domingo, agosto 11, 2013

Las manos detrás de la mirada




Se dice que los reporteros gráficos no están en la obligación de intervenir en las tragedias que están pasando en su presencia. El suyo es un fin ulterior: comunicar la dimensión de la situación al público general para que este reaccione y ayude en masa. Lo poco que podría hacer el reportero, solo ante la adversidad de los otros, se multiplicará miles de veces cuando el resto de la humanidad se entere de lo que sucede. Esto los exime, por lo menos en teoría, de la obligación moral que el resto de mortales dotados de empatía sentimos. 

El argumento no se lo he escuchado directamente a un reportero, pero creo que hace parte del imaginario colectivo. Yo lo escuche de quien parecía un diplomático mientras coincidíamos en una imagen de una exposición fotográfica sobre el tsunami. En la imagen se veía una mujer en el techo de su casa, abrigada con una cobija, mirando a la cámara en medio de ese mar oscuro que ocupaba el resto del encuadre. Dije en voz alta que debería ser muy duro estar tomando aquella foto y no poder hacer nada por ayudar a aquella mujer. El diplomático soltó el argumento del fin ulterior, totalmente convencido de tener la razón—tal vez por eso pensé que era un diplomático. Intenté defender mi opinión contándole la historia de Omaira después del desastre en Armero, pero me di cuenta pronto que necesitaría aquella otra imagen para hacerme entender. Sonreí a su gesto condescendiente y seguí a otro panel.

Pensándolo con detenimiento, el argumento del fin último debe provenir de otros tiempos, de la era de oro de la imagen. Antes, cuando no había cámaras en todos lados y sólo se transmitían las palabras, seguramente una imagen era capaz de cambiar el rumbo de la historia. Pero ahora que estamos saturados y que se han entendido los límites de lo que la imagen puede decir sin desinformar, ¿tendrá aún sentido eximir de responsabilidad a los observadores de oficio?

Jonathan Katz, un periodista de AP que trabajaba en Haití cuando ocurrió el terremoto, no está tan seguro. Durante las primeras horas de la emergencia, acompañado de su guía local, Jonathan recorrió el infernal Puerto Príncipe intentando asimilar la dimensión de la debacle y transmitirla a su audiencia alrededor del mundo. En un momento intentó ayudar a alguien que buscaba dentro de una de tantas montañas de  escombros. Iluminó el interior del arrume con el flash de su cámara pero no logró ver nada. Sólo mucho después pudo ver que en las dos fotos que tomó una persona se movía. Estaba viva, pudo haber ayudado. Después de la experiencia cree que por lo menos existe la opción, que nunca se sabe.

Durante la etapa diecinueve del Tour de Francia, un corredor dio al piso en una bajada empinada. Los comentaristas llevaban rato advirtiendo que el trayecto era peligroso y que la llovizna que caía hacía más traicionero el descenso. Lo que sucedió fue inesperado: la moto que seguía al ciclista se detuvo al ver la caída. Al parecer el conductor llevaba la cámara encima porque la transmisión siguió mostrando al ciclista incorporándose con dificultad y al copiloto acercarse a intentar auxiliarlo. A decir verdad, no parecía que el copiloto pudiese hacer mucho en el momento, pero de alguna manera la carrera se sintió más humana.



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