Cuando los cerezos florecen en el parque de Ueno es como si todas la jaulas del zoológico hubiesen quedado abiertas. El paisaje humano es mil veces más colorido y animado que el pálido rosa de los árboles florecidos. Hay que llegar temprano, antes de que la multitud se embriague y se ponga rosadamente violenta. Aún así, será difícil encontrar espacio en el prado para más de un comensal. Hay que contentarse con ello.
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