miércoles, febrero 09, 2011

Inmolados sin revoluciones



El general Reyes llegó muy temprano al cementerio con dos de sus hijos y su escolta usual. Traían sillas y libros, lo que hace pensar de planeaban estar por un buen rato. Tal vez no hayan cruzado palabras. El general pasaba por el momento más difícil de su vida: había sido acusado públicamente por beneficiarse ilícitamente de un fondo del ejército y se encontraba en el ojo del huracán; allí frente a la tumba de su madre buscaba un poco de calma. "La vida debe seguir" rezaba el final del epitafio de doña Purificación, pero no es claro si aquella mañana el general reparó en aquellas letras frías. Llamó a su esposa a decirle que podría usar el carro por la tarde. Le dijo que se cuidara mucho. Pidió a sus hijos que trajeran algo para comer. Al parecer uno de ellos le dejó un libro de Donald Trump que estaba leyendo. Así haya sido por accidente, que en sus manos se encontrara entonces "The Art of the Deal" (el arte del trato) no deja de ser dramático. ¿Habrá echado al traste aquel libro la paz del lugar? El general sacó su revolver y se apuntó al pecho - ¿por qué al pecho? El guardaespaldas alcanzó a gritarle que se detuviera, pero ya todo estaba decidido.

"El último gesto del caballero" anuncia la prensa, pero si era tan caballero ¿entonces por qué tomó ese dinero que no era suyo? Que pronto se vuelven buenos los muertos.

Mi amiga filipina es poco optimista de que el suceso traiga cambios en la manera de hacer política en el país. La vergüenza no es tan poderosa en el archipiélago, y la corrupción es algo a lo que todos están acostumbrados. No creo que el resto de culpables lleguen al extremo de mofarse de la decisión de Reyes. Pero lo olvidaran, como olvidan que lo que hacen no es correcto. Lamentablemente los corruptos inmolados no desencadenan revoluciones.

Mientras la prensa filipina teje y desteje esta historia, tratando de anudar varios cabos sueltos, es imposible no contrastarla con la comedia colombiana. Las audiencias de los implicados de la contratación en Bogotá no puede ser más ridícula. Los expertos en el arte del trato bien pondrían escribir un segundo volumen con las declaraciones de cada una de las partes. Por celular desde Miami, es difícil convencerse de que el sistema funciona, que todo va a terminar bien.

Ni mi compañero de Brazil ni yo podemos recordar de nadie acusado de corrupción que haya recurrido al suicidio. No es que esté insinuando que fuese mejor que estos personajes se abrieran los vientres como los honorables samurais. No se trata de eso. Pero, la verdad no sé de qué debería tratarse.

2 comentarios:

Diego dijo...

Me hace recordar que entre los corruptos hay varias clases. Al menos uno puede reconocer que hay a quienes la culpa les pesa, y hay otros
quienes se jactan de su proceder y transfieren la culpa a otros.

Una corrección sobre la última línea de este blog:
Se le quedaron por fuera dos tildes muy cerca una de la otra, y le sobró una preposición.
"no sé de qué debería tratarse".

panÓptiko dijo...

Gracias, hermano, ya quedó arreglado.

Tiene toda la razón en apelar a lo individual en cada acto de corrupción. Pero hay algo en la cultura que ayuda a tomar una u otra posición al respecto. Lo interesante del caso de esta entrada es que en Filipinas uno no esperaría esto. Y, algo triste, que pasé no es un síntoma de cambio social, sólo un caso aislado.

Saludos,