sábado, enero 05, 2013

Lecturas del 2012


Alguien dijo en septiembre del año recién despachado que cualquier cosa que uno hace dos años seguidos es ya una tradición. Así, aunque el Hermano Cerdo no se haya animado esta temporada a alojar las bitácoras de sus compañeros de viaje, aprovecho el impulso para desempolvar el anaquel y abrir espacio a lo que ha de venir en el 2013.

El 2012 estuvo nutrido de lecturas rápidas, tanto de cuentos como novelas cortas—que vienen a ser como lo mismo. Dentro de los primeros, los dos libros del año fueron igual de buenos, imposibles de comparar. Por un lado terminé de leer la primera colección de Chejov a la que le echo el diente. Todo lo que dicen del ruso es cierto: su escritura es ágil, brillante y acogedora. ¡Que cercanos al corazón se sienten todos esos hombres, mujeres, niños y caballos!! En lo personal, prefiero ediciones con menos información por página, pero igual recomendado.

Catedral de Raymond Carver es otro clásico del cuento que tenía atrasado. La Wikipedia me recuerda que le gustaba a Bolaño, quien lo compara con Chejov, pero no se si fue por él que me enteré primero de su existencia—estoy seguro que Ricardo Silva lo recomendó por twitter. En todo caso, apoteósico. Carver es parco pero vertiginoso. Las historias tienen temas simples y eso las hace más sobrecogedoras. El cuento del niño en coma es escalofriante.

Novelas hubo de todos los sabores. Ya les conté sobre la más poderosa de ellas, así que comento un poco sobre las demás.

Tal vez la que siguió en potencia fue "La Cena" de Koch. Creo que nunca había leído algo que me produjese una nausea profunda. Durante mi primera juventud pasé bastante tiempo buscando esa sensación con cuentos de terror o temas sórdidos—recuerdo un libro de cuentos llamado juventud caníbal, que fue medio decepcionante. En el cine Saló de Pasolini marcó la pauta pero terminó volviéndose un película de la casa. Este libro, en cambio, con un artilugio borgeano, le pone a uno la sangre y la mierda en las manos. El trasfondo del libro es en teoría de mayor interés para los ciudadanos del primer mundo blanco, pero cualquier adicto a la alta tensión lo disfrutará.

Leí dos libros que me regalaron y, como al caballo, no puedo decir sino que gracias, que muy rico. La Historia Sin Fin me pareció chevere. Ya había leído Momo, y en esta el autor llevo la historia a otro nivel. El juego de colores en la tipografía es entretenido, pero la cosa como que se iba alargando con eso de tener tantos capítulos como letras en el abecedario (inglés).

A Delirio me fue difícil cogerle el ritmo y, cuando ya, pues se acabó. Cuando lo comparo con los cañonazos del año, quedo con la impresión de que estoy dejando atrás el gusto por la experimentación y le doy más valor al resultado.

Leí las tres novelas cortas que recomendó Alejandro el año pasado—para que vean que escribir reseñas si sirve. Las tres estuvieron buenas. Tal vez la de los trenes es un poco surrealista, pero cualquiera amerita la hora o dos que puede tomar leerlas.

Al Buda de los Suburbios lo traía desde que llegué por primera vez a Japón. Por alguna razón que no recuerdo lo cogí cuando salí para Indonesia en septiembre y fue un oportuno compañero. Durante el viaje me intoxique con una sopa de chivo y pasé bastante tiempo en el baño pasando sus páginas. La historia tragi-cómica de los inmigrantes indios en Inglaterra era del todo desconocida para mí, y esta fue una buena introducción.

Fue bueno leer de nuevo a Bolaño y recordar que existió y que hizo de las suyas. Creo que no hay mucho más que decir de él.

Javier Marías me pareció algo que recomendarían en el Malpensante, pero llegué a él por recomendación del blog de economía Marginal Revolution. Me pareció medio soso, repetitivo. La trama tiene algunas facetas interesantes, y la historia secundaria del pirómano en el Museo El Prado es divertida.

Cuando tomé la foto para esta entrada y escribí aquello de desempolvar el anaquel, caí en cuenta de lo poco que usé el Kindle para leer literatura en el 2012. En enero leí la novela Open City de Colé, la cual me gustó y reseñé en su momento. Fue curioso encontrársela en la lista del año de Arcadia, porque se había comentado que traducirla sería complicado—me pregunto si alguien de los que pasan por acá la ha leído. Y no fue hasta noviembre/diciembre que volví a usar el Kindle para leer de nuevo a David Mitchell y su Atlas de las Nubes, sobre el cual también ya he hablado.

En cuanto a novelas gráficas, sigo leyendo The Walking Dead, que va y viene. Este año publicaron el número cien, pero se notó que no estaban preparados para hacerlo especial, lo cual es de cierto modo bueno. En el Hermano Cerdo el año pasado alguien recomendó un historia de sirenas de Rumiko Takahashi—la misma de Ranma—y el Informe a Adolfo de Osamu Tezuka—el mismo de Astro-boy. El segundo ya me lo habían recomendado (y regalado), así que aproveche el impulso y, bueno, aguantó. El final se le iba embolatando pero eso le puede pasar a cualquiera. A Rumiko si no me la aguanté sino un tomo; ahí quedan los otros dos... Al señor del baño japonés, que en el 2012 le hicieron película y todo, hay que leerlo con traductor cultural al lado para encontrarle la gracia, así que también se quedó en un tomo.

Creo que eso fue todo. Fue un buen año, pero siento que es hora de echarle de nuevo el diente a novelas más largas. Tengo tres de esas estancadas y puede que les haya llegado su hora. En los intermedios me gustaría descubrir más cuentos, así que recibo recomendaciones.

Les deseo un feliz 2013 lleno de salud, amor y letras (y números también).

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