jueves, abril 29, 2010

No Samurai (Especial Centenario - parte I)

Utsukushima Showdown

Esta historia termina en una escena conocida, un poco modificada, pero conocida. Se trata de los acontecimientos detrás de una parte trivial en Cazadores del Arca Perdida. El hombre se levanta temprano en la mañana, al despuntar, se lava la cara y dedica dos horas a medir su katana contra el viento. Es un ejercicio meticuloso. Un sólo golpe es suficiente para definir el encuentro. Es necesario entonces que la mano no dude cuando llegue el momento. Que las piernas no pierdan el apoyo ni por un segundo, aunque su movimiento fluya con la ferocidad del mar. La vista siempre en el enemigo, atento a sus movimientos, forzando el error con su fortaleza espiritual.

Después de desayunar pescado y arroz, dedica la mañana a practicar caligrafía. No sólo aprende de la sabiduría detrás de los caracteres ancestrales, sino que también desnuda su corazón con el pincel. Los trazos en el papel reflejan la armonía de sus pasiones, cuando la duda le puede a la serenidad, cuando la furia o el amor perturban la mesura; todas estas, emociones que viajan con la katana en busca de la victoria, pero que no son tan fáciles de leer en el aire.

El hombre sale al mercado. Su presencia es sinónimo de orden. Tal vez no de justicia, pero si de seguridad contra la incertidumbre. Entonces una gritería agita algún rincón del entramado de kioskos. El hombre se apresura a averiguar de que se trata, en contra del sentido común del comerciante, que prefiere esconderse o correr. Unos jóvenes escapan entre la multitud, y mientras el hombre los ve perderse en una cuadra, el perseguidor lo encara. Hombre blanco, cabellos dorados, ojos azules. Ni el viento ni los caracteres hubiesen podido preparar su alma para este encuentro. Blande su espada sin control, mientras algo dentro de él cree que es mejor esperar pero la idea se pierde en la premura. De todas maneras, no toca un pelo del contrincante, lo suyo es sólo una amenaza, una muestra vulgar de fuerza a lo desconocido. Sin embargo, el hombre blanco no se inmuta, desenfunda, dispara. Adiós al hombre.

Se que es una exageración ridícula, que seguramente existieron samurais perezosos, desmedidos, o con mala letra. También primó la tiranía en ciertos reinos de lo que era Japón, muy seguramente también la ley del más fuerte. Pero eso no quita la sensación de que algo se perdió cuando las armas desincentivaron el cultivo de cuerpo-mente. Un ejercicio más allá de lo deportivo o lo militar, más bien una arte político de lo que ha de ser nuestra existencia física. Eso era el samurai.

Este año Colombia celebra 200 años de su nacimiento como lucha por una identidad, mientras que la ciudad de Nara, antigua capital del imperio, celebra sus 1300 años de nacer por vocación, sin conocer yugos. Con motivo de esta casualidad de celebraciones, me gustaría pensar un rato en lo diferentes que son los dos aniversarios, y en lo que una culicagada de 200 podría ser en 1100 años.

Larga vida al imperio,

domingo, abril 25, 2010

Vejez en flor

Funaoka, Prefectura de Miyagi

Es en primavera cuando la terquedad de los japoneses recoge sus frutos, o mejor dicho, florece. Los cerezos, hasta los más raquíticos y desgonzados, sostenidos por cientos de lazos y varas, se llenan de rosa cual quinceañera, alegrando el corazón como siempre. Es increíble como esos palos vetustos, que en invierno parecen fallecer vencidos por su propio peso, se lucen desvergonzados cada primavera. Siempre que me cruzo con uno de esos centenarios, me quedo mirando a la gente que los visita, para ver con que ojos los miran, y me queda la impresión de que el culto a la belleza y el respeto a la tradición han sepultado para siempre la verdad de la decrepitud de los árboles, el hecho de que su vida se extiende artificialmente.

Claro que eso de la "decrepitud" es puro prejuicio mío. Los mismos humanos nos la pasamos buscando como alargar un poco más nuestra existencia. ¿Por qué dejar los árboles a su suerte? Además, el ejercicio de la jardinería a gran escala, en el espacio y en el tiempo, sirve para recordarnos los límites de nuestra existencia, nos enseña a participar en proyectos de los cuales no veremos tal vez el fin, y a valorar a quienes nos rodean - de quienes, en últimas, dependerá el proyecto al que nos entregamos.


Aún así, la imagen de los ancianos floreciendo no deja de darme cierta tristeza. Alentador pensar que seguiremos regalando al mundo lo más colorido de nosotros por tantos años, aunque el cuerpo parezca moribundo y haga falta soporte. Pero esa reticencia al cambio lleva su cuota de egoísmo, cerrando el paso a lo que hubiese sido y ya no será.

En fin, dos formas de ver mundo muy distintas, y el panÓptiko muy trascendental.

Rosadito,

lunes, abril 12, 2010

Tragicomedia


Tengo que admitir que los japoneses tienen talento para hacerme llorar con sus historias que pasan por televisión - eso o me he vuelto muy sensible. Además de escoger la música adecuada y llenar la historia de pequeños pero certeros giros argumentales y acentos emotivos, el hecho de que hasta en los hombres esté bien visto llorar, permite que el reflejo del animal social que llevamos por dentro aflore más fácil.

El otro día pasaron la historia del ganador de la medalla de oro en la prueba de cross country de los pasados Paraolímpicos de invierno. El ganador, de veintinueve años, perdió un brazo cuando niño: su abuelo lo cogió con el tractor de plantar el campo de arroz. Desde entonces el abuelo ha llevado consigo un inmenso sentimiento de culpa, por lo que ha dedicado su vida a apoyar a su nieto para que salga adelante, lo que incluye el entrenamiento en los deportes de nieve.

El reportaje nos cuenta esta historia acompañada de pasajes de los entrenamientos y los momentos de la competición que terminan en las anheladas preseas doradas - que fueron en las pruebas de 1 Km y 10 Km. La historia llega al cénit cuando el atleta, Nitta Yoshihiro, entra con las medallas a casa de su abuelo y se las entrega. Por un momento sobran las palabras. Debido a su acervo no se abrazan, pero eso sólo hace más emotivo el encuentro: por lo menos a mis ojos latinos les parece ver como los cuerpos luchan por contenerse. Al final el abuelo dice que no ve la hora de tomarse un trago con su nieto, y entre lágrimas y copos las cámaras los dejan por fin en paz.

Si embargo, también debo reconocer que los japoneses tiene un gran sentido del humor - algunos por lo menos. Siendo el sinsentido el motor de la risa, su ocurrencias tan fuera de nuestro contexto no pueden sino hacernos estallar en carcajadas.

Es así que, saliendo de mi ensimismamiento, le pregunto a mi acompañante que habrá sido de los padres del muchacho, quienes en ningún momento salieron en la historia. "Seguramente los cogió el abuelo con el tractor", y hasta ahí el enternecimiento.

A menos de un año de que se acabe mi vida de pensionado,

P.D. ¡Hurra por mis seguidores!