sábado, febrero 04, 2012

Dos de vaqueros

Cierto mundo de ciertos niños

Entre el año pasado y este, sin querer queriendo, leí dos novelas de autores negros; por casualidad nigerianos los dos. La curiosidad existía desde antes, supongo. (Tal vez desde aquel tomo tercero de "El Mundo de los Niños", el cuál, si mal no recuerdo, cumplió esa importante misión de enseñarme que los niños africanos viven en la selva, en tribus que andan en taparrabos.) Digo supongo porque no escojo mis lecturas por el sexo, raza, u otra característica del autor distinta a que lo pueda leer, y que parezca apetitoso. Y si lo del apetito se le deja a la inercia comercial local, es muy fácil para cualquier sudamericano crecer, reproducirse y morir con la manida imagen salvaje, escrita con seguridad por algún europeo, a la Tin Tin en el Congo.

Superado lo de la inercia, el problema de leer autores del Africa negra es por donde empezar; que del inabarcable universo de alternativas literarias, los libros y sus autores asomen en el momento preciso. Entonces sucedió como con las eclipses lunares, que algunos años no se dejan ver, pero otros años ocurren más de una vez. Los dos libros no podrían ser más distintos, pero como ya va rato sin reseñar, los despacho en una sola entrada.

Medio Sol Amarillo - Chimamanda Ngozi Adichie











Al primer libro llegué por una popular charla que la autora dio en TED. En ella Chimamanda explica precisamente el peligro de quedarse con una sola historia sobre las personas y los lugares. La charla sólo tarda veinte minutos y haría falta otra entrada para comentarla. El caso es que su advertencia sobre la dignidad de las personas con una sola historia resonó con mi búsqueda, así que le di la oportunidad al libro.

La novela cuenta la historia de la guerra de secesión que la República de Biafra libró (y brutalmente perdió) en los cincuentas, desde el punto de vista de un grupo de personas atadas a su lucha: unas hermanas de una familia de clase alta ligada a negocios con el gobierno, el novio británico de una de ellas, el profesor universitario pro-revolución (esposo de la otra hermana) y su muchacho del servicio—a la usanza de Nigeria, al parecer.

La autora se toma el tiempo de presentarnos a cada uno de los personajes en detalle, mientras la tragedia es apenas un eco en el trasfondo. La hermana que se casa con el profesor activista universitario, sufre las presiones familiares pertinentes por dejar prestigiosos pretendientes por aquel idealista. El mucamo recrea su vida fuera de su aldea, y nos transmite otro ángulo de la vida del profesor universitario. El escritor británico—quien supongo es blanco—representa la tensión entre el querer mezclarse entre la gente sobre la que ha querido escribir, y su abolengo. La otra hermana, un ser huraño y misterioso, se encarga de mantenernos al tanto de los intríngulis en las altas esferas de Biafra. Debo reconocer que en esta parte me sentí culposamente desencantado de la novela, tal vez porque estas personas eran tan normales, tan como cualquier otro, que me generaba cierto tedio.

Pero luego se precipita la tormenta de la guerra, y toda esta red de personas, relaciones e ideales son puestas a prueba. La pomposidad del profesor universitario de poco sirve ante la hambruna que deja la derrota. El escritor británico no puede evitar mentir para salvarse. El espiral de infortunios en el que va degradando el conflicto, arrastra a los personajes a su mínimo, más allá de la desesperanza. Es ahí cuando en la narración empiezan a aflorar todos los lugares comunes que se esperarían de una novela sobre una guerra en el África Sub-Sahariana, la miseria, la mezquindad, haciendo evidente la importancia de aquella pausada primera parte.

El contraste asesta el golpe donde es. Y cuando ya cree uno que se ha acabado el dolor, una patada en la entrepierna nos recuerda que siempre se puede estar peor.

Aunque al libro llegué por aquello de la literatura negra, no pude dejar de leerlo como alguien que vivió la tensa calma de un conflicto que no llegó hasta aquellos extremos, pero tal vez pudo. Es decir, me pareció una advertencia para los idealistas justicieros del mundo, aquellos que apoyan todas las formas de lucha desde sus iPhones. Me parece incluso que sería una buena lectura para el colegio, si es que aún leen novelas.

(Si alguno queda con ganas de leerlo, tal vez enriquezca la experiencia leer este obituario del general Emeka Ojukwu, máximo gobernador de Biafra, que en parte explica como se perdió aquel millón de vidas a la testarudez de sus líderes)

Open City—Teju Colé

El segundo libro llegó a mí por la trivialidad de las listas de "mejores vendidos", y por la extraña naturaleza de las reseñas que este ha recibido. El New Yorker o el Economist, elogian la obra pero a la vez no es tan claro que es lo magnífico. El lenguaje, sí, pero de resto la historia no dice nada: un psiquiatra, mitad nigeriano mitad alemán, que camina por Nueva York y habla de lo que se ocurre.

Mientras escribo la reseña, no dejo de pensar en que de no ser por la coyuntura, jamás hubiese leído un libro con tal descripción. De verdad que es una sensación extraña la que dejan cada uno de los capítulos de Open City. Después de alguno de ellos, me quedé en la cama pensando que tal vez algo similar pensaron de Proust sus contemporáneos. Sólo he podido con la mitad del primer tomo de En busca del tiempo perdido, pero Teju Colé me hace pensar que el problema de la divagación es estar lejos de lo que mueve al autor. Me parece semejante la forma en la que ambos se dejan llevar por la sin-historia de sus reflexiones, sus paseos físicos y mentales, las páginas y páginas que se pueden seguir a un detalle que parecía superfluo. Pero mientras lo de Proust es soso a más no poder, las ciudades de Colé son muy de todos nosotros.

Podrá sonar a sacrilegio comparar a Colé con Proust, pero las reseñas lo ponen a la altura de escritores como Gustave Flaubert—de quién no he leído nada, pero supongo que no es muy lejano ¿o me equivoco? La prosa del libro está elaborada con esmero, los adjetivos parecen estar en su sitio, sin que se encuentre tan siquiera uno de más. Las caminatas fluyen como fluye la mente del lector, lo que recuerda que leer es pasear. A veces el movimiento, la calle, el ruido lo es todo, pero un minuto más allá se pierde uno en cavilaciones, algunas veces vanas, otras tantas trascendentales.

No sin ironía, Open City fue todo lo que esperaba de Medio Sol Amarillo: una compleja introspección en la multiplicidad de identidades de un personaje para quien el color de piel es un factor. Pronto el autor logra disipar la importancia de su raza, en un prisma de vivencias y anécdotas bien lejos de la convención: minuciosas observaciones sobre arte, arquitectura, música clásica, por ejemplo. Dala impresión de que los caminantes de las ciudades somos una clase estándar de humano. Así que cuando la raza resurge como algo relevante, resulta que la cosa no es con los negros, sino con todos nosotros. Incluso, en un aparte mientras el personaje principal dialoga con el ilustrado magrebí encargado de un café internet en Bruselas, el autor reflexiona sobre la maldición de un árabe intentando escribir como occidental en Europa. Un elegante artilugio del autor para reflexionar sobre su propia condición— o por lo menos eso me parece a mí.

Para los que aún no se convencen, sepan que el libro tiene su pequeña zancadilla hacia el final. No es para nada un hilo conductor, pero que el libro tenga una pequeña historia de más de un capítulo le dio contentillo al psico-rígido interior.

Los escritores de reseñas dicen que la traducción del texto será una proeza. Vale la pena el esfuerzo.


1 comentario:

Catalina Ramirez dijo...

Primo, me apunto a buscar el primero, soy mas de seguir una historia. (Inicio, Nudo y Desenlace)
Imaginate que en esta casa tengo "El Mundo de los Niños" Jajaja Mis hijos la leen a menudo y por supuesto tengo que hacer una auditoria de lo que llen, porque un gran porcentaje (75%) ya esta en tela de juicio. Para Nico su tomo favorito es el 7-Como funcionan las cosas y Nati, todavia anda por el 2.
Como vas de papa?? Mandame fotos, quiero verte.