viernes, mayo 13, 2016

10Y43

El otohime, quizá ya he hablado de él antes. Oto quiere decir sonido y hime princesa. Es un admináculo que se encuentra en los baños públicos, al alcance de la mano en cada uno de los inodoros. Su función: ocultar con todo tipo de sonidos, una cancioncita, el fluir del agua, lo que sea que pasa bajo el bizcocho. 


Con todo lo abiertos que son para hablar de sus excrecencias, parece extraño que se pongan con estas delicadezas. Pero siempre quedan los que no pueden relajar el intestino cuando se corre el riesgo de ser escuchado, o los que no soportan la manera en que la evacuación desgarra el silencio. Por consideración con ellos, es que se mantienen estos aparatos, sin importar que para el que lo escucha en la distancia es claro lo que está pasando. 

La alusión a la princesa coincide con el paradigma de pureza que se espera en todas las latitudes de la realeza. No sé si es una costumbre asiática, pero algo similar usaban los sultanes otomanos. Por lo menos en el baño del harém del palacio de Topkapi, en Estambul, hay una campana junto al inodoro que jugaba el mismo papel. 

Tal vez la diferencia resida en la renuncia de varias sociedades de Oriente a asociar la seguridad con las murallas. Mientras que de los herméticos baños occidentales nada escapa, en Oriente son los sonidos los que delatan al enemigo. El encerrarse es una oportunidad para fraguar revoluciones, o para traicionar una esposa con otra. 

Y, bueno, con tanta gente la privacidad se vuelve un lujo. 

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