La sabiduría popular dice que uno debe reservarse de celebrar los buenos pronósticos hasta que se hagan realidad. ¿Puede haber algo más difícil? No creo ser el único que habrá experimentado esas ganas de compartir aquella alegría que tal vez será, de pensar en voz alta acerca de las posibilidades que parece traer el destino cuando esta de humor. Las noticias no dejan de rebotar entre sien y sien, y es imposible pensar en otro tema de conversación.
Pero la sensatez de los siglos y siglos dice que no, que hay que aguantarse. No ensilles antes de traer las bestias, recalcan algunos. Otros traen a colación la historia de aquel soberano romano, quien en medio de todas sus riquezas no se consideraba feliz. ¿La razón? No se puede cantar victoria hasta que se muere. Siempre existe la posibilidad de que la vida se guarde una última curva por la que nos iremos al abismo; las tragedias aguardan en cada esquina, y para sufrirlas no hay sino que estar vivo.
La formula más "académica" en que se expresa esta creencia es quizá aquella que aduce la disipación de las energías. Cuando uno recibe la noticia, toda la potencia de que las posibilidades se concreten se aglutinan en nuestro pecho, y de canalizar esta energía depende que la suerte se apiade cuando llegue el momento. Ir contando por ahí las posibles buenas nuevas es dispersar esta energía, mezclarla con los pensamientos impuros de otros, incluso generar un ambiente adverso hecho de las envidias que salpullen hasta en los corazones menos esperados—porque así somos lo humanos.
Cerrar el pico se vuelve entonces la prueba de fuego con la que se le mostrará al destino que uno es digno de sus dones. Parece sencillo, pero todo esa energía hace de los actos más naturales una proeza hercúlea, como pedirle a Orfeo que no mire hacia atrás en su camino fuera del inframundo. ¿Es esto suficiente para triunfar en la vida? Seguro que no, pero no seguir los principios de los antiguos es suficiente para sentirse culpable del resultado de la historia, así la revisión racional de todos los hechos nos haga pasar por orates.
Ahora bien, ¿y qué pasa en los casos en que los buenos presagios son todo por lo cual uno podrá ser feliz? Hay un comercial de alguna lotería japonesa que promociona no la dicha de los futuros multimillonarios, sino la felicidad habitual que le trae a las personas que la compran; ese galope de corazón que trae una esperanza. Dada las bajas probabilidades del asunto ¿hace alguna diferencia que uno le cuente al mundo que compró la lotería? ¿Necesitamos de una mejor teoría general de las energías para sobrellevar la menuda incertidumbre de nuestras vidas?
En todo caso, es de oráculos expresarse con palabras veladas, así como es ingenuo suponer que el destino no entiende que la entrada teórica en un blog cualquiera es un intento solapado de hacerle trampa.
Pero la sensatez de los siglos y siglos dice que no, que hay que aguantarse. No ensilles antes de traer las bestias, recalcan algunos. Otros traen a colación la historia de aquel soberano romano, quien en medio de todas sus riquezas no se consideraba feliz. ¿La razón? No se puede cantar victoria hasta que se muere. Siempre existe la posibilidad de que la vida se guarde una última curva por la que nos iremos al abismo; las tragedias aguardan en cada esquina, y para sufrirlas no hay sino que estar vivo.
La formula más "académica" en que se expresa esta creencia es quizá aquella que aduce la disipación de las energías. Cuando uno recibe la noticia, toda la potencia de que las posibilidades se concreten se aglutinan en nuestro pecho, y de canalizar esta energía depende que la suerte se apiade cuando llegue el momento. Ir contando por ahí las posibles buenas nuevas es dispersar esta energía, mezclarla con los pensamientos impuros de otros, incluso generar un ambiente adverso hecho de las envidias que salpullen hasta en los corazones menos esperados—porque así somos lo humanos.
Cerrar el pico se vuelve entonces la prueba de fuego con la que se le mostrará al destino que uno es digno de sus dones. Parece sencillo, pero todo esa energía hace de los actos más naturales una proeza hercúlea, como pedirle a Orfeo que no mire hacia atrás en su camino fuera del inframundo. ¿Es esto suficiente para triunfar en la vida? Seguro que no, pero no seguir los principios de los antiguos es suficiente para sentirse culpable del resultado de la historia, así la revisión racional de todos los hechos nos haga pasar por orates.
Ahora bien, ¿y qué pasa en los casos en que los buenos presagios son todo por lo cual uno podrá ser feliz? Hay un comercial de alguna lotería japonesa que promociona no la dicha de los futuros multimillonarios, sino la felicidad habitual que le trae a las personas que la compran; ese galope de corazón que trae una esperanza. Dada las bajas probabilidades del asunto ¿hace alguna diferencia que uno le cuente al mundo que compró la lotería? ¿Necesitamos de una mejor teoría general de las energías para sobrellevar la menuda incertidumbre de nuestras vidas?
En todo caso, es de oráculos expresarse con palabras veladas, así como es ingenuo suponer que el destino no entiende que la entrada teórica en un blog cualquiera es un intento solapado de hacerle trampa.
1 comentario:
Ojalá los comentaristas deportivos Lo lean y pudieran canalizar esas "energías" y no dar tanta falsa ilusión.
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