Hace una semana Kensuke empezó a montarse solo en su carro de Anpanman. Antes no alcanzaban los pies al piso para impulsarse bien, ni sabía como pasar la pierna al otro lado del asiento sin caerse. Luego un día logró hacer la gracia ayudado de las barras del espaldar, sólo que quedó sentado al revés. Esto no fue mayor tragedia, porque la silla se puede levantar para guardar cosas debajo, así que aprovechó para ir por ahí atesorando bolsas y medias de papá. Luego ya pudo hacerlo de frente, tomar el volante, mover la palanca. Cómo no tenemos carro y casi nunca montamos, creo que por ahora las direccionales no le hacen gracia; y cómo en este país casi nunca se escucha pitar, tampoco el claxon debe tener mayor sentido. Por ahora no se impulsa mucho, pero ya vendrán las carreras y los accidentes.
Hubo, sin embargo, una reacción al descubrimiento que no me esperaba. Tan pronto entendió que el carro de Anpanman era para ir encima, pasó un tiempo tratando de montarse en su camioncito blanco. Le metía un pie y trataba de sentarse. Le metía el otro y trataba otra vez. Se rascaba la cabeza. Le dio mil vueltas y lloró de impaciencia. La mamá le mostró que ella tampoco podía, lo distrajo y ya no ha vuelto a intentarlo.
¿Será que venimos al mundo programados para la frustración? Mientras lo veía pelear sin sentido contra lo imposible podía oírlo decir ¡Carajo! ¡Los carritos son para montarse y no me había dado cuenta! Ya me hice muy grande para este, que lástima.
El suceso se repetirá muchas veces más en el futuro y se siente un poco de dolor contemplarlo. Será lo mismo cuando encuentre interesante uno de los libros que deshojó para siempre. Cuando vea en las fotos a un amigo que le caía muy bien pero del que nunca conservó un número telefónico u otra forma de contactarlo. Cuando recuerde a una novia con la que no llegó a casarse. Cuando trabaje y entienda todo lo que debió haber hecho en la universidad pero no hizo. Cuando tenga hijos y los vea intentado subirse a carros que no son para eso, aunque parezcan. Ahí entonces tal vez recapacite y deje de amargarse un poco por las cosas que no fueron porque quizás todo sea una ilusión y la posibilidad en realidad nunca haya existido.
O tal vez no. Tal vez sea eso lo que hará por siempre tan complejo el volver.
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