domingo, mayo 23, 2010
No Señor (Especial Centenario II)
Parece que el electorado le quiere regalar en su aniversario al país un gran cambio. Si no el peluqueado, por lo menos piensan afeitarlo como no se había visto nunca antes - bueno, que yo recuerde. Este lugar olvidado recibe con buen ojo las noticias en la distancia, pero no deja de sorprender que las propuestas en juego, las que agitan al ciberespacio, no son muy distintas a lo que se ha hablado en estos 200 años: la legalidad y el cumplimiento de las normas.
¿Y es que acaso podremos algún día dejar de hablar de ello? Si nos atenemos a lo que pasa en Nara, es posible que suceda en unos 1100 años, pero es mejor no hacerse muchas ilusiones. El proceso de formar una ciudadanía obediente y respetuosa de las normas en Japón fue largo y doloroso. Una clave para el éxito del país fue mantener un sistema violentamente jerárquico por 1150 años, algo que la opinión pública colombiana probablemente objetaría. Sólo un gobierno de este estilo podría ejecutar la pena capital para infracciones menores, como usar un parasol o interrumpir alguna procesión del Shogun en tiempos de Tokugawa. Con asuntos más serios, el castigo cobijaría no sólo al culpable sino a toda su familia. Es gracias a varios siglos de este régimen que fue posible que la gente se comportara.
Todo parece indicar que el contenido de las normas no es tan importante como lograr que se cumplan. En lo que tiene de fundada la ciudad de Nara seguramente habrá visto muchas arbitrariedades, como las que mencionaba antes, pero una vez se abrió al mundo resultó muy rápido ponerse a la altura moral de sus pares europeos. Eso nos quita un enorme peso de encima porque elimina la necesidad de preocuparnos por la elección del legislativo: dentro de 1100 años las normas que tienen sentido quedaran, y las que no, irán desapareciendo.
Sin embargo, hay que reconocer que por su condición de isla, al imperio le quedó relativamente fácil aislarse por un buen tiempo, cosa que nos queda difícil, no gracias a nuestros dos mares que de poco han servido, sino a las tecnologías de la información de las que ya más nunca podremos desligarnos. También hay que darle crédito a la tradición confuciana, dentro de la cual dar ejemplo era la obligación primordial del servidor público, y la armonía era una virtud que se imponía por sobre la voluntad del individuo. Además, tener un pasado glorioso ayuda bastante: no sólo el arraigo y respeto a los ancestros hace más cercanas las normas a nuestras vidas, sino que saber que la era dorada ya la pasamos, que vamos en decadencia, le quita el sentido a la competencia por la cuál pasaríamos por encima del resto.
Esperemos que algo más de mil años sean suficientes.
Ojalá el otro
tal cual fue percibido desde el
panÓptiko
a las
9:07 p.m.
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