lunes, julio 13, 2015

Tegucigalpa blues

Hace 17 años el Huracán Mitch se enzañó con los hondureños. Desvió su furia en un giro inesperado y les recorrió de este a oeste sin dejar piedra sin lavar. Los 600 milímetros de lluvia incesante arrastraron miles de vidas, de tierras, de bestias, de montañas que luego represaron las aguas y se llevaron más vidas y más de todo. 


Las huellas de la tragedia siguen ahí para el que sabe ver, o por lo menos para todo el que anhela un país mejor. Sin distingos, la gente contesta que el proceso de reconstrucción no ha acabado. Los muchos problemas de la cotidianidad encuentran un origen mítico en aquella debacle, no es fácil decir cuándo se volvió a la normalidad, como si la vida atropellada del subdesarrollo se resistiera a tal descripción. 

Sin embargo, los estantes de las librerías cuentan otra historia. Es casi imposible encontrar trabajos acerca de las heridas que dejó el Mitch, de como los hondureños salieron adelante, de lo que se hizo y lo que no se pudo, de que es aquello que no podrá jamás ser recuperado. 

En su lugar, pandilleros y otros criminales monopolizan las vitrinas. El legado militar de la Guerra Fría desvela a los académicos, y el golpe de estado urge una nueva reconstrucción. Una reconstrucción democrática. 

***

La primera reunión antes de cualquier trabajo de campo debía ser con el asesor de seguridad. El militar retirado, al enterarse de que era colombiano, no pudo ocultar cierta vergüenza. Vergüenza de tener que hablar como habló de su tierra con alguien que tal vez entendía cómo las cosas no son tan color de hormiga. Vergüenza de tener que confinarme a los inanes centros comerciales, lejos de la mano invisible del hampa, tan omnipresente y astuta como Dios. Vergüenza, en últimas, de hacer su trabajo. 

Pero, una semana después de andar de arriba a abajo, no me consta que el peligro sea tal. Claro, desde la tribuna es muy fácil, pero la policía no es tan numerosa como se esperaría. La gente parece tranquila en la calle, y lo más amenazador parece ser el calor y la sequía. 

De hecho, las inusuales piruetas que deben hacer los aviones para aterrizar en Tegucigalpa son quizá lo más emocionante que va a pasar

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