martes, enero 03, 2012
sábado, mayo 21, 2011
Un día en el medio – segunda parte
Si no hay gente no hay foto. Ese era el único mandamiento, la única regla que importaba a la hora de internarnos en la zona de desastre. La foto perfecta podía aparecer en cualquier momento, así que el conductor tenía que estar listo al grito de "stop" para complacer al cliente sin causar un accidente—una dinámica un poco grosera, pero inevitable.
La primera sesión fue en un manojo de casas que quedaban paradas en medio de los escombros, tal vez a unos tres kilómetros de la costa. Una anciana arreglaba algo junto a su casa y no alcanzó a huir para cuando llegamos a su puerta. El fotógrafo me pidió que le preguntara si podíamos tomar fotos, y ella dijo si, pero que no a ella. Detrás de su casa no quedaba nada en pie, y a su vecino en dirección a la playa le había quedado maltrecha. La anciana nos mostró hasta que nivel había llegado el agua—más de un metro—recordándonos lo afortunada que era de no haber sufrido mayor daño. Un hijo no había tenido tanta suerte, y ahora él y su esposa e hijos vivían en su casa de dos pisos. Le pregunté si había recibido ayuda, o si quería que los voluntarios de la universidad la visitaran. Mirando a nuestro alrededor, dijo que mucha otra gente necesitaba ayuda y que ella podía valerse por si misma.
Al frente una vecina sacaba carretillas de barro de lo que parecía ser su garaje. Después de despedirnos de la anciana, esperamos unos diez minutos a que fuera y viniera unas cuatro veces para poder captar su mejor ángulo. No dejó de molestarme que eso fuese lo único que íbamos a hacer: incomodar con nuestro ojo inútil a la gente que ya tenía suficientes problemas. Supongo que el fotógrafo curtido se consuela pensando que su noticia traerá mucha más ayuda de la que los dos podríamos ofrecer en ese momento. Yo no podría vivir con eso.
Durante esos diez minutos llegó un camión de mensajería a dejar un paquete. El tipo del camión parecía tener problemas confirmando la dirección fuese la correcta. Aunque si se le piensa bien equivocarse estaba dentro de lo posible, no dejó de causarme gracia aquel espectáculo en medio de los escombros. La escena de esa entrega en medio de la nada, como cuando al final de Seven llega el camión con la fatídica caja, me pareció una preciosa imagen del espíritu de reconstrucción. Pero mi entusiasmo no fue compartido, y el camión se fue no sin gloria: de seguro ya se siente importante de hacer lo que hace.
2.
Volvimos al taxi y seguimos derecho hasta la playa. La barrera de cinco metros contra tsunamis seguía ahí, como un mal chiste. Del bosque de pinos que debían terminar de contener las olas quedaban algunos palos. Para mi sorpresa la playa estaba limpia, la arena blanca, sin escombros árboles destrozados, la mar resplandeciente con aquel sol de primavera. La barrera no habrá podido con el tsunami, pero ahora cumple la importante labor de cubrir aquella odiosa normalidad: previene a la playa de que entre en su bikini a nuestro velorio.
Luego de esperar a otros curiosos en bicicleta para tomarles una foto, decidimos intentar fotografiar a los grupos de rescate trabajando en la zona. En el centro de comando, la combinación prensa internacional-universidad prestigiosa funcionó, y el jefe de bomberos se ofreció a mostrarnos él mismo el terreno.
La primera parada fue el helipuerto de bomberos, a menos de un kilómetro de la orilla del mar. Elevado por lo menos cinco metros, en el parqueadero aún quedaban las latas maltrechas de los carros de los bomberos y un helicóptero descompuesto. Nos contó el jefe que apenas sucedió el terremoto, una de sus máquinas despegó para chequear el terreno, helicóptero que luego ayudó a evacuarlos cuando el agua los arrinconó en el techo del segundo piso. Mientras llenaban el tanque del segundo helicóptero llegó la ola, y ahí ya no hubo más que correr.
Las oficinas del edificio ya estaban transitables, aunque las paredes seguían dando testimonio de la magnitud de la tragedia. En uno de los hangares había un pinos de cuatro metros clavado en la ventana. En el segundo piso estaban listos los trajes de buzo que habían venido usando para buscar cuerpos. Otros bomberos se nos unieron y nos llevaron hasta el techo donde los perdonó el agua aquel día. El más veterano me contó que entre el terremoto y el tsunami habían logrado traer a veinte vecinos que no habían salido de sus casas. En el área que señalaba había lodo en una capa tan uniforme que costaba pensar que hasta hace unas semanas habían allí casas y gente.
El fotógrafo quería tomar una foto de la panorámica, así que me pidió que le dijera al veterano que posara de espaldas a él, de frente al paisaje. Con tal de que no saliese su cara, el bombero podía colaborar con el mandamiento. Los demás le hacían bromas y se reían de sus minutos de fama. Pensé que lo hacían con plena conciencia de lo banal del montaje y de lo eterno de su gloria. Junto a ellos no hay de otra que sentirse inútil.
Antes de despedirnos el fotógrafo quería otra toma con la pila de carros. En el camino nos comentaron que un par de ellos habían sido recién comprados y que hasta ahora no se había escuchado nada de compensarles el daño. Ingenuo, pregunté por el seguro y me contaron que ninguna compañía asegura contra tsunamis. Tal vez el gobierno podría ayudarles con algo, dije, y enseguida nos pidieron que si podíamos se los hiciéramos saber. Bueno, para algo podía servir todo esto.
3.
La última parada fue en una zona que era peinada por los bomberos con ayuda de una grúa. Dejamos el taxi cerca a la vía principal y caminamos entre montañas enormes de escombros arrumados. Aquí y allá habían casas que la ola había arrastrado cientos de metros sin que se desarmaran. Una cruz y una fecha indicaban que ya habían sido revisadas. Un mes tras la tragedia, todavía las autoridades pensaban darse hasta dos meses más para encontrar más cuerpos. El capitán se quejó porque ese no era trabajo de los bomberos, quienes hacían falta en la ciudad cuando las réplicas fuertes ocurrían. Sin embargo no había opción por ahora.
El fotógrafo se quedó un rato tomando a la cuadrilla vigilar el ir y venir de la grúa, atenta a lo que revelaba cada pucho de escombros removido. Le pregunté entonces al capitán por su familia. Dijo con serenidad que a uno de sus padres se lo había llevado la ola. La primera vez que había tomado un descanso, hacía un par de días, había sido para ir a reconocerlo en la morgue. Ya no le quedaba carne en el torso, y le faltaba media cara; pero reconoció el cuerpo. Debió haber notado mi desconcierto, porque al mirarme dijo que con toda la destrucción a su alrededor, haber encontrado el cuerpo era un gran alivio. Al día siguiente tomaría de nuevo un descanso para la cremación, y luego volvería a trabajar.
Cuando íbamos a despedirnos nos topamos con un par de personas que sacaban cosas de una de las casas arrastradas. Dejamos al capitán y nos fuimos a por la foto. No hizo falta pedir permiso porque el señor en sus cincuentas que sostenía una escalera medio destartalada empezó a posar para nosotros, mientras repetía en inglés japonés milagro, milagro. Su casa había flotado un par de kilómetros y todas sus pertenencias parecían estar a salvo. Desde el día del terremoto se refugiaba con su familia en la iglesia cristiana a la que pertenecían; este era el tercer y último trasteo que pensaban hacer antes de dejar la casa a las retroexcavadoras.
Dentro dos personas iban y venían dentro de lo que quedaba de casa. Una mujer que debía ser la esposa del señor de la escalera estaba a cargo de la cocina, la cual se veía desde el boquete que usaban para entrar, y a un hermano del culto se le escuchaba escarbando en algún otro lado. El fotógrafo se agachó de manera que toda la operación apareciese en el encuadre. Quise ayudar pero se notaba que estorbaba en la foto. Entonces vino una réplica. La señora, cerca del boquete, empezó a entrar en pánico. La casa crujía, y el esposo parecía no saber que hacer; la casa bien podía volcarse y caernos encima. Como la tenía cerca, sujeté la escalera para que la señora saliera, pero ella no se movió hasta que dejó de temblar.
Después del susto decidieron dejar hasta ahí el trasteo. Primero bajó la señora y luego vino el compañero. Ya iba a bajarse de la casa, cuando el fotógrafo nos quitó de la escalera y le hizo señas de que se quedara donde estaba. Con el esposo nos mirábamos impotentes, mientras el compañero se notaba molesto: aquella casa podía caerse en cualquier momento, otra réplica podía venir en cualquier momento, pero él tenía que esperarse a que el desconocido lograra la mejor toma. Fue un alivio que todo terminara sin problemas, pero ya después no hubo más palabras entre los cristianos y nosotros.
4.
Antes de acabar el día decidimos ir a ver la estatua del patrón de la ciudad. La vía principal al lugar donde alguna vez estuvo su castillo quedó interrumpida por un derrumbe, así que tocó tomar un ruta alterna. El sitio tenía un aviso de cerrado pero el parqueadero estaba abierto, así que entramos. Una cinta advertía que acercarse a las estatuas estaba prohibido, pero otros en el mismo plan de nosotros se tomaban fotos junto a Date Masamune. Eran un par de trabajadores de la compañía de gas natural de alguna prefectura lejana que aprovechaban un descanso para llevarse el recuerdo obligado de Sendai. Más de cuatro mil de ellos habían llegado de todo el país a revisar casa por casa toda la ciudad antes de restablecer el servicio, uno más de los muchos ejércitos japoneses que levantaron la ciudad después de que la madre naturaleza la apagara en casi todo sentido. Se me pasó por la mente contarle esa historia al fotógrafo, pero ya la habíamos arruinado el rato a suficiente gente.
Desde el mirador se veía una franja gris entre la ciudad y el océano; cuan larga como la costa. La estatua de un águila que miraba desde lo alto de una torre se había caído y vuelto pedazos. El conductor del taxi me contó que la habían puesto allí a comienzos del siglo veinte, mirando hacia el norte para que vigilara a los codiciosos rusos. Mal momento para caerse, ahora que los vecinos han incrementado sus visitas a las islas que tienen en disputa.
Al occidente el buda gigante que guarda la ciudad relumbraba con el ocaso. Todo extranjero que se lo topa por primera vez queda sorprendido, tanto por su magnitud como por el hecho de que nadie le haya advertido de su existencia. Al parecer la estatua, tal vez una de las más altas de Japón, tiene un pasado oscuro, de modo que los locales rara vez la visitan, y ni siquiera la consideran un atractivo de la ciudad. En todo caso, ver una vez más aquel Buda aún entero es por lo menos un alivio.
El último en posar para la foto fue el señor de estas tierras. Desde aquel caballo observando sus feudos, con ese parche en el ojo tan soberbio, seguro tenía muchas más razones para estar orgulloso que triste. La ciudad que nos heredó se levanta una vez más casi como si nada, y es seguida con admiración por ojos de todo el mundo; un mundo que un día él mismo quiso intentar traer más cerca, enviando los primeros japoneses al Vaticano, aunque las circunstancias no le fueron favorables. Masamune, de espaldas al sol y de frente a Sendai, le dio trabajo al fotógrafo que no lograba un ángulo que mostrase el detalle de su figura. Aún hecho estatua, el shogún se hacía respetar en su tierra.
Después de un rato el fotógrafo pareció darse por vencido. Entonces vino hacia mí y antes de que me diera vuelta para poner fin al día, me pidió que me parara junto a la estatua: había que cumplir el único mandamiento. Como eramos dos sombras, no importaba que mis ojos no fuesen rasgados, ni mi pelo lacio, o mi tez pálida. Quieto en la posición indicada, mientras el fotógrafo hacía los honores con su obturador, repasé de nuevo las memorias de aquel día, ahora como un pedazo de posteridad. Aquellas imágenes viajarían millas a través del mundo, alimentarían las pasiones de gentes que jamás conoceremos, uno que otro corazón se inspiraría en ellas para salir de su rutina y ayudar de alguna manera al prójimo, algún otro reconocería la gravedad de los terremotos y se prepararía mejor para cuando le toque su turno; quien sabe, vidas enteras podrían cambiar después de ver estas imágenes. Las fotos se conservarán en la nube por más tiempo que las vidas de sus protagonistas, milenios incluso; inspirarán historias que de seguro poco o nada tendrán que ver con las circunstancias originales de su concepción. Circunstancias que sólo unos pocos leerán, y que sólo a mí parecen importarle. En últimas creo que el fotógrafo hace su trabajo y más bien soy yo el ingenuo que ve en todo un gran dilema ético.
En silencio, le agradezco a Masamune por su protección, pido una vez más perdón por todas las imprudencias, y me voy con la sensación de que toda la experiencia ha sido algo como un bautizo.
jueves, abril 14, 2011
Un día en el medio — primera parte
Me citaron al hotel de los periodistas con la otra voluntaria al siguiente sábado. Un profesor de la universidad y otro señor que resultó ser 'el de los contactos' serían las contra partes locales que ofrecerían el soporte logístico. Nos presentamos y enseguida pasamos al restaurante. El profesor me dio una carpeta y mencionó que incluía un sobre con dinero para mis gastos en transporte. Pero yo vine en bicicleta, le dije; él sonrió y volvió con los huéspedes.
La cosa siguió mal. El profesor alardeó porque el hotel desde el terremoto no servía cenas, pero gracias a su insistencia prepararon un menú especial para nosotros. Eso me pareció algo inconsecuente con el motivo de la visita, aunque la verdad es que la comida hace mucho dejo de ser un problema en la zona. Luego vino una réplica de tal vez 4 fuerte o 5 suave en la escala japonesa que llega hasta 7. (1) Uno de los periodistas dijo que no había problema, que ellos venían de California, que ellos tienen la falla de San Andrés, que ellos estaban acostumbrados. El mismo tipo saldría corriendo del taxi en una replica grado 6 suave el siguiente lunes temiendo que algo le cayera encima al carro. Después admitiría que sus terremotos en California son menos acentuados y que el último fuerte fue hace quince años.
Se habló luego sobre sitios a visitar. Los periodistas querían concentrarse en Sendai pero los nombres que traían eran de lugares bastante alejados. Además, que un sitio quedara a 80 millas para ellos no quería decir que estaba a menos de una hora: el limite de velocidad japonés en carretera pública es de 50 Km/h, así que los tiempos por lo menos se duplican.
Luego, creo que de la nada, empezaron a hablar de cadáveres. Quiero pensar que fue un mal entendido en la traducción, que unos hablaban de ver las operaciones de rescate y los otros entendieron ver cuerpos. El caso es que el señor de los contactos empezó a llamar a sus amigos policías a ver como nos llevaban a ver muertos. El profesor les explicaba que ni siquiera en las noticias locales salían fotos de estos, así que iban a ser afortunados. Yo intenté preguntar si eso era en verdad lo que querían ver; pero una vez ofrecida la oportunidad, los periodistas dijeron que sí, porqué no.
Supongo que en esto fallamos todos. Es ridículo que los profesores se ofrezcan a conseguir acceso a tales lugares; parece que puede más el afán de servir al cliente que el sentido común. Fallan los periodistas por prestarse a cubrir estas historias, aunque después de la experiencia me parece que ser periodista es un poco eso: irrespetar al prójimo, profanar su ser por el supuesto bien superior que viene con la información—aunque claro, supongo que muchos aprenden a medirse en el momento de hacer una pregunta o apretar el obturador. Fallé yo por prestarme a ese juego, por no negarme a facilitar algo que no tenía sentido e iba contra mi ética. Bueno, no falló el policía que se negó a dejarnos entrar a las morgues, pero si falló el señor de la funeraria que accedió.
Después de que nos echaron de la sala de velación por el malestar de las familias presentes, el fotógrafo me contaría una historia sobre lo difícil que es cubrir los entierros de soldados americanos muertos en la guerra. La historia fue insulsa, desconectada de la grosería que acabábamos de cometer—las familias de los soldados quieren cubrimiento, allá ellos son locales—, y me terminó de convencer de que nada bueno iba a salir de aquella visita. Seguramente le contará la historia a sus amigos o colegas después de un par de cervezas, pero será totalmente intrascendente en el artículo final. Puro morbo. Algo muy humano, en lo que caeremos muchos por acá por mucho tiempo, pero aún así, reprobable.
(1) La escala japonesa varía según el sitio, y representa el nivel de vibración que se siente; la escala incluye un número y la calificación fuerte o débil. 7 es destrucción total; el terremoto del 11 fue 6 fuerte, igual que la réplica del 7 de abril—la cuál fue más fuerte en movimiento vertical que el mismo terremoto.
miércoles, abril 06, 2011
Historias
Esa más o menos fue la labor de todos los canales de televisión en los primeros días después del terremoto: cientos de personas avisando que estaban vivos, sin más que lo que llevaban puesto, pero vivos; buscando a los seres queridos que no aparecen, o dando la mala nueva de los que desaparecieron ante sus ojos.
Son desahogos porque la probabilidad de que algún conocido haya visto ese canal, entre tantos, justo en ese minuto, es muy reducida. Algunos pensaran que hace parte del morbo del que se aprovechan los canales, pero por las primeras dos semanas desde la tragedia no hubo propagandas en ningún canal, por lo que es de esperarse que nadie estaba sacando provecho de la tragedia. De hecho, muchas empresas se han limitado a hacer donaciones anónimas, mientras jefes de compañías, deportistas y artistas dan dinero a título personal. Los sobrevivientes están ahí porque es todo lo que en este momento un periodista y su cámara pueden hacer por ellos: darles una botella y una hoja de papel para que la tiren al mar.
Las siguientes son algunas de esas botellas que he visto pasar por mi orilla:
+ Una mujer y su hija pasan por la comisaría de policía de su barrio a dejar flores en la entrada. Después del terremoto estaba como tantos en un trancón esperando con desgano huir de la dizque ola que venía. Un oficial vino y la sacó del carro y la llevo a un refugio. El oficial fue a traer más gente y ya nunca más volvió.
+ Dos ancianos arrugados frente a la pantalla se presentan. Ella tiene 92; él 97. Le mandan a decir a sus hijos que están bien, que no se preocupen por ellos y que se dediquen a sus oficios.
+ El señor sostiene en las manos un letrero con su nombre y el de las personas que busca. Cuando el periodista le extiende el micrófono, se deshace en lágrimas y dice cosas que nadie entiende. El periodista le pide que repita la información, con idéntico resultado. Silencio.
+ La anciana dice que sus hijos, nieto no aparecen. Tampoco tiene casa. Sí, está viva, pero no sabe para qué.
+ La hermana mayor recibe una llamada de sus padres avisando que están bien. Mientras llora, su hermana menor se ríe y dice que es la primera vez que la ve llorar.
+ Una adolescente pide que habiliten algún servicio para poder ir y venir a Sendai. Le preguntan que quiere hacer en Sendai. Ver a alguien. ¿A quién quiere ver? Baja la cabeza y se retuerce un poco, como escondiéndose de sí misma: a mi novio.
Van tres semanas, y aunque en menor cantidad, las historias no se detienen. Puede que las botellas nunca lleguen a sus destinatarios, pero mientras haya botellas los demás intentaran hacer su parte.
lunes, abril 04, 2011
P0rn0
El jueves pasado, luego de conseguir combustible, fuimos a visitar la abuela que vive en Kogota, a dos horas de Sendai. Con el terremoto, una columna de la casa cedió y el resto quedó torcido. Afortunadamente están lejos del mar, y hace poco habían construido un cuarto para el tractor, donde ahora duermen con la familia de uno de sus hijos. El dinero para construir una nueva casa puede que no sea un problema, pero como tanta gente quiere rehacer su casa al mismo tiempo es incierto por cuanto tiempo vivirán en el cuarto del tractor. La abuela dice que esto no es nada en comparación a lo que les tocó después de la guerra. Por ahora estar vivos es lo que se sigue celebrando.
Sucumbiendo al p0rn0.
domingo, marzo 27, 2011
Nosotros los habitantes de Japón—9.0, cuarta parte
La prensa ha dicho que el terremoto del pasado 11 de marzo fue el cuarto más fuerte de los que se tiene registro. Si le sumamos la cantidad de imágenes a disposición del público y la emergencia nuclear desatada, tal vez sea el más impresionante—aunque sin duda no el más doloroso, pues el tsunami en el océano Índico y el terremoto en Haití han tenido muchas más víctimas. Lo importante no son las comparaciones, hasta cierto punto inoficiosas, sino dejar en claro que la magnitud del evento imponía un reto muy grande para todos los habitantes de Japón. En una situación así nadie puede sustraerse al pánico, y no es atinado juzgar las reacciones de cada quien sobre estándares normales (¿?) de racionalidad.
Sin embargo, a todas luces las cosas no salieron bien en lo que refiere a los extranjeros. De Sendai al parecer la gran mayoría salió corriendo, no sólo de la ciudad, sino del país. Los extranjeros en Japón se volvieron un problema más, en momentos en los que menos lo necesitaba. La oficina de inmigración colapso por las filas de extranjeros pidiendo permiso de reingreso para poder pasar unos días en sus países mientras pasaba la emergencia. El aeropuerto de Narita y Haneda en Tokio también sufrieron picos de gente en pánico. Las autoridades reportan que 190,000 extranjeros han salido en lo que lleva de marzo, cuando lo normal son 20,000. Todo esto a pesar de que el impacto real del terremoto ha sido más bien limitado en las áreas más habitadas, es decir Tokio: cortes de energía, algo de desabastecimiento de alimentos (debido a que todos quieren aprovisionarse al tiempo), y una exposición limitada a radiación, que de acuerdo a las autoridades por ahora sólo implica riesgos para la salud de los menores de un año. Pensando en el futuro, vale la pena hacer un análisis preliminar del porqué de esta reacción.
Algo que fue evidente desde el comienzo de la emergencia es cuanto se demoró en fluir información oficial sobre la emergencia en otros idiomas. La gran mayoría de los extranjeros no tienen la capacidad de entender el japonés de las noticias, menos aún en condiciones de estrés. Por lo menos en Sendai, el sistema de información para extranjeros (SIRA), sólo volvió a informar hasta el 18 de marzo.—aunque en la página web de ellos hay información desde el 13. En cambio, si usamos la prensa colombiana como la fuente principal para informar la reacción de los extranjeros, incluso nadar hasta Corea hubiese parecido sensato. Pedirle un cambio a los diarios tal vez sea demasiado, pero el gobierno japonés sí podría hacer su respuesta a emergencias mucho más incluyente.
En todo caso, fue claro desde el comienzo que varias misiones diplomáticas no confiaron en el gobierno japonés. Muy temprano el gobierno colombiano expresó su intención de mover la embajada del país, aunque rápido salió a retractarse. El representante del gobierno francés acusó al gobierno de ocultar información, y los Estados Unidos enviaron mensajes confusos, apoyando al gobierno pero contradiciéndolo. Al 25 de marzo, el Ministerio de Relaciones Exteriores japonés reportó un total de 25 embajadas que cerraron o cambiaron su locación (Alemania, Angola, Bahrain, Benin, Botswana, Burkina Faso, Croacia, Ecuador, Finlandia, Ghana, Guatemala, Kenya, Kosovo, Lesotho, Liberia, Libia, Malawi, Mauritania, Mozambique, Namibia, Nepal, Nigeria, Panamá, República Dominicana y Suiza). Hasta donde tengo conocimiento, sólo la embajada del Reino Unido sacó un comunicado de apoyo a las medidas tomadas por el gobierno japonés. Es muy posible que la raíz de la falla en la credibilidad esté en el papel de los medios y las dificultades de las misiones diplomáticas para seguir sólo las noticias locales.
Sería prudente que cada misión diplomática evaluara su reacción durante la emergencia, que se hicieran públicas cuales fueron las bases para las decisiones que se tomaron, y se aprenda para próximas ocasiones—y de paso se pidan las debidas disculpas si es el caso. Como dije al comienzo, este es el momento donde es más difícil separar el rol de funcionario público del de ser humano de carne y hueso. La embajadora colombiana aceptó en radio que le tiene miedo a los temblores, por lo que no es descabellado pensar que su miedo haya influido las consideraciones que se tuvieron en los primeros días. Ello no desdice de la gestión de la embajadora en su rol normal de diplomática, y se debe reconocer como luego del miedo natural salió a desmentir las declaraciones de la Canciller colombiana. Aún así, valdría la pena sentar el precedente sobre la compatibilidad de personas y contextos para informar la reacción a emergencias en el futuro.
Al nivel personal de los moradores de Sendai, tal vez el factor más importante para el pánico fue el nivel de (des)conexión de cada quien con Japón. Los estudiantes en general se comportaron tal cuál un turista, que abandona el lugar cuando se acaba la diversión. Estos fueron los que ayudaron al pánico y causaron dolores de cabeza adicionales. El fracaso acá también le cae a las universidades que no han logrado integrar a los estudiantes con el país, o servir de un interlocutor válido de los mensajes oficiales, aunque se debe tener presente que las embajadas están por encima de ellas. No obstante, la Universidad de Tohoku, líder mundial en ingeniería, estaba en capacidad de emitir reportes sobre el problema de radiación en las plantas de Fuhushima, pero sólo empezó a hacerlo desde el 18 de marzo, casi una semana después del terremoto. Esto es de lo más irónico, dado que por el régimen de vientos, es mucho más riesgos irse para Tokio que quedarse en Sendai, dónde en cuestión de una semana la situación ya estaba hasta cierto punto normalizada (comida, agua, electricidad, y teléfono).
Hay dos factores que pudieron haber catalizado la decisión de los estudiantes de huir: por un lado, marzo es época de vacaciones y los estudiantes no debieron haber sentido la presión de seguir en la ciudad; y, por otro lado, es característico del japonés ser cuidadoso al expresarse para no asumir responsabilidades que no les corresponden. Lo primero incluye también a los estudiantes japoneses, por lo cuál es de esperarse que esto haya tenido mayor efecto en el caos después del terremoto en la ciudad. Bloqueadas las autopistas hacia el norte y el sur, la gente se volcó a Yamagata, la prefectura del occidente, desde donde se podía iniciar el periplo a Tokyo, ya sea por tierra o en avión. La estampida estudiantil tuvo un resultado positivo en medio de todo: en la semana siguiente al terremoto, cuando la comida estuvo más escasa y se hacían filas de más de 5 horas, el supermercado del barrio de los estudiantes estuvo mucho menos congestionado y con más variedad disponible. Eso parece dar la razón a quienes dijeron que se iban por dejarles más recursos a los más necesitados, aunque esto es dudoso porque no había como mover la comida y la información sobre los supermercados estaba restringida.
Sobre lo segundo, los interesados pueden leer un comentario en la revista Scientific American, donde criticaban al gobierno japonés por la manera en que se comunicó el riesgo en ciernes. Tal vez algo de ello sea cierto, pero los comentaristas ignoran el posible efecto de la ambigüedad característica del idioma japonés. Un ejemplo fuera de contexto que puede ayudar a entender el punto: la semana anterior al terremoto se reunió el concejo de la facultad para aprobar las aplicaciones de grado; luego de la reunión le pregunté a la secretaria si había sido aprobado y contestó que ninguna aplicación fue negada. Las presentaciones sobre el accidente en los reactores nucleares han estado llenas de este tipo de mensajes; ni hay una fuga, pero tampoco no la hay; ni la situación está controlada, ni está fuera de control. No es deshonestidad, es exactitud, pero seguramente no es lo que los medios quieren escuchar.
Los pocos que se quedaron en Sendai lo han hecho por sus relaciones laborales o familiares con la ciudad, y han sido testigos de la increíble resiliencia del pueblo japonés. Como expresó un periodista estadounidense que lleva más de cincuenta años en el país, es posible que aquellos que se van se estén perdiendo el mejor momento de Japón después de la Segunda Guerra. Pero esta idea no fue sino la de una exigua minoría. Por su lado, algunos sectores ya han hecho expreso su malestar. El título de una editorial del periódico Asahi, uno de los de mayor circulación del país, lo dice todo: “Los sobrevivientes japoneses no tienen a donde escapar”. Aunque el columnista se limita a reprochar que hasta algunos diplomáticos se fueron, la idea central es que la reconstrucción del país le toca al país; en otras palabras, es en este momento que se sabe quién es de aquí y quién no. Tristemente, el nuevo brío que ya muchos avizoran en el futuro del país conservará la sombra del aislamiento de sus gentes, reafirmando la división entre los japoneses y los que habitamos—y amamos—este archipiélago en el Pacífico.
P.S. Ahora que recordaron en los medios del norte que la verdad de los ataques de Ántrax después del 9/11 sigue sin revelarse, queda la duda de cuantos aviones mandaron a USA por colombianos después de esa emergencia tan peligrosa.
lunes, marzo 21, 2011
La semana después—9.0, tercera parte
El viernes 18 de marzo, a las 2:46pm , comíamos croquetas de huevo, repollo con salsa de ajonjolí, arroz y sopa de miso; de postre un pastelito de limón y te verde para la digestión. Fue necesario hacer una fila de cuatro horas para conseguir los víveres, pero lo importante es que los teníamos. El terremoto no sólo altera el abastecimiento de productos a las zonas afectadas, también alinea las necesidades de la gente, de manera que todos quieren de lo mismo al mismo tiempo, contribuyendo a que el sistema colapse. Como cuando todos quieren ir al nuevo centro comercial el sábado en la tarde.
Sin embargo, aunque la escasez es lo más preocupante, tal vez la reacción de la gente sea lo más difícil de solucionar. Ya desde el miércoles o jueves después de la tragedia, los abastos de barrio, muy parecidos a los colombianos, tenían surtidos básicos de vegetales, frutas, aceite, artículos de limpieza y algo de arroz. Sin embargo, como la gente ya no piensa en ellos cuando va a hacer mercado, estos se encontraban mas bien solos. Para el sábado, ya los almuerzos se apilaban en los restaurantes del centro mientras la gente hacía fila para obtener cosas más específicas como medicinas, pastelitos de limón, y pan—el pan no es una comida tradicional en Japón, su producción es más complicada, y su baja densidad no es adecuada para las circunstancias. La comida, en conclusión, ya no es un problema.
Como saben, la conexión a Internet nunca se perdió; un día después los teléfonos funcionaban con intermitencia. Dónde vivimos la luz llegó al tercer día. Al cuarto volvió el agua. Luego vinieron las novelas y los programas de variedades; los casinos entraron en pleno funcionamiento y algunos cafés abrieron sus puertas. Las carreteras principales y los servicios intermunicipales de buses empezaron a ir y venir con alguna regularidad. La ciudad se rehace gradualmente a sí misma con la ayuda de miles de manos que hacen lo que está a su alcance.
Otras cosas tomarán más tiempo. Lo más problemático es el gas natural, del que una gran porción de la población depende para cocinar y para darse una ducha caliente—esta una parte vital de la cultura japonesa, no un capricho como dice mi mamá. La planta que recibía el gas en el puerto fue borrada por el tsunami, y los arreglos pueden tardar entre uno y dos meses. Entre tanto la gente ha recurrido a cocinetas para camping, microondas, y algunos han podido migrar a gas propano, del que parece haber provisión suficiente. Para la cuestión del baño, algunos termales a las afueras de la ciudad han ofrecido gratis sus servicios para que la gente vaya y se relaje. También hay casas con calentadores eléctricos que han abierto sus puertas para que los vecinos laven sus penas.
La gasolina y el keroseno son un poco más complicados, y las filas en las estaciones de servicio continúan. Tienen prioridad los carros de trabajo, aunque para los particulares aumenta gradualmente la oferta; por lo pronto, las calles están llenas de peatones y bicicletas, un paraíso mockusiano. En las ciudades densas como las japonesas el desabastecimiento de combustibles es llevadero, y los que viven lejos del trabajo salen un poco más temprano y toman un bus, o comparten vehículo y se turnan en las filas. Los arreglos del tren toman más tiempo, y mientras la prioridad sean los damnificados de la costa, los arreglos irán a media marcha. Por último, el aeropuerto quizá vuelva a funcionar en octubre, aunque la pista ya fue despejada y desde allí operan los equipos de rescate y los ejércitos de otros países.
Otra historia, claro está, es la de las más 300 mil persona afectadas por el maremoto que en este momento viven en refugios; tampoco la de los más de 12 mil desaparecidos. Las labores de reconstrucción tardaran por lo menos un año, y para muchos no hay un lugar al cuál volver. Ninguna de estas historias, la de la normalidad de Sendai ni la de la permanente zozobra del posdesastre, es tan interesante para los medios como la del Apocalipsis nuclear, y pasaran desapercibidas para la masa que busca el próximo miedo del cuál sentirse seguro.miércoles, marzo 16, 2011
9.0 (segunda parte—el día después)
Confieso que esto me tomó por sorpresa. Sobrevivir era todo lo que me importaba, así que cuando Hiroko dijo que tenía que estar como siempre en el trabajo a las 8 AM me molesté. Supongo me entienden: con olas gigantes llevándose pueblos, réplicas cada diez minutos, sirenas yendo y viniendo, el trabajo era lo último que se me pasaba por la cabeza. Sin embargo, cuando uno tiene un trabajo de servicio a la comunidad, nutricionista en un kinder en su caso, todo lo que esté al alcance hacer por los demás puede hacer la diferencia. Los rescatistas, los soldados, los bomberos, los que atienden en estaciones de servicio, supermercados, etc., también tienen niños, y si ellos no pueden ir a hacer su trabajo por cuidar los niños, las cosas serían peores.
Así que a las siete ya estábamos listos para salir en las bicicletas. Como en la casa de los suegros ya todo estaba en su puesto, le dije a Hiroko que iba con ella—no la hubiera dejado ir sola en todo caso. Me puse una sudadera que me prestó la suegra sobre la pijama con la que salí corriendo el viernes, unas medias del suegro porque me había puesto los zapatos sin medias en la huida, y el abrigo que saqué la primera vez que me aventuré de nuevo dentro del apartamento—cuando el miedo no me dejó sacar ni medias. El viaje tomaría un poco menos de una hora a través de la ciudad, pero sería como una excursión a un lugar totalmente desconocido. y salvaje . No, de nuevo, porque los daños fuesen sustanciales, que afortunadamente en la mayor parte de la ciudad no lo han sido, sino porque la corriente del miedo nos predispone a ver grietas, ruinas, caos y dolor peores de los que verdaderamente hay, o incluso imaginarlos donde no existen.
La mayoría de daños visibles fueron en los muros de los jardines o los garajes. Una placa de concreto de un edificio cayó sobre una parada de bus, pero al parecer nadie estaba en ella en ese momento. Sólo un edificio en el recorrido se veía seriamente averiado. Los ventanales grandes en general estaban quebrados y en el suelo fisuras que no se sabe si han estado ahí siempre.
Puede sonar extraño, pero lo verdaderamente sorprendente era ver gente. Haciendo filas en los teléfonos públicos o en las tiendas de víveres; atascados en el tránsito o en hordas de bicicletas.
Gente que nunca sale, o que siempre está en el trabajo, que se mueve en bus, carro, tren, o subterráneo, que tiene trabajos a horas fuera de las normales, todos en las calles, de un lado para otro con un dejo de tristeza. Todos despertando a ese nuevo Japón inhóspito que dejó el terremoto.
En el kinder las cosas estaban más o menos en su sitio. La directora hablaba con una profesora que aún no recibía noticias de algún pariente, y que venía personalmente a decir que iba a faltar unos días. En algunos rincones se veían rastros de polvo de las paredes y una que otra fisura. Diez profesoras revisaban los salones y limpiaban los corredores. Sólo dos hermanos habían venido, y jugaban en el corredor. Hasta ese punto todo muy cotidiano, pero con cada encuentro empezaban a apilarse las tragedias. La directora vive en el área del puerto, a distancia suficiente para oír las alarmas de tsunami que se accionan con cada réplica, así que decidió dormir con su hijo en el carro, para salir en cualquier momento. La familia de varios aún no aparecía, sus casas sin ningún servicio. El señor del abasto de verduras vino a decir que tenía bananos, por si eran de alguna utilidad; el de la carnicería también vino, aunque a decir que no tenía nada aún, ni tan poco certeza de cuando iban a llegar provisiones de nuevo. La sub-directorora, después de dos horas de trapear el piso, nos dijo a todos que su hijo no había vuelto de la primaria el día anterior, la cual quedaba cerca del aeropuerto que en la televisión mostraban parcialmente sumergido. Pidió permiso para ir a buscarlo y luego volver a trabajar. Claro la directora le dijo que volviera la otra semana, pero ese era el espíritu que se respiraba.
Cuando acabamos las labores de Hiroko también pedimos permiso para volver. Como la pila de mi celular ya estaba en las últimas, paramos en un mercado a hacer fila para conseguir unas doble A. Los encargados habían acondicionado unos estantes junto a la puerta de carga y la gente ya le daba la vuelta al parqueadero. Sin embargo no tomó más de media hora: los empleados estaban haciendo bolsas con mercados individuales que vendían por mil yenes (veinte mil pesos), aunque su valor real estaba bastante por encima. No tenían pilas, pero aprovechamos para llevar dos bolsas, pues nunca se sabe.
De vuelta paramos en una videotienda donde se veían a unos empleados como pasmados en su interior. Adentro cajas de dvds hasta donde alcanzaba la vista. Les explicamos que necesitábamos unas pilas para el celular y dijeron que la registradora no servía, así que nos regalaron cuatro pares. Les dimos las gracias y seguimos nuestro camino. Hasta la gente de una videotienda puede ser útil en medio de una emergencia. Al sol de hoy he visto restaurantes regalando el almuerzo, a los peluqueros ofrecer shampoos para los que no se han podido bañar, a los casinos sacar extensiones de sus toma corrientes para los que no tienen luz. Todos ellos hacen parte del gran plan de rescate japonés.
Salir a trabajar es ganarle la guerra al miedo.
martes, marzo 15, 2011
9.0 (primera parte)
La tragedia empezó, gracias a Dios, cuando prendí el televisor. Por el poco caso que le hago, había olvidado que con el celular podía sintonizar los canales públicos. Hasta entonces todo había sido incertidumbre, caos. Sí, la tierra se había movido como nunca antes. Sí, paredes en medio de las vías aquí y allá, las sirenas que anuncian el pasar de los trenes retumbando sin parar, aunque ningún tren haya pasado aún, cuatro días después. Sí, no había luz, pero eso era apenas lógico. Parado en medio de la calle, que tenía frío por la nieve cayendo era todo lo que sabía, y esas eran buenas noticias.
Estábamos al rededor de una vela con mis suegros y la abuela. Ya había llegado un correo de mi esposa diciendo que venía caminando desde el trabajo, quizá a dos horas de distancia. Pensamos ir por ella, pero los correos llegaban con 30 minutos de diferencia, así que no sabíamos muy bien a donde ir. Entonces caí en cuenta y prendí el celular. Debí haberme dado cuenta antes de como se enrarecía el ambiente ¿de qué servía en ese momento saber que olas gigantes se habían llevado pueblos enteros y sumergido el aeropuerto? ¿Para qué ver las llamas consumir aquellos paisajes conocidos? ¿A quién le importaban las razones por las cuales había temblado o la magnitud del sismo? Si tan sólo pudiesen avisar cuando viene la siguiente réplica, para no sentir así una vez más que te traga la tierra. Pero todo lo que trae son penas, noticias de peligros sobre los que nada podemos hacer, una sensación que sobra en ese momento: pánico.
Hoy siguen los titulares tremendistas donde no se les necesitan, lucrándose del miedo. A cien kilómetros de las plantas nucleares, acá en Sendai la gente lo que menos necesita es preocuparse de la lluvia. Muchos sin combustible, gas, comida, agua, electricidad, y con los teléfonos intermitentes, la seguridad del aire libre, donde ninguna pared le va a caer encima a uno, es de las pocas cosas que quedan.
jueves, diciembre 23, 2010
Recta final
En esos días turbulentos que acompañan los periodos de cambio, uno - por lo menos yo - es más susceptible a la belleza de las pequeñas cosas. Creo que nunca antes había logrado silueta semejante con la crema de dientes. Me costó bastante decidirme a cepillarme. Afortunadamente acá se mantendrá inmortalizada.
Felices fiestas y alegría para el año que viene.
Sustento el 4 de enero.
Hasta entonces,
lunes, enero 05, 2009
Brille el nuevo año con luz propia
Hacia el trece de diciembre la avenida Jozenji, la más septentrional de las que comprenden el centro de Sendai, se prende en las noches para animar la crudeza del invierno. Los árboles del corredor vial de tal vez un kilómetro de distancia, que tres cuartas partes del año pasan entre el verde y el amarillo, por dos semanas se ven colmados de lucecitas para colorear las noches, cuando estas son más largas. El resultado es un agradable y emotivo paisaje de fin de año, atestado a reventar de locales y turistas.
La iluminación es ya una institución de la ciudad, y con el tiempo se han ampliado y sofisticado sus características. No sólo comprende la avenida Jozenji, sino que también las plazas de la alcaldía y el parque frente a la gobernación, ambos justo al este de la vía, se adornan en luces multicolor, y se prestan para las ventas callejeras de comidas, bebidas, dulces y chucherías. Al extremo oeste, una vieja locomotora a vapor que sirve de juguete a los niños también resplandece abigarrada. Además, dado que aunque todos querríamos estar preentes en la inauguración, esto es a todas luces imposible, cada cierto tiempo todo vuelve a la oscuridad habitual por una media hora, para así regalarle a todos un poco de la magia del encendido.
Acompañantes tradicionales y modernos salen al paso de la iluminación. Las ventas de papa asada se distinguen desde lejos por el constante pitar de la olla a vapor en que se cuecen desde tiempos immemoriables. Claro está que en los carros de papas más moderno, con un sistema más eficiente de cocción, mediante un altavoz y la grabación del pitido mantienen vivo el ícono sonoro de su existencia. La avenida Jozenji es cruzada hacia la mitad de su recorrido por la avenida Kokubuncho, dónde se ubica la zona rosa de la ciudad. Así que por momentos las luces propias de sus hermosas habitantes se asoman y resuenan con el paisaje, arrastrando a más de uno hacia sus puertas, donde es muy probable que se les vayan las luces.
También está la camioneta cuatro por cuatro conducida por un santa clouss degado, iluminada como requiere la ocasión, desde la que grita vitores en algún lenguaje oscuro, que se confunde con la música de villancicos anglo-sajones. Hay triciclos aerodinámicos, maniobrados por émulos de alguno de los rangers de moda, que ofrecen a niños, jóvenes, adultos o ancianos, la oportunidad de dar un paseo mágico entre los árboles, cambiando la turba de gente por el trancón de carros. Claro que hay momentos en que los rangers hacen gala de sus superpoderes y meten sus triciclos por los andenes, esquivando peatones y cerrando coches, no por combatir algún temible enemigo, sino por alcanzar la meta de clientes.
Este año instalaron un pista de patinaje para que la gente se despabilase un poco. La entrada era gratis pero el alquiler de los patines tenía un módico coste. Al parecer la demanda sobrepasó la capacidad del escenario, y desde afuera no se veía mucho hacia donde podían moverse los deportistas y curiosos que se lanzaban al hielo. Sin embargo se movían, en otra muestra cotidiana de coordinación nacional. También se habilitó desde el año pasado el segundo piso descapotado de un bus para ofrecer una ronda de lujo. Por una no tan módica suma, los dichosos pasajeros podían observar el evento unos cuatro metros más cerca de las estrellas. El capricho parecer estar muy en boga entre los buscadores de patrones escondidos en las geometrías forestales, entre los adictos al detalle y los que adolecen de fuertes defectos visuales. Pero aún resta por constatar si los trancones de ida y de venida, en el frío decembrino, no destiñen el recuerdo.
No es ajeno el espectáculo a los agüeros. Dicen las malas lenguas que quien va con su pareja a ver el peyento - que así se conoce, derivado del inglés pageant - de seguro termina. Pero dice Hiroko, una experta en el tema, que dado que las personas van sin falta a ver las iluminaciones cada año incluso antes de empezar a tener parejas, y que la persona promedio (?) tiene varias relaciones sentimentales antes de casarse, es natural que el número de parejas que terminan después del peyento sea mucho mayor que el número de parejas que continuen (¡se podría decir lo mismo de Monserrate!). Si se le suma lo compremetedor de las fechas - regalo de navidad y visita a los padres de año nuevo, lo que en Japón puede casi que equipararse a promesa de matrimonio - y la cercanía del San Valentín - temporada oficial para una nueva relación - la teoría coje más fuerza. Como puede verse, la iluminación da incluso para profundos análisis socológicos.
Un último detalle de crueldad corona el espectáculo máximo del fin de año sendaireño, que congrega a habitantes de toda la región noreste, Tokio incluida, y que reafirma su condición de metropolis japonesa. Quizá no sea crueldad sino fría racionalidad económica. Incluso puede haber un profundo sentido filosófico de oriente, que escapa a los ímpetus festivos del resto de mortales. El caso es que toda la magia, todo el candor, toda esta euforia de luces, minifaldas, risas y colores, se apaga súbita e irreversiblemente, el 31 de diciembre a las doce cero cero.
Brille el nuevo año con luz propia,
panÓptiko
P.D. Feliz cumpleaños, bella Bibi
viernes, agosto 31, 2007
En la variedad está el placer
¿Cuál de estos dos apetitosos pasteles triángulo eligen: el de huevo o el de choco-banana?
Para todos los gustos,
々
P.D.: no puede faltar la sobremesa ideal.
miércoles, agosto 08, 2007
El verano que seremos
En respuesta a los miles de correos que piden saber que he hecho en estos días, un breve resumen sin precedentes en este blog - es decir, un escrito convencional.
El profesor que me ha orientado durante la maestría se retira en marzo del año que entra, lo que significa grandes dilemas en mi vida: debo buscar de nuevo profesor-universidad y plantear mi proyecto de doctorado. En otras palabras, planear lo que será mi vida los siguientes 3 a 10 años (si contamos con que lo que elija será determinante para mi vida laboral).
Entonces me fui a unas conferencias en Tokyo del 10 al 12 de julio, visité una universidad, sufrí desengaños. En eso, preparé dos abstracts para una conferencia en Tailandia, los cuales envié el día 16. También tenía una presentacion importante programada el 27 , que afortunadamente aplazaron al 3 de agosto porque un amigo querido vino desde Inglaterra los dias 27-28-29, por lo que dejé los libros a medio leer y volví a Tokyo de afanes. Ahí conocí las multitudes veraniegas tokiotas y a un par de bailarinas cyberpunk-exóticas, con lo cual mi corazón siguió dividido en cuanto a dejar o no mi tranquila Sendai.
Terminé la exposición como pude, y así mismo terminé de leer las casi 1200 páginas de 2666 de Roberto Bolaño, algo que va trastornar treméndamente mi vida en cualquier momento. Salimos, pues, en manada el sábado a las 6 am a ver el festival de la norteña prefectura de Aomori, conocido como Nebuta, aunque algunos japoneses también le llaman "El festival de Neputa", nombre que todos preferimos. El ambiente parecía bastante típico - desfile y danza - hasta que el acto terminó y las bailarinas retiraron sus camisas para festejar el esfuerzo, mientras los muchachos se les unían, se emborrachaban y se agarraban a golpes en cualquier callejón, momento en el que un contingente de policías con cara de veteranos se les venía encima - a los muchachos, no pude ver si a las muchachas - armados con unos palos largos muy tradicionales, aunque poco comunes en estas tierras.
Dormimos en un karaoke del que nos sacaron a las 5 de la mañana, y volvimos dando una vuelta por la vecina prefectura de Akita - de donde vienen los perros, pero NO se los comen, esos son los chow-chow en Corea - y vimos apartes del festival Kanto en el que hombres valerosos portan linternas que los hacen parecer hormigas, mientras hermosas mujeres golpean con brío terrible un tambor enorme, con lo que diluyen las fantasias a las que sus cortas yukatas - kimonos de verano - dan pie en primera instancia.
Tomamos un desvío en el tren de vuelta - fueron 8 horas de ida 13 de regreso - para bordear el mar de Japon y ver desde el vagón los bellos contrastes que ofrecen los pueblos de pescadores que cada año son tapados varios meses por la nieve - las casas tienen entrada por el segundo piso para estos casos - y que en un futuro no muy lejano desapareceran con alguna nevada, en medio de esta sociedad que envejece y se acostumbra a las comodidades.
Medio pensativos, medio exhaustos, con el pasar de infinadad de estaciones y rostros que nos miraban con curiosidad, que nunca más volveremos ver, añoramos en silencio la salvajía del estilo Neputa, y entendimos que en este país no hay gato encerrado. Hay pescado.
Cavilante,
々
P.S> El autor de este post durmió dos días recuperándose de los abusos. No ha decidido nada sobre su vida, y casi había logrado olvidar el asunto, hasta que se acordó.
P.S> Gracias a todos por sus comentarios, y de paso los invito al nuevo espacio que estamos escribiendo con otros entes dedicado en exclusiva a los estudios ambientales - ja, ja, como si los estudios ambientales pudieran ser exclusivos.
Las Otras Mitades
Felices fiestas patrias.
sábado, julio 21, 2007
Amigos Tecnosexuales
Estas son algunos amigos que se han sumado al movimiento tecnosexual underground:
Como es una corriente underground, todos son bienvenidos, pero no se le ruega a nadie.
Ahí verán,
々
viernes, julio 06, 2007
Especiales pOp-Up: Tecno-sexual
Sin más preámbulos, Tecno-sexual:
martes, julio 03, 2007
Ouroboros cotidianos
Este orinal del restaurante italiano en el que cenaba era idéntico al plato en el que me sirvieron.
¿Cuál habrá sido primero?
々
lunes, junio 18, 2007
Los caballeros las prefieren intuitivas
Debo confesar que hace unos meses, al tener la oportunidad de contemplar por un largo tiempo el devaneo de un par de lolitas góticas mientras esperaba que mi tren partiera, sentí la urgente necesidad de escribir un vallenato. Fui conciente de que ello significaba un grado peligroso de desequilibrio mental, pero ya no era yo dueño de mí mismo. Saqué mi PDA y escribí los pocos versos que, repetidos con pequeñas mal pronunciaciones tal como lo exigen los cánones de esas tonadas del norte del país, eran para mi la forma precisa para contener la placentera experiencia, y de paso imaginar un intento frustrado de coqueteo amoroso.
Llegué esa noche a compartir ese arranque de euforia con mi crítico literario de cabecera, y este me hizo prometer al cielo que aquel engendro no vería jamás la faz de la tierra. Lo miré con pesar, después de todo lo feliz que me había hecho, y lo tiré a la basura.
Entonces vi esta mañana el video de Shakira y recordé todo lo sucedido en aquella ocasión. Cada uno de los atuendos es fiel reflejo de lo que en la cotidianidad utilizan las pertenecientes a dicha tendencia. La actitud también es semejante, aunque la música si no corresponde. Por lo demás, este es un video de gran factura, donde todos los detalles están bien cuidados, las tensiones bien logradas. Se desprende a la cantante de sus patrones de elasticidad y vibración característicos, y se la ciñe a la estética que la propuesta visual requiere. En síntesis, un viaje onírico por los abismos de ese fantástico imaginario japonés sobre el lado oscuro de las colegialas. Ah, y otra pegajosa canción pop que todos terminaremos por aprenderenos.
Para cerrar, debo también confesar que al ver el video sentí otra urgente necesidad: la de compartirles con él una de las cosas que – guardadas las proporciones (las de la situación, no las de Shakira) – hacen de vivir en Japón una gran experiencia.
Satisfecho,
々
P.D. Dejo a cada quién que interprete el detalle del carro en el video.