Una de los momentos más ejemplarizantes de mis cortas vacaciones en Turquía hace unos meses sucedió al llegar a la aldea de Goreme, en Capadocia. Habíamos tomado un bus nocturno desde Pamukkale, y a las ocho de la mañana pasadas bajábamos con la desazón natural de aquel mal dormir. Nos acomodamos las maletas, revisamos el mapa, decidimos el curso, pero al sortear el pequeño terminal, una insólita escena nos hizo preguntarnos si seguíamos soñando. En la calle, en distintos sitios, unos cinco niños, de entre siete y diez años, en uniforme de colegio, miraban firmes hacia el frente, o sea, hacia nosotros. En ese momento pensé en la película "los niños del maíz", que no he visto pero me la imagino así de terrorífica. Nos miramos y empezamos a andar despacio entre ellos. A uno de los muchachos se le notaba que hacía un esfuerzo monstruoso por no moverse, y daba pequeñísimos pasos cargados de culpa. Cuando vimos la boca de una niña de unos siete años moviendo los labios sin que saliese voz, caímos en cuenta de lo que sucedía. A lo lejos, una canción con aire de fanfarria anunciaba la entrada a la escuela. Aunque lleguen tarde, los niños debían respetar el himno de la patria dónde les encontrase. El nacionalismo debe venir dosificado en la leche materna.
(Foto: Cierre de campaña en Selçuk )
lunes, septiembre 21, 2009
De cuna
tal cual fue percibido desde el
panÓptiko
a las
10:36 p.m.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario