Material esencial de laboratorio, aceitunas y persona (bodegón)
He decidido pasar los próximos tres años de mi vida en un laboratorio. Sin embargo, el aspecto de este lugar es muy distinto al que se le vendría a cualquiera a la mente, aquel donde por allá en primer o segundo año de bachillerato nos dedicábamos a esculcar con morbo, resguardados en la solemnidad de una bata blanca, las entrañas de los diferentes animales que acostumbramos comer. Aquellos eran sitios gélidos, llenos de frascos de vidrio café que ya se ven viejos antes de llegar al estante, y de esperpentos sumergidos en formol llenos de etiquetas escritas a mano. Por alguna extraña razón la luz nunca entra apropiadamente en estos recintos: a veces por la disposición de las ventanas, otras porque construyen algo en frente de ellas, o simplemente porque lo que dentro de esas cuatro paredes se trama espanta hasta al mismo astro rey. En cambio, la habitación a la que hoy me entrego está en el último piso de un edificio en lo alto de una montaña. Hay buena iluminación - aunque las ventanas siguen lejos - calefacción, computadores, impresoras, copiadoras y libros por todos lados. Las únicas entrañas son las mías y, por fortuna, permanecen en su lugar y sin rótulos.
Los laboratorios del colegio, y aún los de la universidad, eran más cercanos a sus ancestros de la alquimia árabe-occidental, cuando se perseguía la piedra filosofal en ocultas madrigueras, mientras en el mundo plano se destazaba humanos en nombre de alguna divinidad. De ello hace algo así como un milenio, lo que fue llamado el medioevo, las edades oscuras. La imagen que trae a la mente ese nombre, lo poco que queda después de las clases básicas de historia, lo mucho que mal sabemos por las películas y los programas de televisión, es la de unos tiempos en los que lo divino y lo salvaje reinaba por igual en el mundo, casi indistinguibles en el fondo - aunque sí contrarios en la forma - mientras el humano se movía a la deriva entre uno y otro extremo. Tiempos de reyes, princesas y vasallos; caballeros de metal y de arena; de inquisición y tiranía; de enfermedad y superstición; cuando las principales razones para vivir eran las verdades religiosas, aunque fuese bajo su represión incuestionable.
Sin embargo, existe una impresión difusa, que he leído en un par de autores y que también presentí, de que algo de esa medianía vuelve a posarse sobre el mundo, esta vez sí sobre la esfera. No estoy seguro de que se trata, ni si es sólo una ilusión, un patrón que equivocadamente se me hace está presente en distintos escenarios de la vida social, del día a día, o si en verdad una nueva época oscura, de la transición, o de la trancisionalidad está en ciernes. Más allá del eurocentrismo y de la occidentalización del mundo, o quizá parte de ellas, o la inevitable deformación y reorganización de la mixtura, algunas verdades del siglo veinte parecen erosionarse y los sistemas sobre los que vivimos obligados a acomodarse...
No lo se, es muy confuso, pero se me hace que el laboratorio es un buen lugar para observar e intentar comprobar si hay algo de razón en estos pensamientos. Aún estos lugares son guarida de lunáticos, a pesar de que la modernidad le llegó incluso a sus ratoneras, y bajo consentimiento del rey siguen teniendo carta abierta para hacer sus investigaciones. Ojo, pero el rey sigue ahí, y con su permiso, estos tres años haré un esfuerzo por entender un poco más este tejido, entre otras cosas que irán saliendo.
Salve, gran señor del ojo rojo,
panÓptiko
Los laboratorios del colegio, y aún los de la universidad, eran más cercanos a sus ancestros de la alquimia árabe-occidental, cuando se perseguía la piedra filosofal en ocultas madrigueras, mientras en el mundo plano se destazaba humanos en nombre de alguna divinidad. De ello hace algo así como un milenio, lo que fue llamado el medioevo, las edades oscuras. La imagen que trae a la mente ese nombre, lo poco que queda después de las clases básicas de historia, lo mucho que mal sabemos por las películas y los programas de televisión, es la de unos tiempos en los que lo divino y lo salvaje reinaba por igual en el mundo, casi indistinguibles en el fondo - aunque sí contrarios en la forma - mientras el humano se movía a la deriva entre uno y otro extremo. Tiempos de reyes, princesas y vasallos; caballeros de metal y de arena; de inquisición y tiranía; de enfermedad y superstición; cuando las principales razones para vivir eran las verdades religiosas, aunque fuese bajo su represión incuestionable.
Sin embargo, existe una impresión difusa, que he leído en un par de autores y que también presentí, de que algo de esa medianía vuelve a posarse sobre el mundo, esta vez sí sobre la esfera. No estoy seguro de que se trata, ni si es sólo una ilusión, un patrón que equivocadamente se me hace está presente en distintos escenarios de la vida social, del día a día, o si en verdad una nueva época oscura, de la transición, o de la trancisionalidad está en ciernes. Más allá del eurocentrismo y de la occidentalización del mundo, o quizá parte de ellas, o la inevitable deformación y reorganización de la mixtura, algunas verdades del siglo veinte parecen erosionarse y los sistemas sobre los que vivimos obligados a acomodarse...
No lo se, es muy confuso, pero se me hace que el laboratorio es un buen lugar para observar e intentar comprobar si hay algo de razón en estos pensamientos. Aún estos lugares son guarida de lunáticos, a pesar de que la modernidad le llegó incluso a sus ratoneras, y bajo consentimiento del rey siguen teniendo carta abierta para hacer sus investigaciones. Ojo, pero el rey sigue ahí, y con su permiso, estos tres años haré un esfuerzo por entender un poco más este tejido, entre otras cosas que irán saliendo.
Salve, gran señor del ojo rojo,
panÓptiko
1 comentario:
Buenas. Post muy bien escrito, sobre todo al principio, rememorando nuestros primeros pinos en un laboratorio...
Lo de la edad media... está por verse, a quién le leyó el tema en cuestión?
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