva novela.

En todo caso es un buen libro y lo recomiendo. Eso sí, me uno a las voces que ven un error en que sea presentado como una novela y se la haya cambiado el título. Aunque los nombres sean los mismos, cada una de las historias tiene un desarrollo diferente, y molestarse por conectarlas puede estropear la calidad de la obra. Ojalá tengan oportunidad de disfrutarla.

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