lunes, marzo 21, 2011

La semana después—9.0, tercera parte

La verdulería recupera su importancia

El viernes 18 de marzo, a las 2:46pm , comíamos croquetas de huevo, repollo con salsa de ajonjolí, arroz y sopa de miso; de postre un pastelito de limón y te verde para la digestión. Fue necesario hacer una fila de cuatro horas para conseguir los víveres, pero lo importante es que los teníamos. El terremoto no sólo altera el abastecimiento de productos a las zonas afectadas, también alinea las necesidades de la gente, de manera que todos quieren de lo mismo al mismo tiempo, contribuyendo a que el sistema colapse. Como cuando todos quieren ir al nuevo centro comercial el sábado en la tarde.

Sin embargo, aunque la escasez es lo más preocupante, tal vez la reacción de la gente sea lo más difícil de solucionar. Ya desde el miércoles o jueves después de la tragedia, los abastos de barrio, muy parecidos a los colombianos, tenían surtidos básicos de vegetales, frutas, aceite, artículos de limpieza y algo de arroz. Sin embargo, como la gente ya no piensa en ellos cuando va a hacer mercado, estos se encontraban mas bien solos. Para el sábado, ya los almuerzos se apilaban en los restaurantes del centro mientras la gente hacía fila para obtener cosas más específicas como medicinas, pastelitos de limón, y pan—el pan no es una comida tradicional en Japón, su producción es más complicada, y su baja densidad no es adecuada para las circunstancias. La comida, en conclusión, ya no es un problema.

Como saben, la conexión a Internet nunca se perdió; un día después los teléfonos funcionaban con intermitencia. Dónde vivimos la luz llegó al tercer día. Al cuarto volvió el agua. Luego vinieron las novelas y los programas de variedades; los casinos entraron en pleno funcionamiento y algunos cafés abrieron sus puertas. Las carreteras principales y los servicios intermunicipales de buses empezaron a ir y venir con alguna regularidad. La ciudad se rehace gradualmente a sí misma con la ayuda de miles de manos que hacen lo que está a su alcance.

Otras cosas tomarán más tiempo. Lo más problemático es el gas natural, del que una gran porción de la población depende para cocinar y para darse una ducha caliente—esta una parte vital de la cultura japonesa, no un capricho como dice mi mamá. La planta que recibía el gas en el puerto fue borrada por el tsunami, y los arreglos pueden tardar entre uno y dos meses. Entre tanto la gente ha recurrido a cocinetas para camping, microondas, y algunos han podido migrar a gas propano, del que parece haber provisión suficiente. Para la cuestión del baño, algunos termales a las afueras de la ciudad han ofrecido gratis sus servicios para que la gente vaya y se relaje. También hay casas con calentadores eléctricos que han abierto sus puertas para que los vecinos laven sus penas.

La gasolina y el keroseno son un poco más complicados, y las filas en las estaciones de servicio continúan. Tienen prioridad los carros de trabajo, aunque para los particulares aumenta gradualmente la oferta; por lo pronto, las calles están llenas de peatones y bicicletas, un paraíso mockusiano. En las ciudades densas como las japonesas el desabastecimiento de combustibles es llevadero, y los que viven lejos del trabajo salen un poco más temprano y toman un bus, o comparten vehículo y se turnan en las filas. Los arreglos del tren toman más tiempo, y mientras la prioridad sean los damnificados de la costa, los arreglos irán a media marcha. Por último, el aeropuerto quizá vuelva a funcionar en octubre, aunque la pista ya fue despejada y desde allí operan los equipos de rescate y los ejércitos de otros países.

Otra historia, claro está, es la de las más 300 mil persona afectadas por el maremoto que en este momento viven en refugios; tampoco la de los más de 12 mil desaparecidos. Las labores de reconstrucción tardaran por lo menos un año, y para muchos no hay un lugar al cuál volver. Ninguna de estas historias, la de la normalidad de Sendai ni la de la permanente zozobra del posdesastre, es tan interesante para los medios como la del Apocalipsis nuclear, y pasaran desapercibidas para la masa que busca el próximo miedo del cuál sentirse seguro.

1 comentario:

Diego dijo...

Mano, po'aquí no dejan de sorprenderse de lo organizados q son allá. Me alegra q la mayoría de servicios se hayan normalizado. Acerca del sensacionalismo por lo de las plantas nucleares, me hace pensar en q muchos piensan q "el q piensa pierde", y por eso eso uno ve mucha gente q reacciona ante una noticia antes de reflexionar sobre ella.

No entendí el "tampoco de los 12 mil desaparecidos".