viernes, agosto 27, 2010

El germen del mal

Namahage, villano o héroe?

La primera vez que me encontré un namahage en televisión el año pasado pensé que los japoneses eran unos retorcidos. Fue en invierno, tal vez febrero. Un par de hombres vestidos con trajes de paja y máscaras de demonio entraban dando gritos a una casa cualquiera. La familia, que se encontraba reunida alrededor de la mesa, los veía llegar fingiendo sorpresa. Bueno, los adultos, porque el susto en la cara de los dos niños de la casa era genuino. Aún gritando y tirando las puertas corredizas, los demonios dejaban claro el motivo de su visita: venían por los niños desobedientes. Se los iban a comer. Sin mediar más, se echaban sobre los pequeños y les alzaban o arrastraban hacia la puerta. De nada servía la resistencia de sus débiles cuerpos, ni sus gritos de terror. Entonces los familiares los asían de donde pudiesen y empezaban a forcejear con los demonios. Decían que los niños se habían portado bien, y les preguntaban a ellos si prometían portarse bien ese año que entraba. En medio de su llanto aceptaban lo que fuese y sólo en ese momento la furia de los namahage se aplacaba. Después de un trago y algo de comida, los demonios seguían de casa en casa, por el resto de la noche.



En ese momento resultaba difícil no compadecerse por la vil tortura a la que son sometidos cada año los niños que viven donde moran los namahage. No somos pocos los que tememos a los payasos o a los mimos, y estos no intentan ni la mitad de las cosas que estos demonios japoneses hacen. Además, ¡que lo pasen por televisión! Tal vez si fuese una denuncia de maltrato, pero que va, pues era un programa sobre las costumbres de la región norte de la isla principal - cerca de Sendai.

Sin embargo, atando cabos, hay algo de esta tradición que no parece incoherente con la cultura "tierna" que aparenta el país. Hace poco estrenaron una película sobre la venganza de una profesora a quién dos de sus alumnos de secundaria le matan a su hija. Ya que los culpables no pueden ir a la cárcel, la profesora se encarga de hacerlos desvariar hasta que cada uno termina destruyendo lo que más quiere. Kokuhaku - 'confessions' en inglés - no pasaría de ser una película promedio de suspenso, si no fuera porque los objetos de la hora y media de tortura psicológica son dos niños de 13 años. Cierto, son los malos, ¿pero no los libera algo su inocencia?

No hay tal. Si se mira con cuidado, no son pocas las películas de suspenso o miedo japonesas, que tienen por protagonistas a niños o jóvenes. Empezando por el famosísimo aro, y la niña Sadako que viene una semana después a acabar contigo. Otro clásico es Battle Royale, en la que los jóvenes se rebelan y hacen del archipiélago un caos, que sólo se controla haciendo que los perores cursos se maten unos a otros. De nuevo los niños como una fuente inesperada de crueldad y anarquía.

Lamentablemente, todo esto tiene su razón de ser en la realidad. La semana pasada, una niña de ocho años se suicidó en el balcón de su casa porque los niños del colegio la molestaban. Otro de doce se mató la misma semana con sulfuro de hidrógeno. En la nota de despedida, repetía varias veces que odiaba a sus compañeros y que no los iba a perdonar. El NYT nos recuerda que los humanos nacemos con un sentido moral, pero que este es limitado, y no nos previene - antes nos hace proclives - de la discriminación y la crueldad.

¿Será el namahage la mejor opción?

Por lo pronto, los dejo con un comercial de bolas de arroz tostado


sábado, agosto 21, 2010

¿Una imágen vale más que mil razones?

(Esculcando en las entradas que se me han quedado en el tintero me encontré hoy con esta foto. Ya no recuerdo porqué la guardé, ni el porqué del título. Tal vez tenga que ver con el conflicto ético que me provocan las fotos de guerra y/o miseria humana: por un lado muestran la gravedad de lo que pasa, pero a la vez es una verdad matizada, reducida. Una foto puede animarnos a actuar, pero no nos expresa la complejidad del asunto, ni el camino a seguir. En todo caso, como ando escaso de entradas, ahí la dejo)

NEAR GROZNY, CHECHNYA Photograph by Paul Lowe/Panos Pictures Tomado de Foreign Policy


sábado, agosto 07, 2010

Invencible, Invisible, Imbécil

Estación de Tren en Amberes, Bélgica

En estos días me encontré con un par de notas que me llamaron la atención, pero por falta de tiempo duraron un rato esperando en el navegador. Esto no es un hecho fuera de los común, dado el centenar de noticias, listas de correo, avances informativos, informes, posts, y similares, con los que toca lidiar a diario - bueno, no toca, pero no voy a discutir eso ahora. Lo curioso es el paradójico contraste que ofrecen una vez que se les leen una después de la otra.

Por un lado estaban un artículo sobre las capacidades mentales de los bebés, de esos que dan cuentan de las potencialidades en bruto con las que venimos equipados. En uno, tres psicólogos de la universidad de Cornell reportaban como los niños en edad pre-escolar usan muestreos estadísticos para inferir las preferencias de otras personas. Es decir, que si una persona toma juguetes de una caja llena de varios de ellos, y los que toma tienen cierta particularidad, los bebés distinguen la preferencia. Los investigadores afirman que esto demuestra el soporte de la aprendizaje estadístico en la rápida adquisición de conocimiento psicológico a temprana edad.

Pero, por otro lado, una serie de cinco posts en un blog del NYT me introdujo a la terrible realidad del efecto Dunning-Krugger. La idea es sencilla: nuestra estupidez nos previene de darnos cuenta de cuan estúpidos somos. Al parecer uno de los autores se interesó por el caso de un hombre que fue atrapado después de intentar robar dos bancos. Lo extraño del caso es que el tipo lo hizo sin ocultarse el rostro e incluso miraba a las cámaras de seguridad con tranquilidad. Después de interrogarlo, resultó que al hombre le habían dicho que si se untaba jugo de limón en la cara las cámaras no lo registrarían. Luego de hacer una prueba en la casa con una cámara de fotos, en la que seguramente por el ardor en los ojos no se apunto a sí mismo, se convenció y procedió con su fallido plan.

El balance es agradablemente realista. A la vez que nos enteramos del poder con el que venimos instalados, nada más sano que mantenernos alerta de lo mal que pueden salir las cosas. Y ojo que el efecto Dunning-Krugger no discrimina inteligencias. Según Wikipedia, los científicos reportan que el 94% de los profesores creen que su trabajo está por encima del promedio de sus pares - un total sinsentido. El mayor problema es que aquellos que entienden el problema no pueden más que sentirse inseguros de sí mismos - ¿será todo lo que hago una estupidez de la que no puedo escapar? - mientras que el los que no, siguen por la vida como si nada; es decir, la incertidumbre amplía la brecha.

Tal vez este efecto es uno del cuál no hubiese querido enterarme mientras escribo la disertación de doctorado. El ya sin sentido de sentarse cada día a luchar con unos datos y conceptos, ya incompletos de por si, para hacer de ellos eso que llaman conocimiento se hace más terrible. Si todo puede no ser más que un capricho personal, ¿para qué todo el sacrificio?

Tal vez conscientes de todo esto, los japoneses tienen un dicho consolador: entre más cargada la espiga, más se dobla.

Humildemente,