lunes, enero 05, 2009
Brille el nuevo año con luz propia
Hacia el trece de diciembre la avenida Jozenji, la más septentrional de las que comprenden el centro de Sendai, se prende en las noches para animar la crudeza del invierno. Los árboles del corredor vial de tal vez un kilómetro de distancia, que tres cuartas partes del año pasan entre el verde y el amarillo, por dos semanas se ven colmados de lucecitas para colorear las noches, cuando estas son más largas. El resultado es un agradable y emotivo paisaje de fin de año, atestado a reventar de locales y turistas.
La iluminación es ya una institución de la ciudad, y con el tiempo se han ampliado y sofisticado sus características. No sólo comprende la avenida Jozenji, sino que también las plazas de la alcaldía y el parque frente a la gobernación, ambos justo al este de la vía, se adornan en luces multicolor, y se prestan para las ventas callejeras de comidas, bebidas, dulces y chucherías. Al extremo oeste, una vieja locomotora a vapor que sirve de juguete a los niños también resplandece abigarrada. Además, dado que aunque todos querríamos estar preentes en la inauguración, esto es a todas luces imposible, cada cierto tiempo todo vuelve a la oscuridad habitual por una media hora, para así regalarle a todos un poco de la magia del encendido.
Acompañantes tradicionales y modernos salen al paso de la iluminación. Las ventas de papa asada se distinguen desde lejos por el constante pitar de la olla a vapor en que se cuecen desde tiempos immemoriables. Claro está que en los carros de papas más moderno, con un sistema más eficiente de cocción, mediante un altavoz y la grabación del pitido mantienen vivo el ícono sonoro de su existencia. La avenida Jozenji es cruzada hacia la mitad de su recorrido por la avenida Kokubuncho, dónde se ubica la zona rosa de la ciudad. Así que por momentos las luces propias de sus hermosas habitantes se asoman y resuenan con el paisaje, arrastrando a más de uno hacia sus puertas, donde es muy probable que se les vayan las luces.
También está la camioneta cuatro por cuatro conducida por un santa clouss degado, iluminada como requiere la ocasión, desde la que grita vitores en algún lenguaje oscuro, que se confunde con la música de villancicos anglo-sajones. Hay triciclos aerodinámicos, maniobrados por émulos de alguno de los rangers de moda, que ofrecen a niños, jóvenes, adultos o ancianos, la oportunidad de dar un paseo mágico entre los árboles, cambiando la turba de gente por el trancón de carros. Claro que hay momentos en que los rangers hacen gala de sus superpoderes y meten sus triciclos por los andenes, esquivando peatones y cerrando coches, no por combatir algún temible enemigo, sino por alcanzar la meta de clientes.
Este año instalaron un pista de patinaje para que la gente se despabilase un poco. La entrada era gratis pero el alquiler de los patines tenía un módico coste. Al parecer la demanda sobrepasó la capacidad del escenario, y desde afuera no se veía mucho hacia donde podían moverse los deportistas y curiosos que se lanzaban al hielo. Sin embargo se movían, en otra muestra cotidiana de coordinación nacional. También se habilitó desde el año pasado el segundo piso descapotado de un bus para ofrecer una ronda de lujo. Por una no tan módica suma, los dichosos pasajeros podían observar el evento unos cuatro metros más cerca de las estrellas. El capricho parecer estar muy en boga entre los buscadores de patrones escondidos en las geometrías forestales, entre los adictos al detalle y los que adolecen de fuertes defectos visuales. Pero aún resta por constatar si los trancones de ida y de venida, en el frío decembrino, no destiñen el recuerdo.
No es ajeno el espectáculo a los agüeros. Dicen las malas lenguas que quien va con su pareja a ver el peyento - que así se conoce, derivado del inglés pageant - de seguro termina. Pero dice Hiroko, una experta en el tema, que dado que las personas van sin falta a ver las iluminaciones cada año incluso antes de empezar a tener parejas, y que la persona promedio (?) tiene varias relaciones sentimentales antes de casarse, es natural que el número de parejas que terminan después del peyento sea mucho mayor que el número de parejas que continuen (¡se podría decir lo mismo de Monserrate!). Si se le suma lo compremetedor de las fechas - regalo de navidad y visita a los padres de año nuevo, lo que en Japón puede casi que equipararse a promesa de matrimonio - y la cercanía del San Valentín - temporada oficial para una nueva relación - la teoría coje más fuerza. Como puede verse, la iluminación da incluso para profundos análisis socológicos.
Un último detalle de crueldad corona el espectáculo máximo del fin de año sendaireño, que congrega a habitantes de toda la región noreste, Tokio incluida, y que reafirma su condición de metropolis japonesa. Quizá no sea crueldad sino fría racionalidad económica. Incluso puede haber un profundo sentido filosófico de oriente, que escapa a los ímpetus festivos del resto de mortales. El caso es que toda la magia, todo el candor, toda esta euforia de luces, minifaldas, risas y colores, se apaga súbita e irreversiblemente, el 31 de diciembre a las doce cero cero.
Brille el nuevo año con luz propia,
panÓptiko
P.D. Feliz cumpleaños, bella Bibi
tal cual fue percibido desde el
panÓptiko
a las
10:03 p.m.
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